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Umbral, enterrado junto a Pincho, su hijo de seis años
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Paloma Barrientos

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Umbral, enterrado junto a Pincho, su hijo de seis años

“Aún no me lo creo”, me confesaba María España, la mujer de Umbral en la sala de duelos que el Hospital Montepríncipe había dispuesto a modo

Foto: Umbral, enterrado junto a Pincho, su hijo de seis años
Umbral, enterrado junto a Pincho, su hijo de seis años

“Aún no me lo creo”, me confesaba María España, la mujer de Umbral en la sala de duelos que el Hospital Montepríncipe había dispuesto a modo de capilla ardiente. De madrugaba, el escritor y periodista fallecía en la habitación de la clínica mientras la mujer con la que había compartido cincuenta años de matrimonio le cogía la mano. Ni ella ni el resto de los familiares presentes procesaban lo que había ocurrido.

El columnista llevaba una temporada regular desde que sufrió una intervención complicada hace cuatro años y de la que se recuperó poco a poco. Ya no volvió a ser el mismo. Recibía a los amigos en su ‘dacha’ de Majadahonda y prácticamente su vida social desapareció. Según me contaba María España, “recibía cantidad de invitaciones pero ya no se encontraba con ganas de salir. No oía bien y además le aburrían las aglomeraciones”.

Su jardín, su rincón donde leía los periódicos acompañado de su gata -“Blanquita cada vez más viejita”, comenta España- , y su mesa eran su horizonte. No le hacía falta más. Dictaba las crónicas a su mujer que, corregidas por él, ella enviaba al periódico. Nunca se habituó al ordenador y hasta que pudo las escribía en su olivetti. El último artículo fue el del mes de julio porque agosto se lo tomaba de vacaciones.

Todo iba normal dentro de lo que suponía su vida cotidiana. La única diferencia con respecto a los meses anteriores era su delgadez. “Pesaba sesenta kilos y era muy poco para su altura”, me decía España, con la que durante años compartí trabajo en varias revistas del Grupo Zeta. Ella era y es una magnifica fotógrafa y lo dejó todo para dedicarse en cuerpo y alma al maestro. “Tuve la posibilidad de elegir y por eso nunca me arrepentí de mi decisión. Paco siempre ha sido como un niño pequeño. Necesitaba atención diaria y casi al minuto” confesaba hace tiempo cuando le pregunté si no echaba en falta la actividad profesional.

María España le procuraba esa tranquilidad doméstica que necesitan las estrellas y a las que casi siempre les cuesta reconocer que gracias a esa dedicación plena y exclusiva ellos pueden triunfar. España no fue nunca el descanso del guerrero, sino la compañera noble, leal y generosa capaz de ver más allá de las tontunas masculinas que en ocasiones atacaba el ego de su marido.

Los amigos sabían del deterioro del escritor, que se había agravado estos últimos meses. Por eso Umbral y España, aconsejados por el médico, decidieron que como hasta septiembre él no tenía que entregar columna era el mejor momento para que le realizaran un chequeo. El domingo una ambulancia le recogió en su domicilio y lo llevó hasta el centro hospitalario donde, durante esta semana, debían practicarle diversas pruebas para averiguar el porqué del adelgazamiento repentino. No pudo ser. Y por eso su muerte ha dejado a los suyos tan impresionados. “No es cierto que le ingresaran de urgencia. Era un chequeo en profundidad nada más”, contaba Isabela, una de las cuatro hermanas de España que, a partir de ahora, serán su soporte afectivo.

Muchos no saben que el matrimonio tuvo un hijo que murió a los seis años. Una desaparición que ninguno de los dos llegó a superar, sobre todo la madre que ha querido que las cenizas de su marido permanezcan junto a las de Pincho en el nicho doscientos sesenta y siete del cementerio de la Almudena de Madrid. Los que conocíamos la existencia de Pincho sabíamos también de la ternura y sensibilidad del irritable Umbral cada vez que una televisión reponía su desencuentro con Mercedes Milá al grito de “señorita, yo he venido a hablar de mi libro”.

“Aún no me lo creo”, me confesaba María España, la mujer de Umbral en la sala de duelos que el Hospital Montepríncipe había dispuesto a modo de capilla ardiente. De madrugaba, el escritor y periodista fallecía en la habitación de la clínica mientras la mujer con la que había compartido cincuenta años de matrimonio le cogía la mano. Ni ella ni el resto de los familiares presentes procesaban lo que había ocurrido.