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Y Dios creó a Letizia, llegó a Mallorca con su sonrisa de Rania y habitó entre nosotros
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Matías Vallés

Diario de Robinson

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Y Dios creó a Letizia, llegó a Mallorca con su sonrisa de Rania y habitó entre nosotros

No importa que Zapatero cumpla sus primeros cincuenta años en el poder -y que esa efeméride se presente como otra singularidad cósmica, cuando González y Aznar

No importa que Zapatero cumpla sus primeros cincuenta años en el poder -y que esa efeméride se presente como otra singularidad cósmica, cuando González y Aznar fueron cincuentones en La Moncloa, y a Suárez no le dejaron llegar a serlo-. A quién le importa que un hatajo de pillastres hunda desde su aeroportuaria torre ebúrnea la economía de Baleares y de una muchedumbre de mileuristas. El planeta deja de girar en cuanto Letizia Ortiz carga con la actualidad a su espalda, escoltada por sus dos rubicundas criaturas indistinguibles, aunque ahora han tomado la precaución de no vestirlas de gemelas para evitar la confusión popular.

En estos tiempos de relegamiento de la figura del Rey, la Princesa de Asturias asume la cabecera de la Familia Real. Los gestores de la atribulada CAM deben rabiar por haber enrolado en su flamante yate al titular equivocado del Principado de Asturias. Por cierto, y dado que esta minúscula objeción está pasando desapercibida, ¿era necesario que el heredero a la Corona regateara en aguas mallorquinas a bordo de una embarcación no sólo patrocinada comercialmente, sino que ostenta sin rubor el nombre de la entidad crediticia en cuestión, sin encubrirlo tras la veladura de un 'Pitita' o un 'Maripuri' protectores? Las pruebas de estrés monárquicas son más ligeras que los tests bancarios. Por si acaso, el Príncipe no acudió a la presentación oficial del barco, esgrimiendo titubeantes argumentos de disculpa pese a que se había anunciado su asistencia al acto.

Nada de eso importa. Felipe de Borbón llevaba unos días en Palma sin despertar más que los bostezos informativos protocolarios. El entusiasmo indescriptible de la Reina en las últimas fechas -pareciera una mujer liberada de una pesada carga- era contagioso pero venía importado de Sudáfrica. Solo Letizia podía conquistar las portadas, llevar las fotos en calesa hasta la desmesura, apropiarse debidamente del primer ejemplar del ¡Hola! que recoja su periplo en transporte público, tirado por un correoso alazán de un caballo de vapor de potencia. Se recorrió íntegramente el Paseo Marítimo de Palma, los cinco kilómetros que median entre el Club Náutico donde regatea su marido y el Palacio de Marivent, que tiene una parada de autobús junto a su puerta, por si la Familia Real desea ahincar la promoción de los vehículos públicos y rebajar su huella de dióxido de carbono.

Un cronista provinciano, y con qué orgullo enarbolo el segundo término de esa expresión, les mentiría aquí que la radiante faz de Letizia se debe a los efectos benéficos de la brisa mallorquina, que disfruta desde la primera fila en su palacete privado en el complejo de Marivent. Les añadiría que Letizia despliega aquí su mejor ‘sonrisa Rania de Jordania’ porque Mallorca contagia felicidad a sus aves de paso, cuanto más a un carácter irrepetible y que sólo puede concentrarse en el bíblico -con el beneplácito de Brigitte Bardot- "y Dios creó a Letizia, y habitó entre nosotros".

No sintoniza con Mallorca

En fin, olviden esa prosopopeya porque la Princesa de Asturias no se encuentra excesivamente a gusto, por ponerlo suave, en la isla donde su esposo ha veraneado desde antes de nacer. Curiosamente, Mallorca no le parece desmesurada por su historial aristocrático, sino que siente la estrechez de la falta de espacio.

Hay que decir en su honor que los mallorquines nunca han contratado vallas publicitarias en las que se lea "Bienvenida" en tamaño panorámico, como ha hecho Marbella con Michelle Obama, una iniciativa que nunca tildaría de catetismo para no aventar un enfrentamiento interregional. En todo caso, que tiemble la primera dama norteamericana, porque será eclipsada por Letizia en su comida exprés en Marivent. Su hija Sasha es impecable, pero tampoco podrá competir con Leonor y Sofía, a quienes sus padres jamás vestirían de gótico, como hace el izquierdista Zapatero para exorcizar a los estadounidenses. En fin, hoy llega el Rey a Mallorca, para poner un poco de orden en el descontrolado escalafón mediático de la Familia Real.

No importa que Zapatero cumpla sus primeros cincuenta años en el poder -y que esa efeméride se presente como otra singularidad cósmica, cuando González y Aznar fueron cincuentones en La Moncloa, y a Suárez no le dejaron llegar a serlo-. A quién le importa que un hatajo de pillastres hunda desde su aeroportuaria torre ebúrnea la economía de Baleares y de una muchedumbre de mileuristas. El planeta deja de girar en cuanto Letizia Ortiz carga con la actualidad a su espalda, escoltada por sus dos rubicundas criaturas indistinguibles, aunque ahora han tomado la precaución de no vestirlas de gemelas para evitar la confusión popular.