:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2Ff59%2F0db%2Fa55%2Ff590dba5519b4bc1502ead10512f2aed.jpg)
En Vena
Por
La carta del Rey a su amigo Vilallonga
Hace años un reportaje titulado “Los amigos del Rey”, publicado en la revista Tribuna y donde se trataba el asunto de las amistades reales -algunas peligrosas-,
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Ff12%2F844%2F861%2Ff12844861c8f623afdf2fd8a37c006a1.jpg)
Hace años un reportaje titulado “Los amigos del Rey”, publicado en la revista Tribuna y donde se trataba el asunto de las amistades reales -algunas peligrosas-, sirvió para que el General Sabino Fernández Campo me explicara elevando a la categoría de generalidad lo que en el artículo aparecía como particular: “Los reyes no pueden tener amigos”, entendiendo la amistad como el vínculo afectivo que se da entre el resto de la ciudadanía. La razón que me daba era que ostentar, presumir, exhibir, alardear (coloquen todos los sinónimos que se les ocurran) de ser “amigo real” supone unas implicaciones que, en ocasiones y como se ha visto, se vuelven contra la institución.
¿Qué empresario o banquero le niega una reunión profesional a esos personajes de los que se sabe que al menos les une con el Rey la afición por la caza o por los coches? Y piensan: ¿Y si de verdad son amigos? ¿Y si me enchufa para ir a Zarzuela? ¿Y si consigue una audiencia privada? Y el “y si…” se convierte en moneda de cambio para ciertos elementos que juegan precisamente con que el “Amigo/ Majestad”. Por eso, la aclaración que en su día me dio el que fuera durante treinta años jefe de la Casa del Rey, me sirve ahora para explicar que los verdaderos amigos nunca presumen de serlo. Es más, procuran pasar inadvertidos. Y los que no lo pueden esconder por aquello de la notoriedad pública de sus relaciones intentan al menos que ese afecto no trascienda.
Toda esta explicación previa viene a cuento por el fallecimiento de José Luis de Vilallonga, biógrafo oficial por la gracia real, pero sobre todo amigo fiel durante muchos años. Una amistad de la que nunca alardeó y que en ocasiones, aunque parezca mentira, no le favoreció. Los que desconocían su trayectoria profesional, ampliamente glosada en Francia con premios literarios importantes y condecoraciones de categoría como la Gran Cruz de la Legión Francesa, se quedaban exclusivamente con las “boutades” del aristócrata frívolo que compartía veranos y diversión con su Majestad.
De su amplísima producción literaria, cero patatero, así como un desconocimiento total de las entrevistas personales con jefes de estado, primeros ministros, artistas internacionales, premios nobeles, deportistas de elite publicadas en importantísimas cabeceras del tipo Paris Match, Stern, Life, Interviú y que le supuso, además del prestigio profesional, el ser uno de los periodistas mejor pagados -como él decía- de Europa.
José Luis nunca presumía ni hablaba de esas visitas del Rey a su casa de Barcelona cuando ya los años y el deterioro físico hacían mella en su cuerpo y, sobre todo, en su espíritu. Tampoco de las conversaciones telefónicas con don Juan Carlos en las que se interesaba por su estado de salud. El Rey fue uno de los primeros en enterarse de la muerte en su casa de Andratx. Oficialmente, la Casa Real envió un telegrama de condolencia como hace siempre. Extraoficialmente, José Luis de Vilallonga recibió una carta muy especial de su amigo Juan Carlos de Borbón una hora después de su muerte. Una misiva seguramente cariñosa, afectuosa y emotiva que Sylianne, la que él calificaba como la mujer de su vida, le leyó en voz alta mientras le acariciaba la mano. Dicen algunos expertos que hay un trasvase de energía en ese tiempo incierto entre la muerte clínica y la muerte espiritual. Puede ser que, mientras durase ese desencuentro vital del ser y no ser, el escritor agradeciera las palabras más reales del amigo real.
Hace años un reportaje titulado “Los amigos del Rey”, publicado en la revista Tribuna y donde se trataba el asunto de las amistades reales -algunas peligrosas-, sirvió para que el General Sabino Fernández Campo me explicara elevando a la categoría de generalidad lo que en el artículo aparecía como particular: “Los reyes no pueden tener amigos”, entendiendo la amistad como el vínculo afectivo que se da entre el resto de la ciudadanía. La razón que me daba era que ostentar, presumir, exhibir, alardear (coloquen todos los sinónimos que se les ocurran) de ser “amigo real” supone unas implicaciones que, en ocasiones y como se ha visto, se vuelven contra la institución.