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Campos madre y Campos hija, share o no share
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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Campos madre y Campos hija, share o no share

Allí estaban ambas jugando al ping-pong. Madre e hija, que van juntas a todas partes: a las procesiones de la Semana Santa malagueña, a los programas

Foto: María Teresa Campos y su hija Terelu, en una imagen de archivo (I.C.)
María Teresa Campos y su hija Terelu, en una imagen de archivo (I.C.)

Allí estaban ambas jugando al ping-pong. Madre e hija, que van juntas a todas partes: a las procesiones de la Semana Santa malagueña, a los programas de televisión y también a los posados de su revista de cabecera, sin duda el más terrenal de los nirvanas fiscales. Forman un pack indivisible, son el Tip y el Coll de la chabacanería, el champú y el gel de Mediaset; una pareja artística que casi siempre pica en la misma mina a cuatro manos por mediación -digamos esotérica- de una cláusula contractual de esas que se escriben en letra tácita. Siempre tocan a dúo, como El Gordo y El Flaco, como Nacho Abad y su novia abogada.

Y allí estaban, jugando al pim, pam, pum. Campos dando cera a su hija en el directo de Sálvame, bailando al compás que marca la curva de la audiencia. Share o no share, esa es siempre la cuestión. Y ellas son y están. “Me voy a callar porque la vamos a tener gorda”, espetó la hija a cuenta de los comentarios inquisitoriales de su madre por sus idas y venidas amorosas que, de un tiempo a esta parte, son carne de póster de adolescente septuagenario. Un tiempo en el que Terelu se ha revalorizado hasta mandar a su madre al banquillo de las cabeceras de la cosa rosa.

Madre e hija lavando los bártulos en directo. Bravo. Aquel diálogo parecía guionizado por un mal Berlanga o por un buen Vasile, que vienen a ser lo mismo, pero en realidad no era un número más del circo de Jorge Javier. Aquí hay tomate de verdad, porque las Campos, a las que cada vez cuesta más distinguir, por cierto, discrepan en ciertos asuntos. Los personales, como los nueros mal elegidos, no le interesan a nadie; en los profesionales, sin embargo, subyace una parábola certera que explica cómo funcionan las cosas en el cátodo.

Marité le mete caña a su pródiga porque, tras muchos años de funambulismo contractual, sigue viviendo de los restos que ella misma y Jorge Javier dejan en el plato, en este caso plató. Y como eso no da para pagar las suelas rojas de Loubuitin, ha acabado vendiendo su alma al diablo del cuore y concediendo photoshopeados cada vez que tienen que financiar un alicatado en su chalete. En el conflicto que nace entre ser periodista o personaje, entre pasar hambre o tirar de langostino, reside gran parte de este simulacro de diván familiar.

Marité tiene razón. Atrás quedaron para su hija los tiempos en los que una funcionaria de Telemadrid le acercaba una bandeja con un cigarrillo encendido, un yogurt batido y una Coca-Cola con hielo en las publicidades de Con T de Tarde. Ahora la becaria es ella.

Cabalgan madre hija por una versión descafeinada de lo que debió ser, y no fue, un remake tramposo de ‘Eva al desnudo’

Pero lo que olvida probablemente Marité, muy dada a resetearse, es que su camino de retorno a la cúspide de la mesa camilla acabó pisando en el brasero y tuvo que tragarse aquel sonoro “gilipollas” dirigido a Vasile que un día le llenó la boca. Tuvo que aceptar también la supervisión permanente de los contenidos de su versión low cost de Cine de barrio sin cine, Qué tiempo tan feliz, y se vio obligada a pasear tacón por las arterias de ese tipo de corazón, el que late en Sálvame, que ella siempre había rechazado. Su máximo logro periodístico en estos aciagos años ha consistido, de hecho, en haber sido demandada por Aznar. Quizá todo lo que ha aceptado hacer últimamente lo ha hecho precisamente por y para la supervivencia de Terelu, pero eso no justifica nada.

Con el refajo remangado hasta los sobacos cabalgan madre e hija por una versión descafeinada de lo que debió ser -y no fue- un remake tramposo de Eva al desnudo, en el que Margo Channing seguía sin aceptar el crepúsculo, pero elegía a la Eva que debía ocupar su hueco en el Olimpo. Lo dicho: pudo ser y no fue. Así que ambas cogieron la tangente, una más a regañadientes que la otra. Y ahora “show me the money!”, que decía Jerry Maguire. Share o no share.

Allí estaban ambas jugando al ping-pong. Madre e hija, que van juntas a todas partes: a las procesiones de la Semana Santa malagueña, a los programas de televisión y también a los posados de su revista de cabecera, sin duda el más terrenal de los nirvanas fiscales. Forman un pack indivisible, son el Tip y el Coll de la chabacanería, el champú y el gel de Mediaset; una pareja artística que casi siempre pica en la misma mina a cuatro manos por mediación -digamos esotérica- de una cláusula contractual de esas que se escriben en letra tácita. Siempre tocan a dúo, como El Gordo y El Flaco, como Nacho Abad y su novia abogada.

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