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¿Es Belén Esteban 'la gran estafa española'?
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César Andrés Baciero

Mucha tele que cortar

Por
César Andrés

¿Es Belén Esteban 'la gran estafa española'?

Tras conocerse parte del contenido de su nueva biografía no oficial, 'La princesa al desnudo', seguidores y detractores se preguntan: ¿es la vida de la colaboradora una mentira?

Foto: Belén Esteban en un fotomontaje de Vanitatis. (Foto: Carmen Hache)
Belén Esteban en un fotomontaje de Vanitatis. (Foto: Carmen Hache)

Lo crea usted o no, sabe más de la vida de Belén Esteban que de la suya propia. La de San Blas es el personaje público que más horas de televisión y páginas de revistas y periódicos (porque los tabloides considerados serios también tratan estos temas del colorín) ha ocupado desde hace 18 años. Desde que el chófer de Jesulín de Ubrique le colocase las bolsas de basura con sus enseres personales y los de su hija en el portal donde residían los Esteban Menéndez en Madrid, la 'princesa del pueblo’ ha contestado a todas las preguntas imaginables y por imaginar, cuestiones tan íntimas y comprometidas que ni usted ni yo nos hemos hecho a nosotros mismos, por pudor en unos casos y para huir hacia delante sin autodiagnosticarnos y tratarnos patologías en otros.

España ha amanecido, casi a diario durante estas dos décadas, con una noticia sobre la colaboradora de ‘Sálvame’, unas veces narrada por su propia voz y otras por la de un periodista imparcial o adverso, amigo, vecino traidor, representante o familiar.

Al lado de la de San Blas hemos vivido, desde la primera vez que se sentó en el difunto ‘Tómbola’ para narrar la ruptura con JeZulín y cómo era la vida entre los muros de la finca Ambiciones de los entonces Janeiro Bazán, su reencuentro y divorcio con 'el Fran', la comunión de Andreíta (“yo para pagar la comunión me subo a ‘La noria’ hasta que me maree”, llegó a decir), su enganche y desenganche de los malos hábitos, la muerte de su padre, su contencioso con su exrepresentante -Toño Sanchís- y hasta cómo la Campa le envió cuatro tangas propios junto con la ropa de su hija dentro de una bolsa de Carrefour.

Foto: Belén Esteban responde a Toño

Ahora que su personaje parecía eclipsado por otros más desdichados y dispuestos a poner los dos carrillos ante las cámaras, ha vuelto a ser protagonista gracias (o por desgracia) a su biógrafo no oficial -Julián Fernández Cruz- que suma a los libros ya publicados sobre la madrileña (‘Una chica de San Blas y poco más’ y ‘Marcada por el odio’) un tercero: ‘La princesa al desnudo’. La portada, desabrigada de florituras, no deja indiferente ni a los estudiosos del Homo antecessor.

En este tomo Julián revela que Belén mantuvo una relación de los 14 a los 19 años (a la que no fue virgen) con un caballero al que ayudó a vender un talonario de lotería para quedarse con el total del dinero, le acusa de robar a Jesulín los dos millones de pesetas que guardaba bajo la cama y de alternar en el lecho al torero con un tal David Camacho, que quiere hacerse las pruebas de paternidad por si resulta ser el padre de Andrea Janeiro Esteban y no el ejemplar de Ubrique como todos creemos.

¿Será cierto todo lo que cuenta este tercer volumen sobre la ‘desconocida’ vida de Belén? La audiencia siempre ha creído en las palabras de la Esteban, ha respaldado sus conductas y le ha demostrado su cariño (ganó ‘GH VIP’, ‘¡Mira quién baila!’ y hasta el premio a la mejor modelo de la ‘Sálvame FashionWeek’ entre ‘belenazo’ y ‘belenazo’ que protagonizaba) y eso que no todo lo que ha hecho en estos 18 años ha estado bien ni a la altura de una profesional del medio, pero como decía Lola Flores “los genios solo podemos estar bien una vez al mes, no como Concha Piquer, que es todo mímica estudiada”. Esa buena vez al mes le ha valido a Belén para continuar tantos años en pantalla sin que el público se cansase de sus relatos, más o menos aderezados con los justificables adornos que siempre aporta el que ha vivido la historia en carnes propias.

De ser cierto todo lo que cuenta el autor, él mantiene que de todo tiene pruebas, ¿caería en picado la popularidad de Belén?, ¿se sentiría usted estafado?,¿defraudado?, ¿engañado por la rubia más rubia de Tele 5? No. A usted como a mí, lo que más nos gusta ver en la pequeña pantalla, para evadirnos de nuestros calvarios diarios, es a una pecadora redimida.

Una hipotética confesión de Belén reventaría los audímetros y con ella no solo se identificaría la España sin complejo de clase, con orgullo de barrio, que tira para adelante sin recursos ni guion, sino todo el que la viese confesando sus (supuestas) mentiras, porque usted como yo, como el que tiene al lado: mentimos con mayor o menor asiduidad, con mayor o menor descaro, en público y/o en privado, pero mentimos. El que no haya contado una trola alguna vez que tire la primera piedra.

España expiraría sus culpas a través del testimonio de la de Paracuellos. Alcanzaríamos la indulgencia plenaria que nos acercase un poco más a las puertas del cielo, donde no se trabaja laborables ni festivos. Toda una catarsis nacional. Belén es televisión y la televisión es un teatro, uno de masas, una corrala de comedias, como las de los siglos XVI y XVII. ¡Qué siga el espectáculo! Larga vida a la princesa. Sean o no ciertas (cuesta creer que lo sean) estas historietas en las que no faltan hermanas secretas, bingos, locales de alterne y fugas por amor y ambición, Belén seguirá brillando con fuerza.

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Lo crea usted o no, sabe más de la vida de Belén Esteban que de la suya propia. La de San Blas es el personaje público que más horas de televisión y páginas de revistas y periódicos (porque los tabloides considerados serios también tratan estos temas del colorín) ha ocupado desde hace 18 años. Desde que el chófer de Jesulín de Ubrique le colocase las bolsas de basura con sus enseres personales y los de su hija en el portal donde residían los Esteban Menéndez en Madrid, la 'princesa del pueblo’ ha contestado a todas las preguntas imaginables y por imaginar, cuestiones tan íntimas y comprometidas que ni usted ni yo nos hemos hecho a nosotros mismos, por pudor en unos casos y para huir hacia delante sin autodiagnosticarnos y tratarnos patologías en otros.

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