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Jodhpur, una puerta azul hacia el Thar
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Daniel Camiroaga

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Daniel Camiroaga

Jodhpur, una puerta azul hacia el Thar

El barrio de Brahmpuri, un mar de fachadas azules índigo, es casi la última estación antes de adentrarse en el árido desierto de Thar. Algo caótica

Foto: Jodhpur, una puerta azul hacia el Thar
Jodhpur, una puerta azul hacia el Thar

El barrio de Brahmpuri, un mar de fachadas azules índigo, es casi la última estación antes de adentrarse en el árido desierto de Thar. Algo caótica y ruidosa, la actividad en Jodhpur, la segunda ciudad mayor del estado de Rajastán (India) es trepidante, y la calle hierve con gentes de tranquila y amable apariencia que rompen su tez cobriza con una sonrisa blanca permanente.

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Un paisaje heterogéneo en el que con aparente normalidad. Unos duermen en la calle; niños convertidos en adultos que cuidan de hermanos menores entre vacas famélicas de grandes cuernos que deambulan por la ciudad sin rumbo y algún perro adormilado; niñas, aplicadas escolares con cuidados uniformes azulados; tuk tuks, motocicletas y carros que se cruzan y hacen sonar frenéticamente sus bocinas; viejas mansiones, havelis de grandiosas puertas de madera y pequeños balcones de hierro forjado que apenas se tienen en pie; más niños, en cualquier ensanche, volando cometas o jugando al criquet, y mujeres vestidas con llamativos saris azafranados que portan pesados fardos en la cabeza...

Al aflojar un poco el calor, cuando cae la tarde, la ciudad invita a dar un paseo por el laberinto de estrechas callejuelas en las que no hay aceras. Cada centímetro de calle bulle de vida y energía.

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Bajo la torre del reloj, símbolo de la vieja ciudad amurallada, se despliega el mercado de Sardar. Aquí se vende y se compra todo. Puestos de verduras sobre carromatos destartalados, atendidos por hombres de barba blanca y elegante dignidad. Dulces y especias cuyo fuerte olor impregna todo. Cientos de pequeñas tiendas y bazares de platerías, cuencos de barro, artesanos tallando brazaletes con herramientas antiguas y algo oxidadas. Mujeres haciendo guirnaldas con delicados pétalos de rosas. Pashminas y saris de vivos colores. Una taza de chai, largas conversaciones y mucha paciencia, son parte del ritual de su infinita hospitalidad. En las cercanías del mercado, hogares y tiendas se confunden haciéndose una.

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La inexpugnable fortaleza de Mehrangarh, que no ha sido tomada jamás, muestra a través de sus 7 puertas una gran riqueza interior con repujados de oro y estuco. Magnífico el salón de perlas y vidrieras de colores, donde el maharajá recibía en audiencia o el salón de los espejos. Fabuloso el harén guardado por eunucos y el venerado templo Chamunda Mataji.

También es imponente el palacio Umaid Bhawan, construido en el siglo XX por 3.000 artesanos que labraron el mármol y la piedra arenisca de color dorado. Actualmente es residencia de la familia real, hotel y museo.

El polo hizo a la ciudad famosa en el mundo y popularizó sus conocidos pantalones de montar.

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Deliciosos thalis, pequeños platos de verduras y arroz en el modesto hotel Priya. Busca las colas de gente para encontrar las deliciosas samosas que hacen en el momento y se rellenan de casi cualquier cosa, con un toque picante. Para cenar, el restaurante de la terraza del fuerte Mehrangarh. Excelente thalis, platos indios y occidentales, aunque la comida es casi irrelevante ante la esplendida vista sobre la ciudad que se extiende iluminada, más imponente aún que durante el día. Indique Restaurant, junto a la torre del reloj, para tomar un gin tonic al caer el sol o cenar a la luz de las velas con impresionantes vistas sobre la fortaleza y la ciudad. On the Rocks, el restaurante del palacio y al que acude la gente joven y más pudiente de la ciudad.

Para dormir, sin duda, el Palacio Umaid Bhawan, lujo propio de Maharajas. Y en el desierto de Thar, el Rohet Garh Camp: silencio y vistas espectaculares sobre las dunas infinitas.

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El barrio de Brahmpuri, un mar de fachadas azules índigo, es casi la última estación antes de adentrarse en el árido desierto de Thar. Algo caótica y ruidosa, la actividad en Jodhpur, la segunda ciudad mayor del estado de Rajastán (India) es trepidante, y la calle hierve con gentes de tranquila y amable apariencia que rompen su tez cobriza con una sonrisa blanca permanente.