Es noticia
Jorge Javier Vázquez en 'Cámbiame Premium': bótox, luego cabalgamos
  1. Televisión
  2. Carta de Ajuste
Nacho Gay

Carta de Ajuste

Por

Jorge Javier Vázquez en 'Cámbiame Premium': bótox, luego cabalgamos

Esta es la crónica de una accidentada rentrée posvacacional, en la que un crítico ha sido víctima de un tsunami de realidad capaz de tumbar a un búfalo. Terelu en '¡Hola!', el estreno televisivo de 'Cámbiame Premium' y 'En la tuya o en la mía'...

Foto:

Sí, sé lo que han pensado al ver la portada de la revista ¡Hola! esta semana: “Qué difícil tiene que ser vivir y sentir como Terelu Campos”.

Yo también lo creo, porque a una tía cualquiera la deja su novio un martes a las doce del mediodía y hace lo de siempre: come helado de strawberry cheesecake, se pone El diario de Bridget Jones, rompe tres o cuatro fotos, llora una miaja, espía a su ex en Facebook, traza un plan de asesinato... Lo normal.

Pero ella no. Ella quince minutos después de la ruptura se ha puesto el taconazo, se ha hecho el cardado tipo Downton Abbey, ha montado unos sándwiches de salmón (quizá también alguno que otro de Nocilla, ¿eh, pillina?) y está recibiendo en su ático a todo el equipo del ya mencionado ¡Hola! para narrarles, “los focos hacia mi persona”, su recurrente desdicha.

Un minuto de silencio por el CV amoroso de Terelu, por favor.

Y lo hace la tía, además, con una calculada escenografía lorquiana que te deja loco; enlutada hasta el tuétano y en 'formato esquela'. Pocas viudas he visto yo mejor vestidas, mejor lloradas. “Para qué añadir más pena a la pena”, asegura en portada.

Bravo, Bernarda, bravo.

Algunos, quizá los más, pensarán que Terelu Campos es una señora sin mucho oficio, pero lo cierto es que ha inventado uno: es la primera mujer de la historia, si no recuerdo mal, que cobra por dejar de compartir alcoba con un hombre. Lo normal es lo contrario. Y solo por eso esta mujer merece una ovación general y no las críticas descarnadas que está recibiendo. ¿Acaso tienen ustedes alguna conocida más revolucionaria, más espabilada que ella? Pues yo tampoco.

Ladran, Terelu, ladran, luego cabalgamos...

A una tía no, pero a un tipo más listo que la Campos, sin embargo, sí que conozco. Me lo presentaron concretamente el miércoles. Se llama Bertín Osborne y, tengo que ser taxativo a este respecto, yo de mayor quiero ser como él. Quiero tener su casoplón en Madrid, un chalecito que, como bien decía un amigo tuitero, es más razonable recorrer en papamóvil que andando. Pero quiero, sobre todo, si no es mucho pedir, que el Estado me pague también, como a él, una pensión semanal de 10.000 euros por emborracharme en prime time. TVE firma el cheque, lo firmamos todos. Firmamos tantas cosas sin leerlas antes… Así nos va.

Yo también estoy dispuesto a aguantar a Pablo Alborán toda una tarde si hace falta. Es cierto, no puedo aportar al bodegón una esposa venezolana ni hijos, pero puedo sacar en pantalla a mi madre, hermanas, sobrinas, mi colección de Playmobil, que es maravillosa, un cochinillo de Arévalo, lo que haga falta. Y todo esto en mi casa, claro, que es, eso sí, una mierda de casa. Como la que ha enseñado Pablo Iglesias en El programa Ana Rosa esta semana; de ese tipo de casas en las que Elvira Lindo prefiere no echar un polvo. Habrá que ir buscando a otra.

Pero vayamos a lo que realmente importa. Lo que yo quiero denunciar aquí es que no tengo una casa mejor porque TVE no me paga 10.000 euros cada miércoles por tomarme un par de verdejos en prime time con Pablo Alborán; si no, claro que la tendría. Esa es mi denuncia, pero sobre todo es mi drama. Y por eso de mayor me gustaría ser como Bertín Osborne. O como Terelu, tanto monta.

Un conflicto moral

Es miércoles por la noche y ya me quiero morir. La semana se me está haciendo muy cuesta arriba. Al dramón de Terelu y al resto de tragedias humanas con las que uno ha de ir lidiando, se suma mi accidentado regreso a Madrid después de las vacaciones de verano. Yo venía de Torremolinos, donde cada mes de agosto se celebra un congreso de intelectuales, y decidí que lo primero que iba a hacer en la capital era ver una película española. Y de Julio Medem, para más inri. A los diez minutos creía que me daba un derrame cerebral en medio de aquel pase de prensa. Me empecé a poner malo. Pero malo de verdad. Ese tipo de malestar que solo te puede producir una película española, una serie española. Ese. Un mal intenso, como de morirse.

Leerán mucho sobre ma ma, el filme protagonizado por Penélope Cruz; leerán muchas cosas malas. Y aun así no será suficiente. Tendrían que morir muchos árboles, 'destintarse' infinidad de imprentas, desangrarse todos los ordenadores del mundo para que realmente se hiciera justicia. Sí, ma ma es mala. Pero mala de solemnidad. Sobre todo porque su proyección te produce esa sensación tan concreta y abstracta a la vez, lo que la generalidad ha dado en llamar “vergüenza ajena”, que te invita a pensar: “Dios, no querría ser por nada del mundo el responsable de todo esto”.

Lo peor no es que el ginecólogo que trata a Penélope Cruz de un cáncer de mama se arranque a cantar Morena Mía de Miguel Bosé en pleno proceso de quimio. Esto podría tener un pase. Tampoco que Medem nos narre un polvo entre los protagonistas a través del bombeo metafórico de un corazón. Esto, haciendo otro gran esfuerzo, también se podría llegar a digerir. Pero ya lo de la comparación del personaje de Penélope con la imagen del Cid Campeador colocado por sus soldados sobre Babieca una vez había fallecido para que no decayese el ánimo entre las tropas, esa metáfora tan sutil, tan espontánea, ese paralelismo con la protagonista, muerta en vida, pero erigida como heroína ante sus familiares, eso ya terminó de matarme.

A nadie se le escapa, a nadie al menos que haya visto sus últimas películas, que Medem tiene abierto desde hace tiempo un conflicto muy gore con la sutileza. Y, qué duda cabe al respecto, a estas alturas el director vasco va perdiendo esa guerra. Pero lo del Cid, Julio, lo del Cid, eso me ha superado del todo… Joder, he visto figuras literarias más curradas en los poemas escolares de Kiko Rivera.

Pues eso, que yo estaba tan tranquilo en la playa y al llegar a Madrid un tsunami de realidad casi me lleva por delante. Lo peor, sin embargo, estaba por venir. Un dilema moral para empezar el curso. Una semana antes, el martes día 2, veo el estreno de Cámbiame Premium junto a unos amigos jóvenes y medianamente preparados. Entre ellos hay abogados, veterinarios, dependientes… La condena al producto de Telecinco es unánime. Tan solo uno nos mira con ojitos de cordero degollado mientras destripamos el espacio. ¿Le está gustando? No, pero su pareja trabaja en La Fábrica de la Tele, productora del engendro. Durante las más de tres horas que dura el anodino percal sentimentaloide, trufado de sorpresas que supuestamente cambian la vida a la gente, como la trascendental colocación de un tobogán en el parque de un pueblo, no puedo evitar quitar la mirada de los recauchutados morros del presentador, más hipertrofiados que de costumbre; como dos morcillas de Burgos.

Yo, todo un experto en cuestiones televisivas, como se verá en lo sucesivo, ante el desaire generalizado del respetable allí presente, auguro un batacazo de audiencia en torno al 13%. Pero a la mañana siguiente me levanto y compruebo desconcertado que ha marcado casi un 20. Pienso que es imposible, pero recapacito al instante. No había valorado lo suficiente el hecho de que el espacio lo presenta un tal Jorge Javier Vázquez. Los presenta casi todos, y todos los que presenta funcionan.

Bótox, Jorge, bótox, luego cabalgamos.

Me prometo a mí mismo ese día que, a pesar de todo esto, para preservar mi relación con mi amigo y su pareja, he ahí mi dilema moral, no diré nada malo en mi rentrée bloguera sobre este espacio. Y por eso hoy no pienso siquiera apuntar que el programa de marras es un tostón infumable, carente de ritmo, un formato de los 90 que hace bueno el Sorpresa, Sorpresa de Isabel Gemio. Todo eso no lo diré por una cuestión de amistad. Eso sí, albergo la esperanza, ya que dado su escaso presupuesto se seguirá emitiendo a pesar de haber caído ocho puntos en su segunda emisión, de que el próximo invitado sea algún jefazo de Telecinco y pida, a poder ser, que le ayuden a cambiar la mierda de televisión que hacen.

He pasado de puntillas por ese dato, pero lo de que este espacio se haya hundido esta semana hasta el 12,6% de share me ha supuesto, ya saben que soy muy aprensivo, una nueva crisis existencial. La única verdad de la que no dudaba en la vida, ni yo ni Descartes, era que un programa presentado por Jorge Javier jamás podría fracasar. Ahora resulta que todo mi mundo, mi escasa filosofía, se viene abajo. Yo, que domino como nadie las figuras literarias, siempre que veía a Jorge Javier me lo imaginaba, atención a la elaboradora metáfora, montado sobre su caballo por sus soldados toda vez hubiese fallecido, para ser después paseado por cada prime time para que no decayera nunca el espíritu de las tropas telecinqueras.

Ni siquiera esa simple imagen ha sobrevivido al final de mis vacaciones. Así que aquí me hallo, triste y desolado. Enlutado hasta el tuétano. Echando el rato con Angustias, Magdalena, con la Poncia. Esperando a que los responsables del ¡Hola! entren en cualquier momento por la puerta dispuestos a retratar mi tragedia en portada. O, en su defecto, a que lo haga Pablo Alborán con una botella de verdejo.

Sí, sé lo que han pensado al ver la portada de la revista ¡Hola! esta semana: “Qué difícil tiene que ser vivir y sentir como Terelu Campos”.

Jorge Javier Vázquez Terelu Campos Bertín Osborne Telecinco Penélope Cruz RTVE