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Paloma Barrientos

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Mi querida Concha

Lo malo de nuestra profesión es que a veces hay que contar una historia triste de alguien a quien quieres, respetas y admiras y el destino

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Mi querida Concha

Lo malo de nuestra profesión es que a veces hay que contar una historia triste de alguien a quien quieres, respetas y admiras y el destino se ha empeñado en que desaparezca de nuestro lado presencial, que no del afectivo. Es entonces cuando cuesta juntar las palabras, acertar con los adjetivos y recordar esos momentos compartidos que resumen una vida profesional que empieza con el ‘colegueo’ y acaba convirtiéndose en imprescindible.

Quizá una de las cosas que más me llamaban la atención, mi querida Concha, era tu querencia a desmitificar la popularidad. Coincidíamos en cursos y mesas redondas y siempre empezabas de una manera muy parecida: "Mirad -decías a los jóvenes participantes-, hoy estás arriba y todos te quieren y mañana no apareces en la tele y te olvidan. Cuidaos de los halagos que hacen perder la perspectiva".

Y lo llevaste a rajatabla. Te he visto salir de Telecinco y atender a becarios que necesitaban  hablar contigo y no podían contactar telefónicamente. A uno de ellos, que puede ser que se identifique si casualmente lee este escrito, le conseguiste una colaboración que resolvió su vida. Su novia se volvía a su ciudad y él no tenía medios para seguirla. No sé que verías en él, pero influiste en un puesto de trabajo. Me lo contaste emocionada: "¿Sabes que quiere que sea la madrina de su hijo?".

No pudo ser, porque esa Navidad te detectaron el cáncer y tu hoja de ruta cambió radicalmente. Antes de irte a Valencia hablamos y recordamos historias antiguas muertas de risa. Tenías un ánimo a prueba de bomba. Algunas tenían que ver con el sector masculino de la profesión y de cómo habían cambiado las reglas del juego en el periodismo. Eras implacable con la hipocresía y con los que ejercían de seductores poligoneros. "¿Te imaginas -decías- que ahora un Jefe pida a las becarias que le traigan un whisky?". 

Reconocíamos que en nuestros inicios nos había tocado una época estupenda para ejercer el periodismo, donde los dueños de grupos editoriales (Zeta, Prisa, Grupo 16...) dejaban en manos de grandes periodistas sus medios en vez de en gerentes a los que solo les importan los números. Estabas orgullosa de lo que habías conseguido en tu trabajo, aunque lo verdaderamente importante eran otras cosas. Tu familia, tus niños, tu gente, tu Ibiza del alma... Fuiste tú la que me descubrió la sal de la isla. "El día que la pruebas ya no la cambias por nada". Como me viste poco receptiva, la compraste y me la regalaste. Aún guardo el frasco de cristal, porque tiene el tamaño perfecto para poner dos flores. Querida Concha, a partir de hoy las tendrás siempre frescas en verano, invierno y primavera.

 

Lo malo de nuestra profesión es que a veces hay que contar una historia triste de alguien a quien quieres, respetas y admiras y el destino se ha empeñado en que desaparezca de nuestro lado presencial, que no del afectivo. Es entonces cuando cuesta juntar las palabras, acertar con los adjetivos y recordar esos momentos compartidos que resumen una vida profesional que empieza con el ‘colegueo’ y acaba convirtiéndose en imprescindible.

Concha Garcia Campoy