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Carmina, la mujer que se bebía la vida a sorbos de whisky en la terraza de El Lerele
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Paloma Barrientos

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Carmina, la mujer que se bebía la vida a sorbos de whisky en la terraza de El Lerele

Parece que aún la estoy viendo en la terraza de El Lerele, la casa familiar y centro de operaciones de Lola Flores&Co, con sus inseparables Lolita

Parece que aún la estoy viendo en la terraza de El Lerele, la casa familiar y centro de operaciones de Lola Flores&Co, con sus inseparables Lolita y Charo Vega. Eran las tres magníficas, capitaneadas por la que luego los guionistas de El Tomate bautizarían como “la divina”, por su costumbre machacona de catalogar su estado emocional, laboral y cualquier otro con un “divinamente”. Almuerzos con sobremesas eternas que se alargaban hasta la noche con siesta incluida en los balancines que había en la terraza y con El Pescaílla rasgando la guitarra como música de fondo. Carmina en el mundo mediático –Carmen en la vida íntima– marcaba las pautas festivas a las amiga. Era la más guapa de las tres, aunque había quien prefería la belleza más racial de Charo Vega. Aparentemente,era la más discreta y, aunque se casó enseguida, nunca abandonó esas reuniones en su puerto de atraque: el chalet de Lola Flores y de Antonio González.

Carmen era una mujer muy inteligente, aunque nunca necesitó poner las neuronas al servicio de ningún proyecto intelectual. No lo necesitaba y solo se le conocen ciertas inquietudes políticas que tienen que ver con su incursión en el mundo de Fuerza Nueva (partido de extrema derecha) cuando era joven. Realmente se afilió porque “estaban los tíos más guapos de Madrid”, decía, más que por compartir una ideología que la daba igual. Era de derechas como podía haber sido del PC si el sector masculino hubiera sido del perfil del exmarido de Demi Moore.

Carmen, Lolita y Charo formaban un trío compacto que con el tiempo se convirtió en dúo porque Vega abandonó el mundo más festivalero de sus amigas. La hija de Ordoñez y la hija de Lola fueron siempre como hermanas. Se peleaban y se lanzaban dardos envenenados y se echaban en cara lo de siempre: “Pues tú has dicho que… y tú que si yo me acostaba con no sé quién”. La divina era chinchona y sobre todo tenía ese punto de ironía que fascinaba a los que la tratábamos habitualmente.

Bautizaba a sus nueras y a quien se le pusiera por delante. A Eugenia Martínez de Irujo, como “la bajita platea”. Blanca Romero era “la jijonenca” (era natural de Gijón) y la mujer de su padre “la Oso”. Tenía un chascarrillo para situaciones complicadas y se tomaba la vida como un carrusel al que había que subirse en marcha sin preocuparse demasiado por el riesgo de caídas. Adoraba a su nieta Tana, protegía a su manera a su hermana Belén y quiso con locura a sus tres hijos.

Parece que aún la estoy viendo en la terraza de El Lerele, la casa familiar y centro de operaciones de Lola Flores&Co, con sus inseparables Lolita y Charo Vega. Eran las tres magníficas, capitaneadas por la que luego los guionistas de El Tomate bautizarían como “la divina”, por su costumbre machacona de catalogar su estado emocional, laboral y cualquier otro con un “divinamente”. Almuerzos con sobremesas eternas que se alargaban hasta la noche con siesta incluida en los balancines que había en la terraza y con El Pescaílla rasgando la guitarra como música de fondo. Carmina en el mundo mediático –Carmen en la vida íntima– marcaba las pautas festivas a las amiga. Era la más guapa de las tres, aunque había quien prefería la belleza más racial de Charo Vega. Aparentemente,era la más discreta y, aunque se casó enseguida, nunca abandonó esas reuniones en su puerto de atraque: el chalet de Lola Flores y de Antonio González.