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La cuarta generación de los Franco, promotores invisibles 50 años después de la muerte del bisabuelo
Un libro de David González descubre a esta nueva élite familiar que rehúye el foco mediático, controla el emporio inmobiliario y redefine el legado del dictador desde la discreción
Hay familias de las que se sabe casi todo. Una de ellas es la de los Franco, en todas sus variantes de apellidos. Están los Martínez-Bordiú, con el marqués de Villaverde como elemento estrafalario y prepotente, hasta el punto de que el propio suegro se refería a él como “ese señor que se ha casado con mi hija”, sin nombrarlo. Carmen Franco procuró pasar desapercibida una vez falleció el padre. En el organigrama de la segunda generación, como personajes que interesaban, aparecía Francis, que durante mucho tiempo siguió creyendo que España era "la finca del abuelo", con todas las arbitrariedades que ese concepto implica. Y Carmencita, que prefirió ser señora de Jean Marie Rossi antes que duquesa de Cádiz.
En la época parisina tuve varios encuentros con ella para reportajes en la revista Tiempo, e incluso me echó una mano para la biografía que escribí sobre su vida en Ediciones B. Nunca pidió contraprestación económica y, las veces que la entrevisté en París, nos recibió a la fotógrafa Queca Campillo y a mí en su casa de Rueil-Malmaison. Se recicló y es uno de los nombres que aparece en el libro del historiador y periodista David González, 'La familia Franco, 50 años después' (La Esfera).
Este 20 de noviembre se cumplieron cincuenta años de la muerte del dictador, y el árbol genealógico ha variado no en la estructura familiar, pero sí en la forma de actuar públicamente. Si los Martínez-Bordiú-Franco tuvieron una visibilidad total, con sus luces y sombras, sus hijos aprendieron la lección y han conseguido ser (aparentemente) invisibles. Esta cuarta generación está formada por los Ardid, Guisasola, Suelves, Borbón y Jiménez-Arnau, que no quieren saber nada de reportajes ni exclusivas pagadas, ni formar parte de la rueda del colorín. No son influyentes en las redes sociales, que mantienen cerradas, o directamente carecen de ellas. Otra manera de funcionar que les ha proporcionado una vida menos expuesta y económicamente más rentable. Y esta es la parte del libro de David González más llamativa y desconocida.
— Sorprende que te haya interesado escribir sobre esta familia de la que se suponía sabíamos casi todo.
— Soy historiador y, cuando la editorial me ofreció escribir sobre los Franco, me pareció que una visión como la mía podía resultar interesante tras las cinco décadas de la muerte del dictador. He dedicado capítulos a miembros colaterales que son bastante desconocidos.
— ¿Alguna conclusión cuando parece que todo está dicho?
— La conclusión que saqué al finalizar el libro es que hay una nueva generación, la de los bisnietos, que son los que han tomado el control del emporio familiar. Son mucho más discretos que sus padres y no pueden ni ver a la prensa del corazón. Pero, a la vez, se han mojado mucho más en política que sus progenitores. Enarbolan la bandera de la defensa de la memoria del abuelo sin mayor problema. Salvo Francis Franco, el resto de los hermanos nunca lo ha hecho.
— ¿Y cómo son?
— Se han casado muy bien, con familias importantes, pero procurando que no tenga repercusión mediática. Por ejemplo, Juan José se casó con la hija de El Assir (amigo del Rey y vendedor de armas) y viven entre Abu Dabi, Madrid y Estados Unidos.
—¿Qué une a esta cuarta generación?
— Han entendido que los negocios no se pueden manejar en este siglo como se hacía en el XX. Se han centrado en la especulación inmobiliaria. A la hora de escribir el libro me ha costado la parte empresarial porque el emporio estaba cambiando. A raíz de la muerte de Carmen Franco dejaron de ser activas y modificaron algunas empresas. Otras fueron absorbidas por participadas. Algunos de los nietos del dictador, como Francis y Mariola, están presentes en los negocios, pero cada vez han pasado más responsabilidades a la siguiente generación. Por ejemplo, los Ardid fueron quienes controlaron la venta del edificio familiar de Hermanos Bécquer por setenta millones de euros. La parte que me ha resultado más interesante —y creo que lo más novedoso— es esta cuarta generación.
— Tienen biografías desconocidas en el apartado más social y personal.
— Así es. Han tenido relaciones sentimentales que no han aparecido en la prensa rosa. Se han casado muy jóvenes y, en lo económico, lo tienen muy claro. Uno de los hijos de Francis ha participado en las Olimpiadas de Matemáticas. Francisco Franco III se ha casado con una joven estadounidense de origen asiático y fue incorporada a los negocios familiares. Montó una empresa bastante polémica porque compraba edificios con inquilinos dentro. Hubo denuncias por la manera de gestionar con los arrendatarios. Tienen un fuerte sentimiento de clan y se fían de muy poca gente. La hija pequeña de Miriam Guisasola ya está también en el entramado. Y también Leticia Jiménez-Arnau está metida en un par de sociedades.
— Presentas a Mariola como uno de los cerebros familiares.
— Es uno de los personajes más desconocidos, pero ha hecho muchos negocios junto a su marido. Se ha movido en el ambiente económico como nadie y es súper discreta. Por ejemplo, tenía una empresa que vivía de las concesiones de las administraciones públicas para gestionar comedores y guarderías. Y como anécdota cuento en el libro que uno de esos comedores era el del Palacio de la Moncloa, gobernando Pedro Sánchez. Lo tuvieron hasta 2019-2020, cuando finalizó la concesión.
—Es un personaje muy desconocido.
— Ha tenido una evolución personal muy llamativa. Era la más progresista de la familia. Su padre la llamaba “la roja” porque se había casado con Rafael Ardid, de familia republicana. Con el paso de los años y las políticas de memoria histórica y la exhumación del abuelo se volvió muy radical y cercana a la ultraderecha. A principios de este año participó en la creación de la Plataforma 2025 para recuperar la memoria del abuelo, con gente como Antonio Tejero.
—Hablas también de los “otros Martínez-Bordiú”.
— Son los hijos del barón de Gotor y del conde de Arjillo, que tienen un peso social importante. Al igual que los primos, se han colocado muy bien en el mundo económico; ellos lo han hecho en el televisivo.
Hay familias de las que se sabe casi todo. Una de ellas es la de los Franco, en todas sus variantes de apellidos. Están los Martínez-Bordiú, con el marqués de Villaverde como elemento estrafalario y prepotente, hasta el punto de que el propio suegro se refería a él como “ese señor que se ha casado con mi hija”, sin nombrarlo. Carmen Franco procuró pasar desapercibida una vez falleció el padre. En el organigrama de la segunda generación, como personajes que interesaban, aparecía Francis, que durante mucho tiempo siguió creyendo que España era "la finca del abuelo", con todas las arbitrariedades que ese concepto implica. Y Carmencita, que prefirió ser señora de Jean Marie Rossi antes que duquesa de Cádiz.