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Cuando Marichalar era el malo de la serie
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Gema López

Malas Lenguas

Por
Gema López

Cuando Marichalar era el malo de la serie

“Otros vendrán que bueno te harán”, dice el refrán y, en el caso de Jaime de Marichalar, el viejo dicho de las abuelas se ha cumplido

Foto: Marichalar en una fotografía de archivo (I. C)
Marichalar en una fotografía de archivo (I. C)

“Otros vendrán que bueno te harán”, dice el refrán y, en el caso de Jaime de Marichalar, el viejo dicho de las abuelas se ha cumplido con creces. Han sido necesarios varios años, un escándalo, una imputación y un sinfín de conductas irregulares, para colocar a cada uno de los yernos del Rey en el lugar que les corresponde.

Cierto que cualquier comparación es horrible, pero si las hacíamos cuando Urdangarín por guapo ganaba la partida, frente a un Don Jaime que nuca fue ni amable, ni agraciado y al que hubo que engordar el currículum académico para que pudiese trabajar en varios consejos de administración, la belleza y un titulo en ESADE del otro yerno han colocado a la corona en el escaparate internacional bajo el titular de corrupción.

La mayor osadía de Marichalar fue la de pasearse en patinete por un carril bus del barrio de Salamanca, portar pantalones estampados que nadie entendía y mostrar un gusto indisimulado por la moda. El duque era un snob que disfrutaba más paladeando manjares en mesas concurridas en los restaurantes en los que se movían aquellos que se creían de la jet, pero que en realidad no eran más que un grupo de ricachonas encantadas de tener compañero de mantel a un duque, que acompañando a su señora al club de campo para que montase a caballo. Estos son los defectos que sacamos a Don Jaime y que se acrecentaron envueltos en rumores de consumos poco apropiados e insalubres cuando se anunció aquella frase hipócrita de cese temporal de la convivencia.

Dicen los que por aquella época entablaban conversación de cuando en cuando con él, que al ser preguntado por la familia su respuesta era tajante: “La reina es la única que sabe comportarse”. El visionario Marichalar debía tener conocimiento, ya entonces, de las correrías del patriarca y de la ambición desmedida del que había sido su cuñado. Don Jaime, más conformista, se había consolado con trabajar en puestos que sin su vinculación a la familia tal vez nunca habría alcanzado y su tríplex decorado con gusto exquisito. La terraza, el jardín y la piscina que albergaba le eran suficientes para ser infeliz junto a su princesa.

Con lo que no contó, el que un día fue duque de Lugo, es que su esposa, con la bendición de su noble padre, abandonase aquel hogar que tantos años atrás ya había dejado emocionalmente. Mientras Jaime lloraba sus penas, Iñaki llenaba sus bolsillos y utilizaba a su infanta de escudo ante la mirada escrutadora de una Hacienda que él creía que éramos todos, todos menos él.

Hoy dan risas los comentarios que vertimos sobre los estilismos atrevidos y los gustos refinados de Marichalar. Mayores gustos se ha dado el querubín rubio ante nuestros ojos, sin que nos hayamos percatado durante años de donde salía el dinero con el que pagaba las clases de salsa.

“Otros vendrán que bueno te harán”, dice el refrán y, en el caso de Jaime de Marichalar, el viejo dicho de las abuelas se ha cumplido con creces. Han sido necesarios varios años, un escándalo, una imputación y un sinfín de conductas irregulares, para colocar a cada uno de los yernos del Rey en el lugar que les corresponde.

Iñaki Urdangarin