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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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La vida de Mí

Un crítico de televisión naufraga, logra salvar su vida aferrándose a una balsa y se pierde en medio del océano acompañado de un tigre que se parece mucho a Vasile. Esta es mi historia

Foto: Ilustración realizada por Paco Sordo para 'Vanitatis'
Ilustración realizada por Paco Sordo para 'Vanitatis'

Escribo estas líneas mientras un cilicio aprieta mis carnes ayer pecaminosas y hoy penitentes. Llevo toda la semana ceñido a una faja de cerdas que me desangran a cuenta de mi muy descuidada y lesiva verborrea. Injustificada verborrea, sobre todo, porque sometí la semana pasada a un dios todavía mundano, pero en el futuro quizá empíreo -mi muy adorado Sr. Vasile-, a una injustificada singladura por la Vía Dolorosa del escarnio. Y todo por haber convertido a un actor porno, Nacho Vidal, en una estrella de masas capaz de ganar Supervivientes.

El problema es que, después de dos folios, ochenta líneas y mil y pico palabras dando cera a toda una cadena, a toda una estirpe, a toda una raza, la que hace y habita Telecinco (lean, lean), pasó lo que no tenía que pasar: un tal Christopher ganó el domingo la final del reality de marras y me dejó con el culo al aire, culo que hoy también es chichasometida a mortificación, como cada centímetro de mi damnificado cuerpo. El prestigio, desmedido prestigio diría yo, acumulado durante años como crítico de televisión, o algo parecido, habitaba el domingo los suelos junto a la libido y el mojo de Nacho Vidal, al que desde ese día no se le levanta. A mí tampoco, he de decir.

Porque conozco la nobleza y alcurnia que habita los despachos de esa casa, el delicado mecer con el que elaboran sus contenidos o su indudable compromiso con todos los derivados lácteos de la deontología... que si no pensaría que Vasile, mi muy adorado Sr. Vasile, se pasó la noche votando a Christopher con el único objeto de destrozar mi carrera de fondo como crítico de la mugre, hoy toda ella, la que yo he ido echándoles sobre la mollera cada semana durante los últimos nueve años, encima de mí.

Me creía Nostradamus y resulta que soy Paco Porras. El dios mundano, quizá también el divino, vete tú a saber, me ha condenado al chisme, al enredo, a la patraña. Me ha condenado vilmente a ser lo que critico. Mi carne es hoy carne de cilicio, pero sobre todo es carne de Telecinco, de donde me harán sin duda una oferta de aquí a que termine el mes.

Ahora es tiempo de meditar. Tengo que aclarar mis ideas y decidir mi futuro, porque no sé si me veo más como maltratador de animales en el prime time de los miércoles, hiperanabolizado playero en el de los jueves, forense de seres medianamente vivos en el de los viernes o puta de diario.

El proceso de mutación es ya incontenible. El espíritu de la colmena telecinquera, bastante más irredento que el de Víctor Erice, me ha vampirizado en mi totalidad. Y yo lo de ser vampiro no lo llevaría del todo mal si me comportase del modo en el que lo hacen las criaturas de esa magnética película sueca titulada Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008). Sin embargo, los vampiros en Telecinco nos parecemos bastante más, es lo que hay, al Chiquito de la Calzada de Condemor, el pecador de la pradera. Gran película también, por cierto.

Tal es mi sentimiento de deudo-dependencia con la citada cadena,que esta semana se ha obrado el milagro: me ha gustado uno de sus prime times. Claro que, ese día, el martes concretamente, emitieron en esa franja, no descarto que por error, La vida de Pi, una historia en la que desde luego me veo ahora más reflejado que nunca. La película narra las peripecias de un chaval joven (como yo) que un día naufraga (como yo) y que de repente se encuentra en medio de la inmensidad del océano montado en una barca con la única compañía de un tigre. Si tuviese que decir quéanimal es el Sr. Vasile, sin duda diría que un tigre. Así que allí estaba yo dialogando temeroso con un bicho que, suponía, pensaba devorarme. En realidad, he aquí el paralelismo, el tigre del escritor canadiense Yann Martel, llevado inmejorablemente a la gran pantalla por Ang Lee (qué bueno es este tío, ¿no?) simboliza un poco a un dios, a cualquier dios, supongo que en la metáfora también caben los mundanos, y la relación que se establece entre el hombre y la fiera, basada primero en la desconfianza y la duda y después en el abrazo ante la adversidad, es un poco la que se establece entre el hombre y la religión.

Cobijado en el abrigo italiano (buena piel, sin duda) de mi amigo Vasile, mi dios mundano, no me queda otra hoy que meterme con Antena 3. Yo soy así, cambio de cadena con la misma facilidad que Toni Cantó cambia de madre para sus hijos o de partido político. Así que, dispuesto a destrozar a la competencia, enchufo presto el dial correspondiente y cojo el blog de notas. Creo que es la primera vez que veo Antena 3 en los últimos diez años. No recordaba por qué.

Aparecen dos lolailos de no más de 20 años dando el parte del chichinabo. Embadurnados en el aceite destilado de un idioma en el que se defienden con dificultad, “los gemelos de Pekín Express, así se les presenta, desgranan los avatares de “la espuma de la vida”, tal y como definió el mundo del cuore el que fue su dueño durante mucho tiempo, Eduardo Sánchez Junco, pope del Hola. Me pregunto si Antena 3 lleva los diez años que yo llevo sin verla haciendo esto. Estaba convencido de que habían superado la etapa aquella en la que, sin un ápice de vergüenza ajena, se dedicaron a imitar (mal) lo que hacían (mal) en Telecinco. Nos intentaron emular. A mí y a los que ahora son de mi raza.

El caso es que me pongo a leer la prensa para evadirme de tanta regocijada y aplaudida miseria, pero una mujer acaba de abandonar a su hijo recién nacido en la basura que hay, y hay mucha, más allá de los límites geográficos de Telecinco. Aguanto cinco líneas. Horas más tarde, en el informativo de Mara Torres, veo los pormenores de la visita de Angela Merkel a un colegio. Una joven palestina de no más de doce años agarra el micro y le comenta a la doña el drama que están viviendo ella y su familia, amenazados desde hace tiempo con ser deportados. La respuesta de la canciller alemana es de una frialdad tan acojonante que la temperatura de mi ático infernal baja hasta el menos tres. Le dice a la niña, mientras esta gimotea ingenuidad, que no todo el mundo cabe en Alemania. Esa mujer, ese personaje en la sombra de Juego de tronos, es a Europa lo que Vasile a España, el/la put@ am@, lo que me hace sentir en la obligación ciudadana de aceptar que estoy rodeado de muchos Laocoontes dispuestos a tirar a sus hijos a un puñetero contenedor.

Visto lo visto, prefiero volverle la cara a la realidad de las cosas. Y qué mejor que cobijarme en la que ahora es mi casa. En Telecinco, ese refugio para disidentes del existir, están hablando ahora mismo de Isabel Pantoja. Lo cierto es que siempre están hablando de Isabel. Lo hacen a precio módico, el del caché de una sobrina lerda de la folclórica que lleva a cada show la cara ensayada de la Virgen de las Angustias. La tal Anabel me revienta las entrañas incluso hoy, que ya me siento parte de su casta, de su devaluada calaña. Estoy de Chabelita hasta el mismísimo. También de Kiko, ese señor que dice que es cantante, que es DJy, lo que es peor, que es hermano de Fran y Cayetano Rivera. No me creo ninguna de las tres cosas.

Empujado al acantilado del nihilismo por el devenir de los acontecimientos profanos en el cátodo y arrastrado por la marea de un tsunami interior de culpabilidad que, paradójicamente, me empuja a creer de forma obligada en algo, me veo de repente en medio de la inmensidad del océano montado en una barca con la única compañía de un tigre omnipotente. Hablamos largo y tendido de lo nuestro. Hasta hace una semana yo estaba convencido de que los dioses no existían y de que los tigres no hablaban. Y mírame ahora, hablando con un tigre que en realidad es un dios.

Y después de dos horas de película, dos horas de diálogo vital y beato, lo único que nos quedó por hablar, querido tigre, queridísimo Ang Lee, aquello por lo que pasaste de puntillas, porque tú eres más de retratar la belleza, claro, es lo que hay precisamente en las antípodas: el dolor, ese dolor que en tu metraje es, de forma descarada, puro simbolismo pueril.

Pero, tío, esto es la vida real. O no, quién sabe. Lo único seguro es que esta es nuestra religión. La que nos da miedo y nos cobija. Y aquí me ves, tras un paseo en barca, discípulo y devoto obligado de todas las Merkel y de todos los tigres del mundo. Discípulo, devoto y cómplice.

Y por eso hoy mi carne es carne de cilicio.

Escribo estas líneas mientras un cilicio aprieta mis carnes ayer pecaminosas y hoy penitentes. Llevo toda la semana ceñido a una faja de cerdas que me desangran a cuenta de mi muy descuidada y lesiva verborrea. Injustificada verborrea, sobre todo, porque sometí la semana pasada a un dios todavía mundano, pero en el futuro quizá empíreo -mi muy adorado Sr. Vasile-, a una injustificada singladura por la Vía Dolorosa del escarnio. Y todo por haber convertido a un actor porno, Nacho Vidal, en una estrella de masas capaz de ganar Supervivientes.

Nacho Vidal Paolo Vasile
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