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Nacho Gay

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Gustavo Bueno tenía razón

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Foto: El expresidente de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el programa 'Espejo Público'
El expresidente de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el programa 'Espejo Público'

Hojeo el libro de Belén Esteban. Sólo lo hojeo, sin leerlo, porque si quisiera suicidarme elegiría desde luego una forma menos dolorosa. Leo sin embargo otras cosas. Por ejemplo, el artículo de uno de mis compañeros en este diario, Juan Soto Ivars, pidiendo, precisamente, que nadie pierda su tiempo entre las páginas deeste sucedáneo. Compadezco a los escritores. No porque Belén Esteban venda más que ninguno de ellos. Al fin y al cabo, no se conoce aún el nombre de literato alguno que haya tenido las agallas de pasar por el lecho de Jesulín de Ubrique. Y eso merece una recompensa, divina o editorial. Lo peor no es vender menos literatura que una señora que vive convencida muy probablemente de que Lord Byron es un personaje de El señor de los anillos; lo peor es compartir estantería con la portada de la doña photoshopeada hasta el infinito para reconstruir con brocha gorda las grietas de su tabique. De todas las formas de humillación inventadas por el hombre, esta es probablemente la más heavy.

Les ha dado a las folclóricas por publicar sus memorias. No sólo a las del extrarradio, sino muy especialmente a las que tiran de langostino en el Barrio de Salamanca. Bono, Solbes, Aznar, González o Zapatero son la coartada perfecta para una Belén Esteban que, por lo menos, de vez en cuando dice alguna verdad, aunque para ello ponga siempre el cazo. José Luis ha sido el último. Se presentó el expresidente con las cejas bien peinadas ante Susanna Griso este miércoles para vender las bondades de su prosa. Se pasó la reina matinal cuarenta minutos barnizando al ego herido de su interlocutor a propuesta probablemente del que ahora es el jefe de ambos, José Manuel Lara. “Escribo este libro porque debía una explicación sobre la crisis”, sentenció. Nada ha tenido que ver, por supuesto, el millón de euros que le pagan por hacerlo. Seis años callado y ahora resulta que el verbo le daba para llenar 300 páginas.

Cuando Zapatero llevaba apenas tres minutos narrando sus cuentos para viejas, unas 150.000 amas de casa pulsaron al mismo tiempo el botón número cinco de su mando a distancia para comprobar si Ana Rosa estaba hablando en ese momento del denominado ‘caso Asunta’. Buscaban un chute de lo que ellas entienden por realidad. Alguien debería decirles a los señores que han convertido las librerías en un cementerio de elefantes que a la historia de España no le pega nada la narración propia del thriller. Nosotros somos más de comedia bufa, de esperpento o de dramón social. Un ejemplo práctico: la imagen en los telediarios de la princesa Letizia escuchando durante diez minutos el discurso de una mujer al borde del desahucio. Eso es cine español.

La gente se pregunta recurrentemente por qué Belén Esteban o Rosa Benito tienen tanto éxito. Se trata un poco de eso, de realidad, de la España que se mira al espejo y prefiere echar balones fuera.Tenemos nosotros bastante más culpa que Vasile, porque para qué quiere un panderetero un violín si no sabe tocarlo. Lo que quiere es una pandereta. Y si, como decía Gustavo Bueno, cada pueblo tiene la televisión que se merece, probablemente también tenga la política y la literatura que se merece. Puede que se trate de un discurso demasiado pesimista para un viernes… Quizá haya hojeado más de la cuenta el libro de la Esteban. Desde luego, hay razones más que suficientespara el suicidio.

Hojeo el libro de Belén Esteban. Sólo lo hojeo, sin leerlo, porque si quisiera suicidarme elegiría desde luego una forma menos dolorosa. Leo sin embargo otras cosas. Por ejemplo, el artículo de uno de mis compañeros en este diario, Juan Soto Ivars, pidiendo, precisamente, que nadie pierda su tiempo entre las páginas deeste sucedáneo. Compadezco a los escritores. No porque Belén Esteban venda más que ninguno de ellos. Al fin y al cabo, no se conoce aún el nombre de literato alguno que haya tenido las agallas de pasar por el lecho de Jesulín de Ubrique. Y eso merece una recompensa, divina o editorial. Lo peor no es vender menos literatura que una señora que vive convencida muy probablemente de que Lord Byron es un personaje de El señor de los anillos; lo peor es compartir estantería con la portada de la doña photoshopeada hasta el infinito para reconstruir con brocha gorda las grietas de su tabique. De todas las formas de humillación inventadas por el hombre, esta es probablemente la más heavy.