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Peter Sellers, el enfermo de amor
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María José S. Mayo

La hija del Acomodador

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María José S. Mayo

Peter Sellers, el enfermo de amor

“Lo he conseguido, Mamá. Estoy en la cima del mundo”. Lo conocen ¿verdad? Era lo que gritaba James Cagney al final de Al rojo vivo mientras

Foto: Peter Sellers, el enfermo de amor
Peter Sellers, el enfermo de amor

“Lo he conseguido, Mamá. Estoy en la cima del mundo”. Lo conocen ¿verdad? Era lo que gritaba James Cagney al final de Al rojo vivo mientras todo estaba a punto de saltar por los aires. Me ha venido a la cabeza cuando me he puesto a pensar en Peter Sellers, el actor de las mil caras que nunca supo interpretar bien su vida.

 

El intérprete genial de la saga de La pantera rosa o de Teléfono rojo…, fue una estrella que tras su ambición desmedida –impulsada por una madre pegada a él y siempre exigente, de ahí la cita del comienzo- escondía una frenética búsqueda de amor, de comprensión de su propio ser, irresistiblemente moldeable, pero, por eso mismo, tremendamente inestable.

 

Nos acercamos al Sellers excesivo y adicto a todo tipo de sustancias gracias a Llámame Peter, su irregular pero clarificador biópic -por cierto, qué bién estaba Geoffrey Rush dándole vida-. En cierto momento, el personaje, metido en la piel de Stanley Kubrick, habla de su falta de control personal. Para tenerlo, dice Kubrick, “tiene que haber detrás una persona; pero detrás de Peter Sellers no la había. Sólo había un tarro vacío con muchos personajes”. Se quería, no se quería, y así, desojando la margarita se pasó su vida: montado en una montaña rusa de sentimientos de la que salieron trabajos tan memorables.

 

“Soy el típico ejemplo de humorista: solo soy gracioso cuando trabajo”, decía, pero su vida dejó unos cuantos momentos de traca. Uno de ellos sucedió una tarde que sonó el timbre en su piso de Londres. Como él estaba ocupado en el estudio, su mujer, Anne Howe, fue a abrir la puerta y le dieron un telegrama. En el texto ponía: “Tráeme una taza de café. Peter”. Entre sus extravagancias también figura la de contratar dos páginas completas de un periódico para decir que Los productores (una película en la que Mel Brooks ofreció a Sellers el papel de Leo Bloom, que acabó interpretando Gene Wilder) era una de las mejores comedias que había visto.

 

Como insaciable buscador de la perfección, escondía en el fondo una obsesión por ser alabado por el resto de los mortales. Pero esa inclinación hacia el más y mejor les pierde a muchos, y en el caso de Sellers le llevó a extraviarse por senderos cinematográficos irregulares. Pero, por suerte, quedará siempre en el recuerdo de muchos cinéfilos su talento interpretativo más allá de máscaras. Ya fuese en esa joya de la Ealing titulada El quinteto de la muerte, ejemplificando al perfecto perdedor en la encantadora El guateque, o en la piel del estrambótico inspector Clouseau, Sellers se salía de plano. Pero donde de verdad te ponía la piel de gallina era en Bienvenido Mr Chance, haciendo creer a todo el mundo que es alguien que no es.

 

Fue la última película que terminó, toda una metáfora de la vida de este enfermo del amor que demostró que para brillar con luz intensa había que vivir en la oscuridad largas temporadas.

 

Nunca le dejaremos de agradecer el sacrificio.

“Lo he conseguido, Mamá. Estoy en la cima del mundo”. Lo conocen ¿verdad? Era lo que gritaba James Cagney al final de Al rojo vivo mientras todo estaba a punto de saltar por los aires. Me ha venido a la cabeza cuando me he puesto a pensar en Peter Sellers, el actor de las mil caras que nunca supo interpretar bien su vida.