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Santorini, una gota de lava en el Mediterráneo
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Daniel Camiroaga

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Daniel Camiroaga

Santorini, una gota de lava en el Mediterráneo

Sobrecoge arribar a la más lejana de las Islas Cícladas. Entre dos islotes, el barco penetra en la laguna, quieta, que cubre el gigantesco cráter del

Foto: Santorini, una gota de lava en el Mediterráneo
Santorini, una gota de lava en el Mediterráneo

Sobrecoge arribar a la más lejana de las Islas Cícladas. Entre dos islotes, el barco penetra en la laguna, quieta, que cubre el gigantesco cráter del volcán que modeló la isla en forma de luna en cuarto creciente. Sobre sus escarpados acantilados, auténticas fortalezas inexpugnables de tierra parduzca, salpicada aquí y allá de pequeñas casas blancas. Fira, su capital, cuelga en el vacío, sobre el agua, mientras otros pueblos blancos parecen descansar sobre las cumbres como si fuera nieve.

Santorini, una gota de lava en el Egeo, rodeada de un mar azul que degrada su color hasta hacerse transparente. Pequeñas barcas de pesca, se mecen suspendidos en un mar que parece no existir; casas cúbicas blanqueadas por la cal, inmaculadas; ventanas y puertas azul cobalto abiertas al cielo y al mar; molinos y capillas cuyos campanarios de dos y tres alturas, que redoblan solitarios y olvidados durante el invierno y se iluminan de nuevo en cuanto el sol calienta la isla despertando toda su belleza y romanticismo. La isla despliega todo su colorido en las mágicas puestas de sol, que van desde el dorado brillante hasta el fuego anaranjado intenso. En Imerovigli, desde alguno de sus numerosos bares y cafés, se disfruta de espectaculares vistas sobre la caldera del volcán. La capilla de Profitis Ilias, el lugar más alto de la isla con 567 metros, te ofrece una increíble panorámica del Egeo y las islas cercanas de Sikinos, Folegandros, Amorgos, Paros y Naxos.

¡Playas de colores! De grava negra, las más; una de sorprendentes tonos rojizos en Akrotiri y la espectacular playa blanca, de peñas blancas y arena oscura; todas ellas aliviadas por una brisa que sopla constante.  Las aguas azul turquesa de la cosmopolita playa de Kamari, una de las más concurridas de la isla. Las más frecuentadas por los jóvenes son Perissa, Perivolos y Agios Georgios, que en realidad se extienden una tras otra, creando la más extensa y larga con multitud de animados bares.

La ascensión a Fira, de pequeños callejones, calles empedradas, tabernas de siempre, tiendas de artesanía y románticos restaurantes de un excelente pescado fresco; se realiza en burro, funicular o a pie, tras superar un desnivel de 565 escalones. Para los más atrevidos, una marcha a pie desde Fira a Oia, sobre los acantilados y el mar a tu izquierda, no tiene precio.

Oia, pronunciada 'ia', a tan solo once kilómetros de Fira, está enclavada sobre los acantilados de la bahía de Armeni. A última hora, desde la vieja muralla del castillo, se tienen las mejores puestas de sol. Abajo, en el pequeño embarcadero, el agua agitada por el viento, salpica las terrazas de los restaurantes a pie de mar.

Viñedos cultivados en terrazas. En la bodega cooperativa Santo Wines, combina el placer de un buen vino con el queso de la isla y una salsa de tomate especial mientras disfrutas de unas vistas maravillosas.

Mientras el sol va cogiendo altura, el gusto de un buen desayuno: café, cremoso yogurt griego y algo de fruta, frente al mar.

Para comer: en la bahía de Oia, la taberna Dimitris, buenísimo pescado fresco a la orilla del mar, mientras te salpica el agua.

Para dormir: el Mystique Hotel, en Oia. En su restaurante al aire libre se cena el mejor marisco al borde del acantilado mientras se pone el sol. El Icons Hotel en Imerovigli, un placer.

Sobrecoge arribar a la más lejana de las Islas Cícladas. Entre dos islotes, el barco penetra en la laguna, quieta, que cubre el gigantesco cráter del volcán que modeló la isla en forma de luna en cuarto creciente. Sobre sus escarpados acantilados, auténticas fortalezas inexpugnables de tierra parduzca, salpicada aquí y allá de pequeñas casas blancas. Fira, su capital, cuelga en el vacío, sobre el agua, mientras otros pueblos blancos parecen descansar sobre las cumbres como si fuera nieve.