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Alfonso Díez, el funcionario que susurraba "mi porcelana" a la duquesa de Alba
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Alfonso Díez, el funcionario que susurraba "mi porcelana" a la duquesa de Alba

Alfonso Díez ha pasado de ser un advenedizo al que se le suponían oscuras intenciones con respecto a la duquesa, a ser el caballero andante que

Foto: Alfonso Díez, el funcionario que susurraba "mi porcelana" a la duquesa de Alba
Alfonso Díez, el funcionario que susurraba "mi porcelana" a la duquesa de Alba

Alfonso Díez ha pasado de ser un advenedizo al que se le suponían oscuras intenciones con respecto a la duquesa, a ser el caballero andante que acude con su dama al palacio de la Zarzuela para conocer al Jefe del Estado en calidad de futuro duque de Alba. De la audiencia privada salió feliz y encantado como explicó a Vanitatis. “Cuanta más categoría tienen las personas, más facilitan la vida a los demás. Y eso es lo que me ha ocurrido con el Rey”, afirmaba el funcionario que, por el contrario, ratificaba que “la gente pretenciosa puede hacerte la vida imposible”. Y, en esta frase, se esconde la trayectoria vital de Alfonso Díez desde que abandonó el anonimato hace cuatro años. En primer lugar, para convertirse en el amigo que hacía feliz a la duquesa, después en el novio oficial y, por último, en su tercer marido.

Cuando se supo que la venerable Cayetana, a sus 80 años y con una biografía amorosa llena de leyendas, se había enamorado como una adolescente, pocos creían en las bondades del susodicho. Poco o nada se sabía de su biografía, porque no formaba parte de ningún lobby poderoso e influyente de los que se supone rodean a los miembros de la casa de Alba. Al principio, resultó complicado encontrar un nexo de unión que pudiera servir para entender la peculiar relación del que a simple vista parecía un gigoló de manual. Alfonso Díez no tenía currículum, no era animador oficial de fiestas y festejos, ni acompañante de señoras ociosas, como otros caballeros de su edad. La pregunta del millón era qué hacia un hombre aparentemente educado con buena planta y sin ubicación social rondando a la octogenaria, titular de una de las primeras fortunas del país.

Hubo comentarios para todos los gustos, alimentados muchas veces por elementos malvados que, previo pago, distorsionaban la personalidad del novio en platós de televisión. La maledicencia no dio resultado y la duquesa hizo oídos sordos a los correveidiles. Los hijos, como es natural, tampoco estaban muy convencidos de las bondades del “novio de mamá” y no se lo pusieron fácil. Tampoco era de extrañar, porque cualquiera en su caso habría hecho lo mismo. Hubo discusiones familiares, hasta que la madre lo dejó muy claro: “Sí o sí me voy a casar. Vosotros veréis lo que hacéis”. Como es hábil, buscó una fórmula alternativa para que aceptaran al funcionario que consistió en repartir la herencia en vida. A partir de ahí, vía libre. Ya no hubo problemas y se fijó la fecha de los esponsales en la Casa de Alba.

Durante estos cuatro años, el perfil mediático de Alfonso no ha sido extremo. Y salvo una incursión como portada de la revista ¡Hola!, posando como si fuera una estrella del colorín, pocos han sido los errores en este sentido. Le han ofrecido cantidades elevadísimas por acudir a programas de televisión o dar entrevistas, pero no ha caído en la trampa. Alfonso tenía muy claro que no podía meter la pata y dar carnaza a todos aquellos que querían alejarlo de su novia. Tampoco quiso reinventarse su biografía, como hacen otros. 


La "bella porcelana"

Nació en Palencia, hace sesenta años. Tuvo un padre militar, por lo tanto, la rigidez paterna formó parte de su infancia y juventud en una familia de doce hijos, cuatro de los cuales murieron. Es el mediano de ocho hermanos, tres chicas y el resto varones. Dos de ellos se dedican a las antigüedades y tienen una almoneda que solía visitar la duquesa, ya que Daniel y Pedro, que así se llaman, eran amigos de Jesús Aguirre. Este es el nexo de unión con Alfonso. Hasta que hace cuatro años se reencontraron en un cine. Desde ese día cambio la vida de ambos. Cayetana se convirtió en “la bella porcelana”, que así bautizó Díez a su futura esposa. Un adjetivo un tanto cursi, pero ya se sabe que en el amor todo está permitido.

Cuando cumplió la mayoría de edad, Alfonso dejó la casa familiar y se instaló en Madrid con sus hermanos. Más tarde, vino también la madre, porque el pequeño de la casa padece parálisis cerebral y en aquellos años en Palencia las infraestructuras para estos niños eran mínimas. Empezó a trabajar en el ministerio de Trabajo y Seguridad Social de administrativo, donde ha permanecido hasta el viernes que se despidió de los que durante más de dos décadas han sido sus compañeros. El adiós fue muy emotivo porque, según han confirmado a Vanitatis, “es una persona muy querida y un buen compañero. Instauró el beso y el abrazo de buenos días y a las chicas siempre nos traía alguna tontería cuando volvía de vacaciones”. Cuenta que nunca se le olvidaba un cumpleaños y que solía regalar flores a los más cercanos. Por ahora no ha pensado en la excedencia, sino que ha solicitado los días de vacaciones que le corresponden por su boda más los “moscosos”.

Después ya verá si pide un traslado, porque la jubilación anticipada no se contempla en su escala profesional. Seguirá viviendo de sus mil quinientos euros como ha hecho hasta ahora. El hombre que susurraba a su porcelana durante estos cuatro años ya tiene derecho a su propio cuadro como duque de Alba en los palacios de su novia.

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Alfonso Díez ha pasado de ser un advenedizo al que se le suponían oscuras intenciones con respecto a la duquesa, a ser el caballero andante que acude con su dama al palacio de la Zarzuela para conocer al Jefe del Estado en calidad de futuro duque de Alba. De la audiencia privada salió feliz y encantado como explicó a Vanitatis. “Cuanta más categoría tienen las personas, más facilitan la vida a los demás. Y eso es lo que me ha ocurrido con el Rey”, afirmaba el funcionario que, por el contrario, ratificaba que “la gente pretenciosa puede hacerte la vida imposible”. Y, en esta frase, se esconde la trayectoria vital de Alfonso Díez desde que abandonó el anonimato hace cuatro años. En primer lugar, para convertirse en el amigo que hacía feliz a la duquesa, después en el novio oficial y, por último, en su tercer marido.

Cuando se supo que la venerable Cayetana, a sus 80 años y con una biografía amorosa llena de leyendas, se había enamorado como una adolescente, pocos creían en las bondades del susodicho. Poco o nada se sabía de su biografía, porque no formaba parte de ningún lobby poderoso e influyente de los que se supone rodean a los miembros de la casa de Alba. Al principio, resultó complicado encontrar un nexo de unión que pudiera servir para entender la peculiar relación del que a simple vista parecía un gigoló de manual. Alfonso Díez no tenía currículum, no era animador oficial de fiestas y festejos, ni acompañante de señoras ociosas, como otros caballeros de su edad. La pregunta del millón era qué hacia un hombre aparentemente educado con buena planta y sin ubicación social rondando a la octogenaria, titular de una de las primeras fortunas del país.

Hubo comentarios para todos los gustos, alimentados muchas veces por elementos malvados que, previo pago, distorsionaban la personalidad del novio en platós de televisión. La maledicencia no dio resultado y la duquesa hizo oídos sordos a los correveidiles. Los hijos, como es natural, tampoco estaban muy convencidos de las bondades del “novio de mamá” y no se lo pusieron fácil. Tampoco era de extrañar, porque cualquiera en su caso habría hecho lo mismo. Hubo discusiones familiares, hasta que la madre lo dejó muy claro: “Sí o sí me voy a casar. Vosotros veréis lo que hacéis”. Como es hábil, buscó una fórmula alternativa para que aceptaran al funcionario que consistió en repartir la herencia en vida. A partir de ahí, vía libre. Ya no hubo problemas y se fijó la fecha de los esponsales en la Casa de Alba.

Durante estos cuatro años, el perfil mediático de Alfonso no ha sido extremo. Y salvo una incursión como portada de la revista ¡Hola!, posando como si fuera una estrella del colorín, pocos han sido los errores en este sentido. Le han ofrecido cantidades elevadísimas por acudir a programas de televisión o dar entrevistas, pero no ha caído en la trampa. Alfonso tenía muy claro que no podía meter la pata y dar carnaza a todos aquellos que querían alejarlo de su novia. Tampoco quiso reinventarse su biografía, como hacen otros.