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Dubái, el sueño más fastuoso del mundo
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Daniel Camiroaga

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Daniel Camiroaga

Dubái, el sueño más fastuoso del mundo

Rojizas arenas del desierto que dejaron atrás el cadencioso vaivén de viajes pausados a lomos de camellos, por el potente rugido de motores Ferrari para los

Foto: Dubái, el sueño más fastuoso del mundo
Dubái, el sueño más fastuoso del mundo

Rojizas arenas del desierto que dejaron atrás el cadencioso vaivén de viajes pausados a lomos de camellos, por el potente rugido de motores Ferrari para los que no existen las distancias. Reminiscencias de viejas creencias y nuevas costumbres, que combinan las esencias de un desierto legendario con modernos aromas importados. Herencia de ancestrales tradiciones árabes aderezadas con el superfluo lujo y la comodidad occidental. Un país que hunde sus raíces en la dignidad de los antiguos habitantes del desierto, las caravanas de comercio persas y el trabajo abnegado de indios y paquistaníes. Un pequeño pueblo de pescadores y cultivadores de perlas, que ha sabido crecer hacia el cielo y ganar tierra al mar. Arena y agua, convertida en islas de formas caprichosas, dibujadas por la mano del hombre gracias a bolsillos llenos del nuevo oro negro.

 

Dubai es alta, amplia, espaciosa, sin tumultos, limpia, ordenada. Dubái es un sueño meticulosamente planificado para arrancarle a las dunas del desierto, el más grande, el más alto, el más lujoso del mundo; no importa de qué, el sueño incluía el más de cualquier cosa, eso sí, asegurándose de que ningún ciudadano, viviera a más de 500 metros de una mezquita. La mezquita Jumeirah es única que pueden visitar los no musulmanes.

Antiguo protectorado británico de colonias tribales hasta hace apenas 40 años y viejo puerto de mercancías, es hoy parte de un orgulloso estado, que muestra su esplendor al resto del mundo desde su Torre de Babel, la más alta, la más esbelta, el Burj Khalifa, imponente aguja que rasga y penetra el cielo hasta 828 metros. Un mirador en la planta 124 muestra el nuevo decorado de rascacielos plantados en medio de la nada, como un escenario de película futurista.

Cuna de comerciantes árabes y persas, el nuevo Dubái ha sabido reinventarse hasta conseguir que el codiciado oro negro, el petróleo, reduzca su influencia sobre el PIB hasta un escaso 10%. Ideas muy claras sobre el turismo, una adecuada planificación, junto con una agresiva política de extravagantes inversiones en islas ganadas al mar, arropado por un marketing rompedor, el único hotel de 7 estrellas del mundo, el Burj Al Arab; todo ello ha conseguido polarizar entorno de si, carteras repletas de petrodólares y titulares de cuentas bancarias que envidian los suizos.

Tan solo una minoría de la población, un 10%, es autóctona, clase dirigente; el resto, mano de obra más o menos cualificada. Indios, paquistaníes y gente procedente de Bangladesh o Filipinas, que multiplican sus ingresos aquí y mantiene la familia en sus países de origen.

Mujeres que visten negros burkas o chadores y nicabs, con los que cubren su cara de las miradas del resto de los hombres, se cruzan en las tiendas de los malls más grandes y lujosos del mundo, con despreocupadas turistas en camiseta y shorts. Los más de 70 malls abiertos en Dubái han hecho de esta ciudad, la capital de las compras de Oriente Medio. Fastuoso exhibicionismo en el Dubái Mall, el centro comercial más grande del mundo: 1.200 tiendas y 160 restaurantes, comparten espacio con tiburones y miles de especies marinas en el acuario, otra vez, más grande del mundo.

Pero en Dubái no solo existen rascacielos y lujosos malls, hoteles de infarto y los mejores coches del mundo, si no, sería muy aburrido. Entre Bur Dubai y Dubai Creek, se encuentra Bastakia, que se mantiene aún tal y como era el antiguo y humilde barrio de pescadores, dicen que gracias a la intermediación del Príncipe Carlos de Inglaterra, en visita oficial, que consiguió persuadir a las autoridades para que mantuvieran intacta esta zona y conservar así su rico pasado. Bastakia, mantiene sus edificios tradicionales, coronados por las ingeniosas chimeneas o torres de viento, sus viejos pero eficaces sistemas de refrigeración.

Aunque no vive mucha gente, el barrio está lleno de vida, gracias a las numerosas galerías de arte y cafés que han abierto en la zona, como la Majlis Gallery o la XVA Gallery. Barrio en el que todavía se pueden ver a hombres agachados, jugando a las cartas en pequeños patios, mientras fuman en pipa y discuten apasionadamente sobre cosas mundanas y como en todas partes, supongo que también sobre como cambiar el mundo.

Los abra, botes para cruzar el río desde Bur Dubai, hasta el zoco de las especies y que usan los trabajadores que tienen que trasladarse al trabajo. Horarios de salida inflexibles y rigurosos, meticulosamente respetados. Los abra salen cuando se llenan sus aproximadamente 20 asientos.

Viejos barcos mercantes de pequeña eslora, atracados a la orilla del río, salidos de otra época, pintados en llamativos colores, cargan todo tipo de mercancías extrañas en sus abigarradas cubiertas: lavadoras, algún coche viejo, y todo tipo de embalajes, con destino a Somalia o más abajo del cuerno de África. Marineros acostumbrados a una vida dura, cuyo aspecto delata sus muchas fatigas, duermen encima de la carga y comen bajo la sombra que les proporciona la carga en el muelle.

El pequeño zoco de especias, el de telas y el de oro, son interesantes, pero a mí el que me cautivó fue el de pescado, fascinante, al aire libre, protegido del sol, solo por una lonas, se venden todas las especies de pescado que se pueden encontrar en la zona. Supongo que con el calor, el pescado debe venderse y consumirse en el día. Muy apetecible el mercado de frutas y verduras, traídas de todo oriente, dulces y buenísimos dátiles e higos de Siria.

El desierto es esa mágica formación de arena, que cambia sus líneas, sus crestas y siluetas con el viento o la luz del día. Aunque lo más habitual es ir al desierto en 4X4. Te recomiendo que lo descubras, desde el aire, al amanecer, en un silencioso paseo en globo para alucinar con las rojizas arenas y formaciones del desierto.

Para comer de lujo, en el Grosvenor Hotel o en el Hilton Creek, pero ya que estás en Dubái debes probar las especialidades que sirven en Al Dhiyafah Road, donde comen los trabajadores: cocina india, iraní o libanesa, en modestas casas de comida.

Para cenar, en el restaurante del Royal Mirage Hotel, y en sus espléndidas terrazas donde puedes incluso tomar una copa.

Y dormir, en el hotel Al Bastakiya, en el tradicional barrio del mismo nombre, un alojamiento con mucho encanto, mucha personalidad, de construcción original arquitectura persa y muy diferente a los grandes resorts occidentales. Forma parte de la XVA Gallery y su café.

Rojizas arenas del desierto que dejaron atrás el cadencioso vaivén de viajes pausados a lomos de camellos, por el potente rugido de motores Ferrari para los que no existen las distancias. Reminiscencias de viejas creencias y nuevas costumbres, que combinan las esencias de un desierto legendario con modernos aromas importados. Herencia de ancestrales tradiciones árabes aderezadas con el superfluo lujo y la comodidad occidental. Un país que hunde sus raíces en la dignidad de los antiguos habitantes del desierto, las caravanas de comercio persas y el trabajo abnegado de indios y paquistaníes. Un pequeño pueblo de pescadores y cultivadores de perlas, que ha sabido crecer hacia el cielo y ganar tierra al mar. Arena y agua, convertida en islas de formas caprichosas, dibujadas por la mano del hombre gracias a bolsillos llenos del nuevo oro negro.