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Toda la verdad gastronómica en el Motel Empordà
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Toda la verdad gastronómica en el Motel Empordà

Si quieren encontrar toda la verdad y nada más que la verdad gastronómica, ya saben: olviden ferias vacías, 'showcookings' y similares, reserven mesa aquí y lo entenderán

Foto: Motel Empordà
Motel Empordà

Lo reconozco, cada vez me cuesta más esfuerzo buscar una motivación para descubrir el penúltimo proyecto de alguno de los cocineros de postvanguardia (horrible palabra, por cierto). Siento pereza por tener que hacer un esfuerzo intelectual que me permita descifrar el mensaje oculto tras un menú degustación. Me aburren los lienzos, las cocinas integradas que a veces parecen púlpitos desde los que agasajar a los fieles, me desagradan las mesas desnudas y percibo poco valor en el uso intensivo de una serie de ingredientes que parecen el paradigma de la fusión y sin embargo están al alcance de cualquiera que se dé un paseo por las tiendas de la madrileña calle General Margallo.

Por esos motivos y alguno adicional, cada vez disfruto más con sitios como el Motel Empordà. Una vez que uno cruza el umbral de la puerta y atraviesa la recepción del hotel, se siente un veraneante de los años 60, aquellos que tras cruzar media península disfrutaban de unos días de sol y playa en la Costa Brava. La decoración, por llamarlo de alguna forma, parece anclada en esa década. No nos llevemos a engaño, ya que entrar en el comedor y ser recibidos cálidamente por el veterano Jaume Subirós, 'alma mater' de un proyecto en el que comenzó a trabajar siendo adolescente, hace que inmediatamente pensemos más en las vivencias del gran Josep Pla, algunas de ellas muy ligadas a este establecimiento.

Pidan ser acomodados en una de las dos mesas pegadas al ventanal, sin duda las mejores de un comedor en el que, a pesar de la decadencia decorativa, el espacio entre mesas, el silencio y el espíritu que impregna el ambiente predisponen alma y estómago para la mejor de las experiencias.

Carta corta donde el producto de temporada y de proximidad es el protagonista absoluto en elaboraciones aparentemente sencillas, de técnica y punto irreprochables y sobre todo de profundo sabor.

Comenzamos errando. No había erizos (que sí aparecían en carta), ya que un proveedor local se había retrasado con el envío. Sin problemas, ya que en su lugar nos pusieron unos magníficos guisantes de Llavaneras preparados a la forma clásica; con morcilla (o butifarra) y menta. Delicados, dulces, potentes. Tampoco pudimos resistirnos a unas sublimes colmenillas (frescas, que estamos en temporada) a la crema o, mejor aún, simplemente salteadas con ajo. Difícil superar la extrema sencillez.

Una vez metidos en faena, seguimos subiendo peldaños con el producto puro y duro, como las magníficas y fresquísimas gambas de Palamós preparadas a la sal, en una suerte de papillote que permite conservar todos los jugos de la cabeza en su interior y cocer levemente el cuerpo. Gambas al cuadrado. Tampoco dejamos rastro de unos sobresalientes pulpitos, sobre una cebolla pochada durante horas y un fondo de esos que muestran las habilidades de cualquier excelente cocinero sin necesidad de que tenga un nombre propio de los que invaden las redes sociales.

Probamos alguna cosas más, siempre al mismo nivel, aunque nos dejamos fuera (no era el día) la parte más contundente de la carta, aquella que se toma con cuchara y que será con seguridad objeto de una segunda visita cuando el frío vuelva a apretar.

De postre, la mejor opción es, sin duda, bucear en uno de los mejores carros de quesos nacionales. Más que la variedad, destaca el perfecto afinado y el exotismo de algunas referencias de diminutos productores locales, especialmente en quesos azules.

Carta de vinos en una 'tablet', chocante en el contexto del local, muy corta y con la sensación de que esconde más de lo que muestra.

Servicio de alta escuela, sea veterano o joven, con cuidada distancia con el comensal pero de eficacia y amabilidad sobresalientes.

Si quieren encontrar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad gastronómica, ya saben: olviden ferias vacías, 'showcookings' y muchas de las epatantes salas ubicadas en hoteles de campanillas, reserven su mesa y entenderán de lo que les hablo.

Motel Empordà. Av. de Salvador Dalí i Domenech, 168. Figueres (Girona).

Calificaciones

Lo reconozco, cada vez me cuesta más esfuerzo buscar una motivación para descubrir el penúltimo proyecto de alguno de los cocineros de postvanguardia (horrible palabra, por cierto). Siento pereza por tener que hacer un esfuerzo intelectual que me permita descifrar el mensaje oculto tras un menú degustación. Me aburren los lienzos, las cocinas integradas que a veces parecen púlpitos desde los que agasajar a los fieles, me desagradan las mesas desnudas y percibo poco valor en el uso intensivo de una serie de ingredientes que parecen el paradigma de la fusión y sin embargo están al alcance de cualquiera que se dé un paseo por las tiendas de la madrileña calle General Margallo.

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