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La Ancha y El Mesón de Fuencarral, cocina atemporal
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La Ancha y El Mesón de Fuencarral, cocina atemporal

Procuramos no dejar nunca de lado aquellos locales que nos acompañan desde hace muchos años con un estilo de cocina de alguna manera, atemporal

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Hablar de las últimas novedades gastronómicas o de formatos de cocina más o menos exóticas siempre es atractivo. Sin embargo, procuramos no dejar nunca de lado aquellos locales que nos acompañan desde hace muchos años con poca o ninguna innovación pero con un estilo de cocina de alguna manera, atemporal, donde apetece volver cada cierto tiempo para comprobar que casi todo sigue igual (o al menos eso nos gusta pensar), como es el caso de los dos protagonistas de hoy.

Existen ciertos paralelismos entre ambos: nacimiento a comienzos de la década de los 30, varias generaciones de la misma familia (los Redruello en La Ancha, los Dios en El Mesón) a cargo del negocio o el respeto por la tradición y la cocina 'de toda la vida' (o “comfort food, que dicen algunos). Y hasta ahí los paralelismos, ya que lo que sale de las cocinas de ese caserón en una de las vías de salida de Madrid que aloja al Mesón de Fuencarral y lo que se cuece en los fogones de la calle Príncipe de Vergara (o en los de su hermana de la calle Zorrilla) para el caso de La Ancha, es bien distinto.

En el caso del primero es mejor ceñirse a los platos básicos (y cuanto más básicos, mejor), esos que corren el riesgo de permanecer sólo en nuestra memoria por ser despreciados por la mayoría de cocineros “de autor” que pueblan muchos de nuestro fogones; magníficos torreznos, huevos bien fritos con paleta ibérica, estupendas migas o una notable tortilla de patatas deben disuadirnos de asados o cortes de carne nobles que, aunque en carta, son ganas de meterse en camisas de once varas que pueden hacer cambiar radicalmente el signo la valoración de la comanda.

En La Ancha, se maneja un producto como poco, notable (no es difícil sorprenderse con algún pescado o marisco que harían palidecer a establecimientos de reputado prestigio en estas lides) aunque son algunos de los platos icónicos los que justifican volver una y otra vez a esta casa. Me refiero al escalope Armando, los callos, la tortilla guisada con almejas o, como en el caso de la última visita, un pisto de esos que tras pasar muchas horas en los fogones esbozan una sonrisa en el comensal cuando se da buena cuenta de él.

El servicio de sala en ambos casos es de esos “de toda la vida”, algo seco en el trato en el caso del Mesón de Fuencarral y magníficamente acogedor en La Ancha, aunque con tendencia a desbordarse (y eso que Santi Redruello no pierde comba un instante de lo que sucede en la sala) antes los habituales llenos en la sala, especialmente a la hora de comer los días entre semana. Y hablando de sala, ahí ganan por goleada las instalaciones del Mesón de Fuencarral, con una enorme terraza cuando el tiempo lo permite y, especialmente, con ese puñado de mesas que rodean la chimenea de uno de sus comedores y que invitan a estirar todo lo posible las sobremesas cuando el frío aprieta fuera. El comedor de La Ancha es algo angosto y como desahogo cuenta con una terraza recientemente reformada por uno de esos estudios de arquitectura omnipresentes, pero no deja de tener las incomodidades de cualquier terraza urbana.

Por último, no pidan peras al olmo exigiendo vinos foráneos de pronunciaciones imposibles ya que lo que gusta al público habitual de ambas casas es encontrarse con las referencias de riberas y riojas con las que llevan años acompañando ágapes y no están las cosas para cambiar ahora de costumbres.

En definitiva, dos buenos sitios que, mientras lo sigan mereciendo, debemos contribuir a preservar dentro del panorama gastronómico capitalino.

Calificaciones La Ancha

Calificaciones El Mesón de Fuencarral


Hablar de las últimas novedades gastronómicas o de formatos de cocina más o menos exóticas siempre es atractivo. Sin embargo, procuramos no dejar nunca de lado aquellos locales que nos acompañan desde hace muchos años con poca o ninguna innovación pero con un estilo de cocina de alguna manera, atemporal, donde apetece volver cada cierto tiempo para comprobar que casi todo sigue igual (o al menos eso nos gusta pensar), como es el caso de los dos protagonistas de hoy.

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