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Y faltó la abuela...
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Y faltó la abuela...

No hubo montescos, ni capuletos en la boda de Julián López, El Juli, y Rosario Domecq celebrada en la iglesia de Santo Domingo en Jerez. Como

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Y faltó la abuela...

No hubo montescos, ni capuletos en la boda de Julián López, El Juli, y Rosario Domecq celebrada en la iglesia de Santo Domingo en Jerez. Como debe ser. Una tradición que ningún miembro se atreve a romper y menos si la novia es la titular del apellido. Hay un dicho en esa zona que dice que en Jerez o se es caballo o se es Domecq, una forma coloquial para explicar el inmenso árbol genealógico de la que fuera primigenia familia bodeguera. En este caso, el bodón transcurrió con normalidad.

La novia, alta, delgada, envuelta en un vestido precioso de Miguel Palacio que como siempre no se amoldaba a los cánones tradicionales de cuello barco y drapeado, llegó en una carretela del siglo XIX enganchada a una calesera propiedad de Ana María Bohórquez. Rosario iba coronada con una espléndida diadema de brillantes y perlas propiedad de la abuela paterna Paloma Urquijo. Se trata de una joya que suele prestar a todas las mujeres de la familia que se lo piden y que se convierte casi en alhaja fetiche. Parece que en una ocasión hubo que echarla a suertes porque hubo dos bodas prácticamente seguidas y no daba tiempo al ajuste para cada una de ellas.

Aparte de la tiara Domecq nada más. Es mujer de poco adorno y quien la conoce me la define como una chica excelente, muy trabajadora y con mucho carácter. Este carácter que le sirvió para “enfrentarse” a su familia que no veía con buenos ojos su noviazgo con El Juli. Esa oposición no tenía que ver -como se dijo- con diferencias sociales, sino más bien con la juventud de Rosario. Los padres preferían que “la niña” estudiara y se prepara y, por supuesto, que viera mundo. Ennoviarse tan joven y además con un torero iba a resultar un valle de lágrimas. De ahí los desencuentros filiales.

Rosario pasó temporadas fuera de España, pero la distancia en estos tiempos no la marcan los kilómetros porque Internet y, sobre todo el teléfono, eran los mejores aliados. Tras siete años de un noviazgo como los de antes, por fin la pareja decidió elegir día y hora.

Y así fue como el 20 de octubre se dieron el ‘sí quiero’ rodeados de ambas familias, amigos y del pueblo de Jerez que se echó a la calle. Quizá una única ausencia, la abuela del torero, que durante los últimos años se dedicó a comercializar sus tribulaciones culpando de su precaria situación al niño/torero. A diferencia de lo que ella pregonaba, El Juli, a través de su padre, ayudaba económicamente a la abuela largona. Por tanto, no era de extrañar que no estuviera, aunque parece que sí recibió invitación y fue ella la que decidió no acudir.

El torero apareció guapo y lustroso, vestido con un chaqué a medida firmado por la sastrería madrileña Langa y con la botonadura de brillantes que le regaló su novia el día de la petición de mano. La madre y madrina eligió a Caprile, mientras que la suegra prefirió un modelo berenjena de Elena Benarroch. Para los niños/pajes tiraron de la familia y les vistieron con ropa de la tía Paloma Domecq Urquijo, unos vestiditos en estilo goyesco. En cambio el ‘momento zapato’ de la novia, sus cuñadas y resto de las mujeres López tuvo la firma de Rocío Mozo, pareja de Ignacio, uno de los hermanos de El Juli.

La decoración de la iglesia, del palacio Domecq y el ramo fueron obra de Francis Yanes. Mientras que para la ceremonia religiosa eligieron flores blancas, para las mesas se utilizaron azulinas, orquídeas rosas, hojas de roble y flores de campo que daban un toque muy colorido. Aparte del almuerzo nupcial a base de crema de verdura escalibada, arroz con langostinos de Sanlúcar, pechuga de codorniz y milhojas de tres chocolates, hubo un cóctel a las siete de la tarde y resopón de madrugada. Por supuesto, no faltó el flamenco.

No hubo montescos, ni capuletos en la boda de Julián López, El Juli, y Rosario Domecq celebrada en la iglesia de Santo Domingo en Jerez. Como debe ser. Una tradición que ningún miembro se atreve a romper y menos si la novia es la titular del apellido. Hay un dicho en esa zona que dice que en Jerez o se es caballo o se es Domecq, una forma coloquial para explicar el inmenso árbol genealógico de la que fuera primigenia familia bodeguera. En este caso, el bodón transcurrió con normalidad.