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Sintra, el edén de Lord Byron
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Daniel Camiroaga

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Daniel Camiroaga

Sintra, el edén de Lord Byron

Tierra de palacios de fantasía y de verdes paisajes de eucaliptos y pinos, calles empedradas y rica gastronomía. Sintra fue diseñada para cautivar a los reyes que

Foto: Sintra, el edén de Lord Byron
Sintra, el edén de Lord Byron

Tierra de palacios de fantasía y de verdes paisajes de eucaliptos y pinos, calles empedradas y rica gastronomía. Sintra fue diseñada para cautivar a los reyes que cayeron enamorados de esta tierra de luz y sol, donde la brisa del océano queda atrapada en la sierra.

Una ciudad levantada sobre los sentidos y sentimientos de quienes se rindieron a los encantos de este pedazo de tierra portuguesa. Palacios, torres, claustros e iglesias forradas de azulejos azules y blancos. Monarcas que coronaron los cerros de la sierra con castillos y desplegaron palacetes por la falda de la colina.

Musa e inspiración de escritores, músicos y pintores que dejaron en sus obras testimonios de la belleza de la zona. Escritores como Pessoa o Lord Byron, que la definió como el Edén; compositores como Strauss y pintores como Cristino da Silva o Domenico Schioppetta, que también sucumbieron a sus encantos.

Tiendas de vinos, cerámicas y tapices bordados alrededor de la plaza principal. Pasea por sus callejuelas, empinadas cuestas y estrechas escalinatas adornadas por macetas repletas de flores y arcadas que transitan cubiertas de un lado a otro de una calle. Animada de día e interesante al atardecer cuando sus calles y plazas se vacían de turistas; bares, cafés y casas de té en antiguas y señoriales casonas.

El emblemático Palacio da Pena de cúpulas moriscas, formas redondeadas y amarillos que imitan dorados, recuerdan a Disney o paisajes de Baviera. Enfrente, las murallas y las ruinas del Castillo de los Moros. En el corazón del casco antiguo, el Palacio Real, con sus características chimeneas cónicas, como penachos simbólicos de la ciudad. A la lumbre de estas, el Rey Juan Manuel recibía las buenas nuevas de los descubrimientos del otro lado del Océano. Visita el llamado convento de los capuchos, un pequeño monasterio Franciscano lleno de encanto, pequeño, de bajos techos y minúsculas celdas. Imprescindible la visita a los ricos jardines de Quinta da Regaleira, huella de un pasado de lujo y placer.

Para todos aquellos que añoran la infancia, el Museo del Juguete (Museu do Bringuedo) atesora la colección de cuarenta mil juguetes de todas las épocas y géneros que Joao Arbués Moreira comenzó cuando apenas tenía catorce años.

Tierra de vocación atlántica que se asoma al mar, descubriendo playas paradisiacas e iluminando la navegación desde Cabo da Roca, desde cuyos acantilados se disfrutan las mejores puestas de sol. Almejas y gambas con una buena cerveza helada en el restaurante de la Playa da Adraga.

Y es que Sintra también enamora por el paladar: lechón de Negrais, cerdo y cabrito, y en el litoral, un estupendo róbalo o un buen sargo, mariscos, buenas raciones de pulpo, mejillones o percebes. Las queijadas, el dulce por excelencia... y todo ello con un buen vino de Colares.

En Praça da Republica, la plaza principal de la ciudad vieja, a la sombra de los árboles, el Café París que durante el día se encuentra lleno, es un placer para tomar un buen postre después de cenar, ya tranquilo y sin gente.

La pastelería Piriquita es la mejor para probar las queijadas. Una vez que el sol se pone y las calles se van quedando desiertas de turistas, date el lujo de tomar unas buenas sardinas asadas con pan y una frasca de vinho verde. Cena en la terraza del restaurante del Hotel Sant Lawrence.

Para dormir, Seteais Palace, a las afueras de la ciudad, un lujoso alojamiento ubicado en un antiguo palacio. En el centro, el hotel Sant Lawrence es el segundo más antiguo del mundo.

Tierra de palacios de fantasía y de verdes paisajes de eucaliptos y pinos, calles empedradas y rica gastronomía. Sintra fue diseñada para cautivar a los reyes que cayeron enamorados de esta tierra de luz y sol, donde la brisa del océano queda atrapada en la sierra.