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¿Dónde se esconde el marido de la princesa de Carolina de Mónaco?
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Paloma Barrientos

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¿Dónde se esconde el marido de la princesa de Carolina de Mónaco?

Este podría ser el titular de una película de intriga, con un guión de Amenábar, que daría mucho de sí. La historia tendría como eje principal

Foto: Carolina y Ernesto en una imagen de archivo. (I.C.)
Carolina y Ernesto en una imagen de archivo. (I.C.)

Este podría ser el titular de una película de intriga, con un guión de Amenábar, que daría mucho de sí. La historia tendría como eje principal a un príncipe alemán con querencia a la cerveza y a utilizar los paraguas como arma de destrucción masiva contra todos aquellos que se encuentra en su camino y no le caen bien. El protagonista se casa con la más bella del baile, con un currículum amoroso del tipo aspirante a Hombres, mujeres y viceversa. Todo parece ir bien hasta que, un buen día, después de haber tenido una hija en común, desaparece del mapa sin dejar rastro. Esta sería más o menos la sinopsis argumental de la vida de Ernesto de Hannover, marido de Carolina de Mónaco, que dejó de existir para la que fuera su familia política cuando se separó de su esposa.

No volvió a pisar el principado donde reina su cuñado Alberto, “monseñor”, que ese es su tratamiento protocolario, y donde ya no es bien recibido. Hace tiempo que dejaron de convocarle en las BBB (bodas, bautizos y comuniones) de los Grimaldi y tampoco participa en actos relacionados con su título como cabeza visible de los Hannover. Para los españoles quedará en la memoria histórica el recuerdo de esa Carolina mal peinada haciendo el paseíllo en solitario en la boda del heredero y la periodista Letizia. El marido fiestero había llegado al hotel a la hora del desayuno en unas condiciones que le impedían la verticalidad.

Lo llamativo de esta historia es que la que fuera la princesa más bella (y más jaranera) de Europa y abuela por partida doble sigue casada con Hannover a pesar de que no mantienen ninguna relación. Las cuestiones referidas a la hija común, Alejandra, las organizan los abogados de ambos y, por lo tanto, no hay necesidad de verse ni de tratarse. Ante este panorama, la pregunta del millón es por qué Carolina no da cerrojazo definitivo a ese matrimonio que duró lo que duran varias temporadas de caza, afición compartida por ambos. La respuesta es ajena a la economía conyugal o a la necesidad de aguantar por el que dirán. La explicación es pura vanidad y tiene que ver con el protocolo que funciona en las Casa Reales.

Carolina, como princesa de Mónaco, tiene un lugar poco destacado en el escalafón del Almanaque de Gotha. En cambio, como princesa de Hannover es Alteza Real y con unos privilegios y ceremoniales muy superiores a los de su nacimiento. Y, por lo tanto, una vez que consiguió que desapareciera de su vida el príncipe de los trompazos no tuvo necesidad de perder el oropel. ¿Hasta cuándo? Hasta que se vuelva a enamorar.

Este podría ser el titular de una película de intriga, con un guión de Amenábar, que daría mucho de sí. La historia tendría como eje principal a un príncipe alemán con querencia a la cerveza y a utilizar los paraguas como arma de destrucción masiva contra todos aquellos que se encuentra en su camino y no le caen bien. El protagonista se casa con la más bella del baile, con un currículum amoroso del tipo aspirante a Hombres, mujeres y viceversa. Todo parece ir bien hasta que, un buen día, después de haber tenido una hija en común, desaparece del mapa sin dejar rastro. Esta sería más o menos la sinopsis argumental de la vida de Ernesto de Hannover, marido de Carolina de Mónaco, que dejó de existir para la que fuera su familia política cuando se separó de su esposa.

Carolina de Mónaco