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Esa rubia guapa y tonta
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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Esa rubia guapa y tonta

Hitchcock amaba a las rubias por encima de todas las cosas, pero acabó casándose con una morena. Hace tiempo leí en un artículo genial, creo recordar

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Esa rubia guapa y tonta

Hitchcock amaba a las rubias por encima de todas las cosas, pero acabó casándose con una morena. Hace tiempo leí en un artículo genial, creo recordar que de Guillermo Cabrera Infante, que Alma Reville había sido el alma mater de Hitchcock pero sobre todo su alma de casa, mientras él aprovechaba el tiempo para ligar con Marnie la ladrona, que además de ser rubia estaba muy buena. Hitchcock aparte de gordo era muy listo. Él ha hecho más que nadie por las rubias. Nos enseñó a amarlas. El cine nos enseñó. Pero entonces todas las morenas quisieron ser rubias y se oxigenaron hasta las trancas. Las rubias dejaron así de ser exóticas, porque había muchas; sin embargo ganaron en gracia, ya que había que desnudarlas para saber si eran realmente rubias. Lo malo de todo esto es que el peróxido que se echaban en la cabeza -no leyeron bien el prospecto- a muchas les obstruía el cerebro, y de ahí surgió su fama de tontas.

De todas las rubias tontas que conozco, dejando de lado a Tippi Hedren, Patricia Conde es la que mejor me cae. No sé a ciencia cierta si es tonta o se lo hace. Tampoco sé si es rubia natural o 'de bote', porque aún no la he visto desnuda. Sin embargo me divierte. Bastante más que su compañero de andanzas, Ángel Martín. La vi hace unos días, o unos meses, no sé muy bien, protagonizando un reportaje fotográfico para un semanario, en el que se metía en la piel de todas las rubias de Hitchcock. He de reconocer que desde ese momento la miro con otros ojos. Ya no me parece una pavisosa sin glucosa como hasta entonces. Es más, me parece lo mejor de Sé lo que hicisteis, un programa que con el tiempo se ha acabado convirtiendo exactamente en aquello que critica: corazón de melón hecho, eso sí, con cierta retranca, cierta gracia, cierta mala leche. Lo cual celebro.  

Luchaba ayer Patricia Conde porque su espacio, renovado y ampliado, pudiera hacer frente a las novedades de la franja vespertina de Telecinco. Pero Vasile, que es muy listo, y aficionado al cine, ha puesto en su cadena a otra rubia tonta para competir con Patricia. Mucho me temo, eso sí, que Marisa Martín-Blázquez, nueva presentadora de un también renovado Está pasando, no se hace la rubia ni tampoco la tonta. Lo es. Rubia, digo. Me atrevería a apostar por ello sin necesidad de desnudarla. Lástima, eso sí, que todas las rubias no sean como Tippi Hedren. O como Patricia Conde. La pobre Marisa, que lleva toda su vida relatando la vida de las folclóricas, se defiende malamente con las palabras. El cuore es lo que tiene, que oxida aún más que el peróxido.

Y el programa de Marisa está lleno de peróxido y de cuore, una combinación letal. Lo sintonizo ayer y escucho: “La economía es una cosa muy seria, porque dependemos de ella”. Moncho Borrajo descubrió América en el trascurso de un sesudo debate de rubias de bote que mantuvo con Ayanta Barilli, cuyo padre, el polifacético Sánchez Dragó, también se suele teñir de cuando en cuando. Hablaban, en un programa de corazón, un actor en vías de extinción y una experta en el amor -lo demuestra todas las mañanas en la COPE- y en el karma -herencia paterna- sobre la crisis económica que vive España. Faltaba Yola Berrocal, en permanente proceso de oxidación, moderando el debate. Si nos llegan a decir que la remodelación de este programa pasaba por esto, nos quedamos con Peñafiel.

La historia de aquellas morenas que un día quisieron ser rubias se repite. Telecinco se disfraza ahora de cadena medio seria y Moncho Borrajo de gurú financiero. Que no se me enfaden las rubias, yo sólo quería denunciar aquí el exceso de peróxido que hay en el mundo.  

Hitchcock amaba a las rubias por encima de todas las cosas, pero acabó casándose con una morena. Hace tiempo leí en un artículo genial, creo recordar que de Guillermo Cabrera Infante, que Alma Reville había sido el alma mater de Hitchcock pero sobre todo su alma de casa, mientras él aprovechaba el tiempo para ligar con Marnie la ladrona, que además de ser rubia estaba muy buena. Hitchcock aparte de gordo era muy listo. Él ha hecho más que nadie por las rubias. Nos enseñó a amarlas. El cine nos enseñó. Pero entonces todas las morenas quisieron ser rubias y se oxigenaron hasta las trancas. Las rubias dejaron así de ser exóticas, porque había muchas; sin embargo ganaron en gracia, ya que había que desnudarlas para saber si eran realmente rubias. Lo malo de todo esto es que el peróxido que se echaban en la cabeza -no leyeron bien el prospecto- a muchas les obstruía el cerebro, y de ahí surgió su fama de tontas.