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La herencia maldita de Carmen Ordóñez
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Gema López

Malas Lenguas

Por
Gema López

La herencia maldita de Carmen Ordóñez

Le conocí cuando tan sólo era un niño, pero se expresaba como un señor ilustrado. Pegado a la Divina, el púber intentaba convencer a la prensa

Foto: Julián Contreras Junior durante el Rastrillo de Nuevo Futuro de Madrid en 2011 (Gtres)
Julián Contreras Junior durante el Rastrillo de Nuevo Futuro de Madrid en 2011 (Gtres)

Le conocí cuando tan sólo era un niño, pero se expresaba como un señor ilustrado. Pegado a la Divina, el púber intentaba convencer a la prensa que se congregaba en la estación del AVE de que su madre no haría declaraciones, después de ventilar a los cuatro vientos sus desamores, malos tratos y adicciones.

Juliancito producía ternura, era la antítesis de su alocada y frívola madre. En realidad, se habían intercambiado los papales y mientras la díscola desafiaba a la vida, él se aferraba más a ella y se empeñaba en salvarla de un destino fatal.

Pasados los años, Julián Contreras ha caído en las redes de una depresión, incapaz de seguir interpretando el papel que en realidad nunca, por edad, le tocó vivir. Porque mientras otros chavales sisaban dinero del monedero para marcharse a la disco de moda, él hacía malabares para que la nevera estuviese llena y mientras los padres de aquella generación esperaban despiertos la llegada de sus hijos un tanto perjudicados a ciertas horas de la noche, Julián buscaba a su madre desesperado cruzando los dedos para que los malos augurios no se cumpliesen.

Cumplió la mayoría de edad en un plató de televisión y, con el dinero recaudado, intentó lo imposible: ingresar a su madre en una clínica para curarse de un mal que ella misma no admitía. Y llegó aquel fatídico 23 de julio de 2004. Juliancito hizo el último esfuerzo por disimular que controlaba su emoción a las puertas del tanatorio donde yacía La Divina, que por única herencia le dejó un inmenso vacío. Nunca se perdonó no poder salvar a su madre, ni sujetar su mano durante su último suspiro. El niño huérfano se deshacía por dentro, mientras disimulaba un dolor del que diez años después no se ha curado.

placeholder Julián Contreras junto a su hermano Fran (Gtres)

En el mes de julio, coincidiendo con el décimo aniversario de la muerte de La Divina, le llamé proponiéndole escribir unas líneas sobre su madre con el fin de descubrir a esa otra Carmen que se escondía cuando los focos se apagaban. Julián me contestó que lo había intentado pero que era incapaz de abrir determinados capítulos de su vida que le seguían produciendo un inmenso dolor, pero disimuló de nuevo y no me hizo partícipe de la profunda depresión que atravesaba. Hasta que el viernes por fin se desnudó.

Las críticas no se hicieron esperar y las redes sociales ardían acusándole. Es cierto que mucha gente se indignó argumentado que en España hay miles de personas que atraviesan peores momentos y no tienen la oportunidad de sentarse en el sillón de los bien pagaos a cambio de unos miles de euros que solucionen el problema. Llevan razón, pero los programas de corazón son lo que son y tan acostumbrados estamos los que trabajamos en ellos a que nos engañen y nos timen inventando historias inverosímiles que, cuando un personaje se sienta y cuenta su verdad, su historia nos traspasa.

Será porque no soporto el fariseísmo disfrazado de marca en portada de revista. Esos también venden. Ni los viajes solidarios financiados con talones millonarios, ellos también comercializan. No aguanto las guerras familiares de grandes ricachones que, a falta de efectivo, nos enseñan sus mansiones mientras nos hablan de cómo les ha afectado la crisis. Será por eso que puestos a cobrar prefiero la franqueza que vi en Julián.

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Le conocí cuando tan sólo era un niño, pero se expresaba como un señor ilustrado. Pegado a la Divina, el púber intentaba convencer a la prensa que se congregaba en la estación del AVE de que su madre no haría declaraciones, después de ventilar a los cuatro vientos sus desamores, malos tratos y adicciones.

Julián Contreras