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El silencio del duque de Alba
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Gema López

Malas Lenguas

Por
Gema López

El silencio del duque de Alba

En plena era de desahucios y lágrimas televisadas, de desesperación y gritos desolados, de los que ven su hogar peligrar, aparecen nuevos datos del pisito que

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El silencio del duque de Alba

En plena era de desahucios y lágrimas televisadas, de desesperación y gritos desolados, de los que ven su hogar peligrar, aparecen nuevos datos del pisito que la casa de Alba le habría comprado a Alfonso Diez, duque consorte de Alba, en la costa gaditana. Doña Cayetana tiene poderío para eso y para más y al parecer no querría dejar a su viudo, el día que lo sea, si es que lo va a ser, porque la duquesa tiene mecha para rato y su marido cada día cojea más, sin un techo en el que cobijarse cuando tenga que llorar su desaparición. Una manera elegante y acogedora de alejarle de Dueñas y Liria, emblema de la casa y sobre la que los hijos tendrán el control absoluto.

Desde que Alfonso reapareció en la vida de Cayetana para no irse nunca más, la singular pareja ha tenido que sortear todo tipo de obstáculos, en su mayoría los que les colocaban en su camino la descendencia de la noble. Cayetana tuvo que asegurar la herencia para que su prole no chillara y así poder casarse con el Clint Eastwood que la levantó para siempre de su silla de ruedas para recorrer el mundo que se extiende más allá de sus títulos y posesiones, que es lo que siempre anheló Cayetana.

Lo significativo de la compra va más allá de dejar asegurado el futuro del que un día abandonó su puesto de funcionario para amar la duquesa. Lo llamativo es que hay quien asegura que con este dúplex se compra el silencio de un marido que podría heredar 85 millones de euros, cuando en su DNI aparezca la palabra viudo en el apartado de estado civil. Un mutismo que me hace recordar la época en la que Alfonso levantaba el teléfono para lamentarse ante más de un periodista de lo malas que eran las relaciones entre él y los hijos de Cayetana. El futuro duque consorte intentaba asegurar de esta manera el apoyo mediático de las voces más críticas con la nueva aventura amorosa de Cayetana y minorizar los daños que pudieran causar las declaraciones de un antiguo amigo de Alfonso, que acudió a un plató para hablar de ciertos episodios del  pasado del funcionario, mientras los hijos, que por aquel entonces no soportaban a Diez, se frotaban las manos.

Pero la cabezonería de la duquesa pudo más que los intereses de los hijos y, días antes de casarse, Alfonso renunciaba a la pensión, a los títulos y honores y al usufructo que le pudiera corresponder tras el fallecimiento de Cayetana. El duque se ganó a la prole y ahora se ha ganado un piso. La prensa, en cambio, ha perdido un interlocutor que, aunque educado siempre, fue fuente de información de las desavenencias familiares, existentes a pesar de lo noble del apellido.  

En plena era de desahucios y lágrimas televisadas, de desesperación y gritos desolados, de los que ven su hogar peligrar, aparecen nuevos datos del pisito que la casa de Alba le habría comprado a Alfonso Diez, duque consorte de Alba, en la costa gaditana. Doña Cayetana tiene poderío para eso y para más y al parecer no querría dejar a su viudo, el día que lo sea, si es que lo va a ser, porque la duquesa tiene mecha para rato y su marido cada día cojea más, sin un techo en el que cobijarse cuando tenga que llorar su desaparición. Una manera elegante y acogedora de alejarle de Dueñas y Liria, emblema de la casa y sobre la que los hijos tendrán el control absoluto.