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Aznar, el vigoréxico: vuelve el hombre
Los tiempos cambian y ya no son las bellas oficiales las que pasean palmito por Ibiza, Mallorca o Marbella. Es más, a las
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Los tiempos cambian y ya no son las bellas oficiales las que pasean palmito por Ibiza, Mallorca o Marbella. Es más, a las guapas de carné, vistas así, al natural, sin pasar por las manos del editor de arte que consigue convertir el photoshop en la maquina de los milagros, la playa es su peor enemigo. Basta con observar la flaccidez del trasero de Inés Sastre en una revista cuando en otra (de esas de lujo) aparece en portada con el muslamen al aire sin un centímetro de más (ni de menos), algo que resulta ciertamente consolador. O las que pertenecen al grupo étnico de las Ariadnas Artiles, bellísimas en las campañas de publicidad, pero sin una curva cuando ponen sus cuerpos al sol.
Ante ese engaño manifiesto que por una vez nos reconcilia con nuestras propias medidas, aparece el hombre. Mejor dicho, los hombres que se suponen que no son bellos oficiales como los mister de turno, pero que vistos al sol o en traje de baño parecen dedicarse exclusivamente a cultivar el cuerpo. La famosa ‘tableta de chocolate’ del abdomen que luce Kiril de Bulgaria, Gonzalo Miró y hasta -¡oh cielos!, ¿es él o un doble?- José María Aznar necesita muchas horas de gimnasio diario. No valen treinta minutos de cinta combinada con un poco de pesas. ¡Qué va! Me aseguran expertos en estos asuntos que para conseguir esos cuerpos la dedicación no baja de las tres o cuatro horas diarias. Y más en el caso del ex presidente, que ya no es ‘mocito’, y los músculos tienden a sentir la atracción de la tierra y a caer cumpliendo la ley de la gravedad.
Las imágenes aparecidas en la revista ¡Hola! donde se ve a un Aznar ataviado con calzón de baño a lo ‘niño Casiraghi’, gafas de quinceañero, y haciendo carreras con Baltasar, el hijo de ocho años de Valeria Mazza, no dejan de sorprender. Más si cabe, cuando su yerno Alejandro Agag presenta tripita cervecera y va de papá convencional.
Los malvados dicen que el ex presidente se encuentra en esa etapa de la vida que suele atacar a los varones cincuentones y que tiene que ver con la búsqueda de la juventud perdida. Ni cuando era joven de verdad, Aznar presentaba esa imagen de muchacho vigoréxico (busquen en Google) que presenta ahora. Hasta en Génova (sede del PP en Madrid) se han quedado un tanto impactados por el resurgir del hombre tal que la sirena de la película Splash. Hay quien se pregunta si el siguiente paso será un piercing en el ombligo o un tatuaje como los que luce Brad Pitt para festejar a su adorada Angelina.
En el caso de Aznar, y dada la repercusión mediática que tendría esa imagen, su partido podría plantearle que el mejor especialista le grabaran un tatoo con la gaviota volando entre los omóplatos. Por supuesto el tatuador tendría que ser afiliado al PP, o al menos simpatizante, para que no existiera la posibilidad del resentimiento o el doble lenguaje con un I love José Luis enmarcando un zapatito como el de Cenicienta. Imaginen si le ocurre lo que al periodista Pipi Estrada, que se grabó un inmenso corazón con el nombre de Terelu y cuando rompieron no había manera de eliminarlo.
Los tiempos cambian y ya no son las bellas oficiales las que pasean palmito por Ibiza, Mallorca o Marbella. Es más, a las guapas de carné, vistas así, al natural, sin pasar por las manos del editor de arte que consigue convertir el photoshop en la maquina de los milagros, la playa es su peor enemigo. Basta con observar la flaccidez del trasero de Inés Sastre en una revista cuando en otra (de esas de lujo) aparece en portada con el muslamen al aire sin un centímetro de más (ni de menos), algo que resulta ciertamente consolador. O las que pertenecen al grupo étnico de las Ariadnas Artiles, bellísimas en las campañas de publicidad, pero sin una curva cuando ponen sus cuerpos al sol.