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Crónica Día 20. De vuelta a casa
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Ángel Viñas i Aliau

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Crónica Día 20. De vuelta a casa

Esta mañana me he levantado y la conexión a Internet, que ayer no funcionaba, hoy tampoco, así que no he podido enviar nada. He desayunado, cargado

Foto: Crónica Día 20. De vuelta a casa
Crónica Día 20. De vuelta a casa

Esta mañana me he levantado y la conexión a Internet, que ayer no funcionaba, hoy tampoco, así que no he podido enviar nada. He desayunado, cargado la moto, verificado cual de los cuatros Poznan que me aparecían en el navegador era el mío (con lo de Bernotai ya tenía yo poca confianza) y salí hacia allí.

Mucho tráfico y un tipo de carretera que hacía difícil los adelantamientos. Llegué a la concesión de BMW de Poznan a la hora prevista. Las 15:00 horas. Otra magnífica concesión con imagen de marca idéntica a las que conozco. No se hicieron cargo de la moto hasta las 16:00 horas. Pedí si podía cambiar el aceite y me dijeron que no

Me entregaron la moto a las 19:00 horas y tuve un gran disgusto: ¡Me habían lavado la moto! Llevaba en la moto mosquitos, arena y barro de catorce países recogidos durante casi 20 días…Aquello tenía que haberlo lavado yo y en mi casa. Bueno, ya estaba hecho y la moto iba de maravilla con los Contiental Attack que me habían puesto.

Me senté y puse destino a casa. Empecé a conducir tranquilo, el aceite tenía ya más de 15.000 kilómetros y me faltaban otros 2.700 para llegar a casa, así que decidí no pasar de las 4.500 rpm, es decir unos 130 k/h. La carretera era magnífica. Pensé en dormir en Berlín pero me encontraba muy cómodo, luego en Postdam, en Leipzig, en Nuremberg, pero seguía bien, concentrado en la conducción y no estaba cansado, en Stuttgart, en Estrasburgo ya se hizo de día y allí tengo la casa de mis queridísimos tíos y primos, pero me encontraba descansado, así que seguí, en Besançon, magnífica ciudad universitaria en la viví unas semanas estudiando francés, en Lyon donde empezó ya hacer calor, en Montpelier donde hacía ya 35 grados, en Barcelona donde tengo a gran parte de mi familia, en Lleida, donde llegué sobre las siete de la tarde, y ya decidí que seguía hasta casa. Llamé para avisar de que probablemente llegaría esa noche y pedir un gran chuletón de cena y una buena botella de vino.

Los últimos kilómetros, desde Zaragoza a Madrid, Fomento me tenía preparada un gran demo de todo lo que se puede hacer en unas obras en esa carretera-escuela-taller, que es la siempre inacabada A-2. Los millones de reflectantes, las luces de las obras, las miles de señales en una secuencia imposible de leer y las intermitencias de los molinos eólicos. Parecía aquello, por oposición a las obras rusas, una película de Spielberg, y se me hicieron un poco pesados. Si me entraba el sueño o notaba falta de concentración, me quedaba a dormir donde fuera. Nadie me esperaba hasta el lunes, así que tenía mucho margen. No fue así y llegué a casa sobre las 23:30 horas del miércoles.

Había hecho los 2.700 kilómetros de Poznan a Madrid en unas 28 horas, muy despacio, muy tranquilo, muy concentrado, pero es que no debía, ni podía correr. No tuve incidentes de ninguna clase durante el viaje de regreso, salvo el mucho calor y las dichosas obras de la A-2. Naturalmente fui parando cada dos horas y en ocasiones antes, para repostar, beber, estirar las piernas, hacer un poco de gimnasia y estiramiento, comer algo, cambiar las pilas al Spot, hacer alguna llamada... En fin, que no fui de carreras, sino todo lo contrario.

La moto es muy cómoda, a mí siempre me ha gustado hacer largas tiradas y me gusta conducir…      

La familia me estaba esperando. Mis perros, mi cava de bienvenida, mi ducha, mi chuletón de 1,5 kilos, mi Pago de Carraovejas, un buen puro, mi cama… qué bien se está en casa.

Últimos vídeos, apuntes, conclusiones del viaje y agradecimientos en mi blog: 'Ángel on the road'

Esta mañana me he levantado y la conexión a Internet, que ayer no funcionaba, hoy tampoco, así que no he podido enviar nada. He desayunado, cargado la moto, verificado cual de los cuatros Poznan que me aparecían en el navegador era el mío (con lo de Bernotai ya tenía yo poca confianza) y salí hacia allí.