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Guardaespaldas y proveedores en la boda de Borja
Lo malo -o lo bueno, en este caso- que tienen las bodas con invitados de atrezzo es que, como dice el anuncio de “ven y cuéntalo”,
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Lo malo -o lo bueno, en este caso- que tienen las bodas con invitados de atrezzo es que, como dice el anuncio de “ven y cuéntalo”, después lo cascan todo. Incluso interpretan gestos, palabras y momentos como si fueran los mejores paparazzi del mundo. Así ha ocurrido en el convite post nupcial de Borja Thyssen y Blanca Cuesta celebrado en un pueblo de Segovia. Si la ceremonia religiosa, oficiada días antes en Tarrasa con nocturnidad y ¿previo donativo millonario? por un cura más cercano a los frikis televisivos que a los fieles de su iglesia, ya fue de traca, la fiesta del sábado se caracterizó porque había más guardaespaldas y proveedores que invitados amigos. Conocidos, cien... íntimos de toda la vida, treinta.
La presencia de seguridad en forma de comandos de doce miembros durante las horas previas, más las veinticuatro que casi duró el convite, dan una ligera idea de por donde navega la pareja. De hacer caso a las cifras que se barajan por la exclusiva, cada “te quiero” de los novios sirve para pagar el alquiler anual de varios mileuristas. Como decía uno de los invitados “¿por qué lo llaman boda….cuando es simplemente negocio?”. Pues eso. Primero llenar el bolsillo y después…. que venga lo que venga.
Respecto a la novia lució un palabra de honor diseñado por Manuel Mota y, supongo, gratis total teniendo en cuenta que Blanca ya posó con su gurú semanas antes. Lo acompañaba con un velo tul ilusión, unos pendientes largos, un pendentif de brillante en forma de pera, una pulsera también de brillantes y una sortija, por supuesto con brillante. En este caso, el llamado ‘lanzadera’ de los que Carmen Cervera tiene unos cuantos.
En este sentido, los amigos/atrezzo me confían que habría dos alternativas para la titularidad de las alhajas: la primera, que fuera regalo de la baronesa cuando aún eran amiguitas o, la segunda, prestados posiblemente por la firma Suárez.
Después de la cena y para el baile hubo cambio de vestido por uno en la misma línea pero corto. El pelo suelto con el tinte y los reflejos muy bien dados. Y, por supuesto, la sonrisa de oreja a oreja. Es lo que tienen las novias cuando la malvada bruja de Blancanieves en forma de suegra se ha evaporado o no acuden a la celebración. La suegra baronesa se encontraba ese mismo día en Barcelona.
La periodista Chelo García Cortes que ya había ejercido de madrina en el sacramento afterhour ‘bendijo’ de nuevo la unión y realizó el intercambio de anillos dirigiéndose a ellos desde una especie de altarcito donde habían colocado una Virgen: “Borja, Blanca. Blanca, Borja….estáis rodeados de amigos y gente que os quiere”. Pero no tanta como hubieran querido, porque los invitados se fueron descolgando y de los doscientos que estaban previstos se quedaron en ciento treinta.
Además de Chelo, hablaron el amigo de Blanca de Playa de Aro que les presentó, más el decorador Luis Gallusi encargado de ‘arreglar’ el lugar. Tras la ceremonia, por supuesto, las fotos rigurosamente exclusivas para la exclusiva megamillonaria. En primer lugar, posaron los recién casados solos y después combinando los personajes de esta especie de sainete de Arniches. Con los padres de ella, con los hermanos de ella, con los amigos de ella entre los que se encontraban los dueños del gimnasio que frecuenta la pareja y de la tienda de moda de Ibiza donde gasta Blanca…. Quizá lo más llamativo y, por lo tanto, lo que daba más morbo eran los pocos allegados a Borja.
Manolo Segura, el padre biológico, su mujer Paz, el pintor Soler Miret, Antonio Salcedo, Leo, su marido y sus dos hijos… todos ellos amigos de toda la vida de la baronesa ausente y poco más. Llamaron la atención dos invitadas de las que se desconocía su amistad intima con la pareja. La madre sí lo es de Carmen Cervera, pero nada se sabía de las hijas. Se trata de Rocío y Graccia Barreiros.
La decoración de todo el recinto fue obra de Luis Gallusi que eligió los tonos violeta y flores frescas basándose en rosas de color blanco y rosa pálido. Los manteles blancos y las sillas doradas para mesas de ocho a diez invitados. Antes de la cena, se sirvió un cóctel de brochetas de pulpo, bombones de foi en lecho de higo, jamón ibérico, piruletas de queso parmesano, raviolis de calabaza y croquetas de boletus. A continuación, la cena segoviana con cordero acompañado de ensalada de berro. Algunos de los invitados tomaron también cochinillo, entre ellos la madrina, Chelo.
Todo ello regado con Rioja reserva Marques de Murieta, blanco de rueda y champán, para acabar con un resopón de migas, churros, baile, fuegos artificiales y, de nuevo, cambio de guardia. A las seis de la mañana apareció el último relevo de guardaespaldas que debían velar por la exclusiva. Me pregunto si entre ellos estaría el cura que les casó en Tarrasa.
Al día siguiente, Manolo Segura y su mujer almorzaron de nuevo cordero en la Portada del Mediodía, el mismo restaurante que sirvió la cena la noche anterior. No habría estado mal que los novios hubieran repartido fiambreras con los restos del banquete a invitados y curiosos de la calle.
Según las interpretaciones de algunos de los invitados, mientras Blanca parecía exultante, a Borja se le veía apagado. A pesar del apoyo de Manolo Segura y del resto de los amigos que estuvieron presentes a instancias de la madre Tita seguramente Borja la debió echar de menos. Una fiesta peculiar donde quien aparentemente llevaba la batuta era la novia y su familia.
En cambio, otros conocidos aseguraban que a Borja se le veía radiante “lo que ocurre es que él es más de interiorizar los sentimientos”. Al menos, así me lo describen unos y otros. Dicen que parecía más feliz en la cena del día anterior donde a un camarero disfrazado de paparazzi o a la inversa le pillaron intentando inmortalizar a los anfitriones. Aseguran que algunas agencias llegaron a ofrecer seis mil euros por imágenes robadas.
Nada que ver con la boda de puertas abiertas de Gigi Sarasola y la bella Tita Astolfi. Mañana más, como aperitivo un adelanto: el traje de novia era un diseño de alta costura de Lacroix de 120.000 euros.
Lo malo -o lo bueno, en este caso- que tienen las bodas con invitados de atrezzo es que, como dice el anuncio de “ven y cuéntalo”, después lo cascan todo. Incluso interpretan gestos, palabras y momentos como si fueran los mejores paparazzi del mundo. Así ha ocurrido en el convite post nupcial de Borja Thyssen y Blanca Cuesta celebrado en un pueblo de Segovia. Si la ceremonia religiosa, oficiada días antes en Tarrasa con nocturnidad y ¿previo donativo millonario? por un cura más cercano a los frikis televisivos que a los fieles de su iglesia, ya fue de traca, la fiesta del sábado se caracterizó porque había más guardaespaldas y proveedores que invitados amigos. Conocidos, cien... íntimos de toda la vida, treinta.