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El Rey lleva seis décadas en Mallorca
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Matías Vallés

Diario de Robinson

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El Rey lleva seis décadas en Mallorca

Establezcamos a efectos de preámbulo que Mallorca es una nación. Y antes de que los constitucionalistas anulen este artículo, recuerden que ahora mismo alberga dos reyes

Establezcamos a efectos de preámbulo que Mallorca es una nación. Y antes de que los constitucionalistas anulen este artículo, recuerden que ahora mismo alberga dos reyes en su seno. Se trata de Juan Carlos de Borbón y Harald de Noruega -el segundo es fácil de distinguir porque siempre va acompañado de una cerveza y porque habita en el yate real noruego, una versión modernizada de un drakkar vikingo-. Cuando Marbella -desde los tiempos de Gil y Gil- y Cantabria -con el incesante Revilla– reclaman con toda propiedad un pedazo de la tarta estival de la Familia Real, han de comprender que el veraneo en Marivent no se corresponde únicamente con una costumbre precipitada o forzada por alianzas inconfesables.

Apelando a la historia, el Rey llega por primera vez a Mallorca con intenciones veraniegas en 1953, hace la friolera de 57 años. Seis décadas de fidelidad son improbables en cualquier relación biográfica o geográfica, y no han faltado altibajos en su romance con Mallorca, pero el pasado jueves se reanudó el vínculo del Jefe de Estado con su isla.

En el momento de su debut mallorquín, el monarca contaba con quince años de edad. Faltaban lustros para que fuera proclamado sucesor a la jefatura del Estado. En términos aerodinámicos, ni siquiera existía el aeropuerto de Son Sant Joan -tampoco los controladores que pretenden desactivarlo-, por lo que su avión aterrizó en el aeródromo de Son Bonet, utilizado todavía por los aficionados. La discreción enmarcó aquella visita inicial, y se diría que Juan Carlos de Borbón ha querido reeditar este año la privacidad de su primer encuentro con la isla, por lo que tampoco esta vez fue recibido a pie de avión por las autoridades locales.

Cena en el Flanigan

Claro que la reivindicación de la intimidad fue desbaratada de inmediato por el Rey, cuando se dirigió nada más llegar una cena en el Flanigan, el restaurante que regenta en Puerto Portals su amigo Miguel Arias. Esa decisión equivale a viajar a Madrid y presentarse de incógnito en Casa Lucio. El tráfico en el establecimiento se hace tan intenso y cargado de linajes y de millones de euros que Beltrán Gómez-Acebo -sobrino del monarca en tanto que hijo de Pilar de Borbón- le dijo en cierta ocasión a su propietario "qué suerte tienes, estar todas las noches en Flanigan".

Aunque la Familia Real no ha ahorrado en austeridad en la primera parte de sus vacaciones, llegando al extremo de viajar en transporte público o calesa, los fanáticos del ahorro reprocharán al Jefe de Estado que su primer acto en Mallorca haya sido un ágape en un destacado local. En cuanto al precio, no es excesivo y los mallorquines necesitamos turistas caros. Que ahorren en invierno.

La Casa Real contribuyó al malentendido, al convocar y desconvocar sucesivamente a los medios informativos, y la seguridad hizo el resto al decidir que el Rey entrara en el Flanigan por la puerta de servicio, escoltado por José Cusí y por unas docenas de fotógrafos que inmortalizaron esa imagen no excesivamente gloriosa. El respeto imperante en estas crónicas nos ha evitado el titular "El Rey entra en Mallorca por la puerta de atrás", maniobra impropia de un jefe de Estado.

Alguien más malintencionado que nosotros concluiría que la preferencia del postigo al portón se debió a la necesidad de ocultar que ambos amigos inseparables portaban unos pantalones cuyo color hizo furor décadas atrás, sin remontarse tal vez a 1953. En los veranos recientes no abundan las instantáneas que recogen al Rey cenando en Flanigan o cualquier otro establecimiento. Si esta evidencia se suma al axioma de que todo movimiento de un Jefe de Estado tiene un sentido o lo adquiere al realizarlo, Juan Carlos de Borbón lanzó un mensaje con el estrépito del comienzo de sus vacaciones. Retomaba el mando, estaba dispuesto a competir en imagología con su propia familia.

Establezcamos a efectos de preámbulo que Mallorca es una nación. Y antes de que los constitucionalistas anulen este artículo, recuerden que ahora mismo alberga dos reyes en su seno. Se trata de Juan Carlos de Borbón y Harald de Noruega -el segundo es fácil de distinguir porque siempre va acompañado de una cerveza y porque habita en el yate real noruego, una versión modernizada de un drakkar vikingo-. Cuando Marbella -desde los tiempos de Gil y Gil- y Cantabria -con el incesante Revilla– reclaman con toda propiedad un pedazo de la tarta estival de la Familia Real, han de comprender que el veraneo en Marivent no se corresponde únicamente con una costumbre precipitada o forzada por alianzas inconfesables.