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Hacienda somos todos… salvo Iñaki Urdangarin
Desde el momento en que se fueron descubriendo las tropelías de Urdangarin, escribí que lo peor del duque no era que se lo llevara crudo o
Desde el momento en que se fueron descubriendo las tropelías de Urdangarin, escribí que lo peor del duque no era que se lo llevara crudo o que sus empresas hicieran informes de veinte líneas a precio de lingote de oro o de caviar iraní. Lo verdaderamente indignante del yerno real era su prepotencia, que utilizaba antes y después de ser imputado por el juez Castro. Por cierto, de él llegó a comentar en su círculo más privado, al principio de la instrucción del ‘caso Nóos’m que no iba a tener huevos para continuar con sus acusaciones y mucho menos actuar contra su mujer.
El funcionario público, como suelen hacer los ciudadanos normales, cumplió con su trabajo y no se achantó ante supuestas presiones como fueron algunos informes anónimos que llegaron a las redacciones. Lo bueno para Castro era que su vida era plana y que los malos, por mucho que quisieran levantar la alfombra, no encontrarían polvo.
El duque continuó con su chulería y quiso presionar a los medios utilizando a esa justicia en la que aparentemente no creía, interponiendo reclamaciones que como era de esperar no ganó. Habría que preguntar cómo sigue pagando la minuta de su abogado y procurador cuando se le supone sin dedicación laboral o al menos así lo relata su amigo y letrado Pascual Vives, en esas declaraciones espléndidas a pie de calle. Que, por cierto, luego copiarían Miquel Roca y Silva, defensores de la infanta.
Este último, incluso, quiso ser el artífice de un guión de amor y lujo con la hija del Rey como protagonista para justificar lo injustificable. Ahora Hacienda ha remitido un informe al juez Castro en el que reitera que “se aprecian delitos fiscales” después de que el duque dijera que de eso nada. Seguramente Urdangarin se pasa por el forro el anuncio de “Hacienda somos todos” que el resto de españoles asumimos con normalidad.
Desde el momento en que se fueron descubriendo las tropelías de Urdangarin, escribí que lo peor del duque no era que se lo llevara crudo o que sus empresas hicieran informes de veinte líneas a precio de lingote de oro o de caviar iraní. Lo verdaderamente indignante del yerno real era su prepotencia, que utilizaba antes y después de ser imputado por el juez Castro. Por cierto, de él llegó a comentar en su círculo más privado, al principio de la instrucción del ‘caso Nóos’m que no iba a tener huevos para continuar con sus acusaciones y mucho menos actuar contra su mujer.