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"Todos los Borbones son infieles"
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Gema López

Malas Lenguas

Por
Gema López

"Todos los Borbones son infieles"

“Todos los Borbones son infieles por naturaleza”. Quien me hacia esta afirmación sin titubear, con la certeza que le otorgaba vivir lo que había vivido y

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"Todos los Borbones son infieles"

“Todos los Borbones son infieles por naturaleza”. Quien me hacia esta afirmación sin titubear, con la certeza que le otorgaba vivir lo que había vivido y sin miedo a perder ya nada, porque todo lo había perdido, no era otra que Enmanuela Dampiere. Corría el año 2006 y la tía del Rey Juan Carlos vivía apartada en Roma, con la única  compañía de los recuerdos y las añoranzas de lo que pudo ser, pero nunca fue. Ante semejante aseveración no dudé en preguntarle: “¿Todos, Señora?” Su respuesta, en tono pausado, me dejó atónita: “Todos, Juanito también”.

Durante estos días, la respuesta no ha parado de dar vueltas en mi cabeza. La emisión en televisión de esta frase corta y precisa, nunca se produjo. Infidelidad y Borbón eran entonces una  combinación explosiva, de la que muchos sabíamos, pero todos callábamos. Tan solo siete años después, la princesa Corinna ha resucitado los viejos fantasmas de la institución y se ha convertido en la maza con la que pegan aquellos que solicitan con urgencia la abdicación del monarca. Poco más de un lustro y la ayuda de un duque embargado, han obrado el milagro y en mis oídos retumban las palabras pronunciadas la semana pasada por Federico Jiménez Losantos, comparando a la princesa Zu Sayn Wittgentein con Bárbara Rey. Dándole a la primera la categoría de amante oficial y a la segunda de oficiosa, aunque a la gran mayoría la segunda nos pilla más cercana.

Y es que, hasta para cuestiones de alcoba, la tradición monárquica ha tendido a hacer patria y  a relacionarse con cortesanas, damas de dudosa reputación e incluso candorosas novicias. Para muestra, el libidinoso Felipe IV, rebautizado por Torrente Ballester como “El Rey Pasmado”. Lo que entonces sabía y cuchicheaba la corte de los Austrias, hoy lo conoce y distribuye en forma de correo electrónico el “socio traidor” Diego Torres. Hasta tal punto se ha siente amenazada la corona que a los asesores reales no se les ha ocurrido otra que mandar un emisario con poca credibilidad, como Iñaki Urdangarín, a despejar dudas ante el juez Torres.

Que la institución está tocada, está claro, pero no por las Corinnas, Bárbaras y demás nombres que pueden salir a la luz a partir de ahora, sino porque quizá cuando mas alerta debía de haber estado nuestro monarca, después de sospechar de la ambición desmedida del jugador de balonmano venido a más, se quedo “pasmado”, como su antecesor y no supo o lo que es peor, no quiso actuar. Debió pensar el noble que enviando al destierro al duque ‘em…palma…do’, las aguas se calmarían y la prensa, hasta entonces sometida a censura, para algunas cuestiones reales, callaría.  Pero se equivocó el monarca, porque los amoríos y deslices se perdonan, pero las corruptelas no.

A estas alturas a Don Juan Carlos, como a Felipe IV, le han salido hasta hijos bastardos. De momento, Albert Solá e Ingrid Sartiau, han interpuesto, en este lapso temporal en el que todo ha cambiado, una demanda de paternidad contra el monarca. Y de nuevo a mi cabeza vuelven las frases de Enmanuela Dampierre. “Odio a los bastardos. No lo puedo resistir, siempre acaban acercándose a uno por interés”. Pero hasta en esto seríamos flexibles con el Rey, siempre y cuando no nos cueste dinero. Porque al final todo se reduce a eso: ni amantes, ni hijos secretos acabarán con la tradición monárquica, sino la conducta, quizá poco ejemplar, de un monarca que pudo serle “infiel” a su pueblo.  

“Todos los Borbones son infieles por naturaleza”. Quien me hacia esta afirmación sin titubear, con la certeza que le otorgaba vivir lo que había vivido y sin miedo a perder ya nada, porque todo lo había perdido, no era otra que Enmanuela Dampiere. Corría el año 2006 y la tía del Rey Juan Carlos vivía apartada en Roma, con la única  compañía de los recuerdos y las añoranzas de lo que pudo ser, pero nunca fue. Ante semejante aseveración no dudé en preguntarle: “¿Todos, Señora?” Su respuesta, en tono pausado, me dejó atónita: “Todos, Juanito también”.