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¡Dios salve a la reina Sofía!
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Eduardo Verbo

Ave César

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Eduardo Verbo

¡Dios salve a la reina Sofía!

En todo clan etnográficamente clasificable hay una matriarca con garra, fuerza e ímpetu suficiente para salir a la caza del mamut. Si los Ruiz Mateo cuentan

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¡Dios salve a la reina Sofía!

En todo clan etnográficamente clasificable hay una matriarca con garra, fuerza e ímpetu suficiente para salir a la caza del mamut. Si los Ruiz Mateo cuentan con Teresa Rivero, que actúa con el mecanismo omnipresente que sólo los flanes familiares otorgan, la Primera Familia posee a la reina Sofía, uno de sus mejores baluartes.

Hasta la fecha, la madre de las Infantas y el Príncipe de Asturias no contaba con asociación de acólitos. Ni tampoco de disidentes. Generalmente, los seguidores de Juan Carlos, los llamados juancarlistas, se le aplicaban también a la Reina. Pero durante este año todo ha cambiado y, como los lomanistas y los tamaristas, los sofistas han dejado de permanecer en la sombra para contar con una acepción diferente que nada tiene que ver con los maestros de retórica de la Grecia de los antepasados cuasi pre-históricos de Doña Sofía.

Pero, ¿qué tiene Su Majestad que tanto gusta? Entre sus cualidades destaca esa cuidada pose que saca a pasear en cada una de sus apariciones, la tácita aceptación de no tener función institucional más que la de consorte, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva, y el dominio disfuncional de las técnicas del retoque digital. También la de estar siempre que se la necesita. Tomó las riendas de su casa durante la convalecencia del Jefe de Estado por el mes de mayo y, ¿acaso alguien ha olvidado esa aparición casi mariana en el Mundial? El Rey no acudió, porque no podía por razones obvias, y ahí estuvo Sofía.

Sin nadie pedírselo, se puso una bandera de España por echarpe y un traje rojo. Un uniforme de trabajo que ya ha sentado precedentes. El populus se lo agradeció, en especial, los proletarios de las cadenas de comida rápida que se tienen que disfrazar de pollo y los winnies y mickeys que venden globos en la Puerta del Sol. Al fin y al cabo, ser reina no cuenta con Estatuto de trabajadores como la mayoría de las empresas. Como tampoco hay cláusula de rescisión de contrato en el de princesa.

Jugaba la Roja contra Alemania y la Reina se emocionaba. Sola, pero lo hacía. Si hubiese estado en un circo romano, no se la habrían comido los leones. Como se dijo en su momento, muchos fueron los que vieron en el Palco real un páramo manchego. Si hubiese estado Manolo el del Bombo o los hinchas del Atleti todo habría cambiado. Por mucho que una quiera, hacer palmas, silbar y bailar el Waka Waka al mismo tiempo es casi tan difícil como darle la vuelta a la tortilla de patatas sin dañar el antiadherente y con pirueta incluida.

Si éste no ha sido el mejor año para el Rey y la princesa de Asturias ha vivido su particular annus horribilis, la Reina ha cautivado a propios y extraños. Más a extraños que a propios. Los opositores siempre traen a bien sacar el tema de su acento, que, por supuesto, no tiene nada que ver con el afrancesado de Marisa Paredes. Pero como para sonreír no hace falta hablar, pues el tema tampoco es tan trascendental. Otra cosa sería que la Reina también fuese un holograma. Entonces, el debate se articularía en torno a otro asunto.

Por todo ello, la Reina no puede quejarse. Ha ganado en afecto popular y su popularidad ha crecido como la de la Piquer, que vende más discos ahora que antes, aunque no en casa de sus hijas, que todavía maldicen el momento en que la abuela pensó en regalar unas vuvuzelas a sus nietos. Y, lo que tiene más mérito de todo, sin estrategia de marketing monárquico como soporte mediático. God save the Queen, que dirían los Sex Pistols.

En todo clan etnográficamente clasificable hay una matriarca con garra, fuerza e ímpetu suficiente para salir a la caza del mamut. Si los Ruiz Mateo cuentan con Teresa Rivero, que actúa con el mecanismo omnipresente que sólo los flanes familiares otorgan, la Primera Familia posee a la reina Sofía, uno de sus mejores baluartes.