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Piqueras y el Apocalipsis
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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Piqueras y el Apocalipsis

Veo el informativo de Pedro Piqueras y posteriormente me siento obligado a echar el pestillo de la puerta de mi casa. Piqueras vive en un mundo

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Piqueras y el Apocalipsis

Veo el informativo de Pedro Piqueras y posteriormente me siento obligado a echar el pestillo de la puerta de mi casa. Piqueras vive en un mundo que, por desinterés o por carencia congénita de imaginación fúnebre, a mí me resulta particularmente extraño. Y peligroso. 

Lo que le ocurre a Piqueras le ocurre también al noventa por ciento de los periodistas que conozco. Sólo en el trabajo. El catastrofismo es una desviación profesional con visos de convertirse en característica propia del gremio por definición enciclopédica.  

Lección de periodismo número 1: allí donde usted utilizara o utilizase la palabra “feo”, sustitúyala siempre que le sea posible por la palabra “horroroso”.

Consiguió narrar Piqueras en el exiguo espacio de media hora, y sin trabarse, que una señora de Cuenca había sido “brutalmente asesinada” por un vecino del pueblo; que existe en España una “hemorragia bursátil” difícil de frenar; que una aldea perdida por la estepa cañí se había convertido en el escenario de unos “horrendos acontecimientos”;  que los datos de no sé qué parámetro sociodemográfico resultaban, de nuevo, “terribles”.

Lección de periodismo número 2: “Me siento muy optimista en cuanto al futuro del pesimismo” (Jean Rostand).

A veces me pregunto, ya que apenas abro el pestillo que me separa de esa realidad “terrible”, “horrenda”, “horrorosa” que describen los telediarios, si en esa misma realidad ocurren de vez en cuando cosas buenas. Y me pregunto sobre todo cuáles pueden ser las razones, más allá del morbo, más allá del share, que motivan a los medios para no contármelas.

Son preguntas que me hago en aquellos momentos en los que consigo desembarazarme de la aguja hipodérmica a través de la cual me inoculan mi dosis diaria de apocalipsis.

Veo el informativo de Pedro Piqueras y posteriormente me siento obligado a echar el pestillo de la puerta de mi casa. Piqueras vive en un mundo que, por desinterés o por carencia congénita de imaginación fúnebre, a mí me resulta particularmente extraño. Y peligroso.