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Juego de Tronistas
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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Juego de Tronistas

  

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Un solo trono y varios reyes. Un pueblo medio muerto de hambre. Un gobierno de peleles. Puteros en la corte. Una rubia que reclama honores desde el extranjero. Fantasmas y guerras del pasado que resucitan de cuando en cuando. Hijos bastardos desterrados al otro lado de El Muro (que aquí pilla por Estrasburgo)…

O yo me he vuelto loco o España se parece cada vez más a un capítulo de Juego de Tronos.

Sí, yo también he sucumbido. Vi el ‘piloto’ hace años. Caminantes Blancos, dragones… Pensé que no era una serie para mí. Sin embargo, me he visto obligado a tragarme dos temporadas y media del tirón en los últimos seis días como parte de un programa estatal de reinserción social, que me facilitará poder mantener una conversación en mi trabajo o en las cenas con mis amigos, de las que había quedado completamente excluido. Se puede decir que hoy vuelvo a tener patria.

He soportado con entereza esos veintitantos capítulos de cincuenta minutos cada uno, aunque tengo el umbral mínimo de la asimilación de la fantasía muy, muy bajo. Una vez intenté ver la versión extendida de El Señor de los Anillos y acabé vomitando. Y eso a pesar de que las metáforas de Tolkien siempre me han caído simpáticas. En las obras del autor británico veo a Maquiavelo por todas partes, pero en las películas de Peter Jackson, 17 premios Oscar después, le intuyo lo justo. Sin embargo, creo que el subtexto sí permanece vivo en la adaptación televisiva de Juego de Tronos, novela de George R. R. Martin.

A Pablo Iglesias, que en un gesto no desprovisto de mala baba le regaló hace unos días la serie a Felipe VI, supongo que para que vea las barbas de sus vecinos cortadas, le chifla Juego de Tronos por su retórica política. Sin embargo, aunque es cierto que el baile de intrigas palaciegas es sugerente, no lo es menos que ese material queda algo deslucido por la vocación de culebrón que tiene la trama principal. Si por algo se me hace realmente interesante a mí el material es por la presencia permanente en la narración de El Muro y de su significado en las vidas de los reyes y de la plebe. Un dique de piedra situado muy al norte que separa, literal y metafóricamente, al hombre de sus miedos, de sus monstruos. Un viaje (lo haremos con Jon Nieve) al interior de uno mismo. Un guiño, en última instancia, a la pesadilla de la Alicia de Carroll.

Entiendo que el líder de Podemos y aspirante al cargo de Mano del Rey de España invitó con el gesto del otro día a Don Felipe a darse un paseo por el otro lado de El Muro, donde se forjan los verdaderos reyes. El monarca ha confesado que no ha visto la serie y el que seguro tampoco lo ha hecho –no lo ha dicho, pero lo intuimos– es su padre. Me cuentan, a modo de anécdota, que el miércoles pasado estaba Don Juan Carlos cenando plácidamente en Kabuki Wellington (el mejor y más caro japonés de Madrid) con dos chavalitas jóvenes. Quizá eran dos amigas, quizá dos sobrinas nietas, quizá, incluso, dos desconocidas, quién sabe. Lo único cierto es que el Rey se lo monta muy bien. De hecho, ahora, cuando le preguntas a un niño qué quiere ser de mayor, suele decir que o bien Khaleesi o bien Don Juan Carlos.

Todo el mundo habla de la jubilación ‘oro’ del emérito, pero, en realidad, todos sabemos que siempre vivió un poco así, repostando de madrugada en gasolineras de mala muerte. Sin embargo, la prensa construyó una empalizada, un Muro, tras el que esconder ciertos monstruos por un acuerdo, dijeron, tácito y de Estado. Pero los Caminantes Blancos siempre resucitan y vinieron a por él, para mandarle al rincón de pensar que hay al otro lado. Sin embargo, y visto lo visto, el Rey ha preferido explorar lo que hay al otro lado del otro muro que hay al otro lado de El Muro. Y por lo visto lo que había allí era un oasis que te mueres.

Un poco más y el tío cae enSupervivientes, donde hubiera compartido isla con muchos de losmaromos y maromasparidos por el programón deEmma García,Mujeres, hombres y viceversa,el espacio que lopetaen todos los sentidos. Sobre todo lopetanellos, los muy bien bautizados como “tronistas”, hiperanabolizadísimos para la ocasión. Es su tarjeta de visita en su camino hacia la gloria al otro lado del Muro de las Lamentaciones delcátodo, sin duda el gran Muro de nuestro tiempo. Un microcosmos donde se esconden todas las vergüenzas del macro y donde, por cierto, también hay un solo Trono de Hierro (el dinero) y muchos pretendientes.

La historia, como ven, es siempre la misma, siempre se repite. Solo cambia el contexto. Por eso cuando a un niño le preguntan hoy día, matizo, qué le gustaría ser de mayor, suele responder queKhaleesi, Don Juan Carlos… o un “tronista” deMujeres, hombres y viceversa. Ser y vivir como un rey, en cualquiera de los casos.

Hace frío. Alguien me ha dicho por ahí que“se acerca el invierno”

Un solo trono y varios reyes. Un pueblo medio muerto de hambre. Un gobierno de peleles. Puteros en la corte. Una rubia que reclama honores desde el extranjero. Fantasmas y guerras del pasado que resucitan de cuando en cuando. Hijos bastardos desterrados al otro lado de El Muro (que aquí pilla por Estrasburgo)…

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