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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Belenes y campanarios

Una señora que ha logrado que trescientos internautas hayan creado un grupo en Facebook a favor de su tabique nasal es, qué duda cabe, una tipa

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Belenes y campanarios

Una señora que ha logrado que trescientos internautas hayan creado un grupo en Facebook a favor de su tabique nasal es, qué duda cabe, una tipa importante. Su madre y yo siempre supimos que Belén Esteban llegaría lejos. Y así ha sido. Del extrarradio madrileño al plató de Telecinco hay lo menos treinta kilómetros.

Anda Belén enfrascada ahora en un proyecto que le ha devuelto a Vasile las ganas de vivir. Un magacín selvático creado a modo de torniquete allí por donde su cadena chorreaba más espectadores. Seguro que han visto al menos un fragmento. Seguro. Con Sálvame la televisión ha alcanzado por fin la categoría de arte (de vanguardia). Hay más surrealismo en la franja vespertina de Telecinco que en toda la cosecha pictórica de Salvador Dalí.

Se reúnen, todas las tardes, la rubia oxigenada de San Blas y otras ‘frikipavas’ del montón para dar cuenta de la actualidad informativa. ‘Radiopatio’ de vecinas cadavéricas y enrabiadas con ganas de morder en carne o en hueso. Y muerden, vaya si muerden. Se despachan bien a gusto con todo el universo de freaks que pueblan el couché y el cátodo, mientras Jorge Javier Vázquez modera, pero sobre todo instiga. Les da para tres horas diarias, seis los viernes, pero les podría dar para bastante más. La parada de los monstruos versión continua.

De últimas, la han cogido con la pobre Campanario, ya saben, esa buena señora que trabaja como mujer de Jesulín, uno de los oficios más rentables en Andalucía y parte del extranjero. Telecinco la machaca; Antena 3 la defiende. Todo para dividir a la audiencia, que se decanta claramente por la Esteban. ¿Me entiendes?

Lo más curioso –o no- es que cuanto más gore es el espectáculo, cuanto más hinca los dientes la doña, mejor funciona el invento. Sálvame es líder en gran parte de sus tres horas de emisión, habiendo recuperado muchos de los espectadores que Telecinco había perdido desde que el Tomate se tornó difunto.

Pero cada latigazo que la Esteban le mete a la 'Campa' and family, también le hace pupa a Ana Rosa Quintana, su estimable mentora –nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos a esta buena señora-. El Vaya par de Antena 3 (Cuarzo Producciones) está hundido en la miseria a cuenta de la portentosa dialéctica de Belén. Y el DEC de los viernes, que también pertenece a la productora de AR, se ha venido abajo ante la presencia de Jorge Javier y Cía. también en esa franja.

De todos modos, uno no puede más que alegrase. No de los males de Ana Rosa Quintana, que siempre ha sido uno de mis referentes culturales, pero sí de que DEC haya encontrado por fin al que será probablemente su futurible verdugo. Patiño con la soga a la vena. ¿No les resulta orgásmico?

La pregunta en realidad es otra. ¿Por qué arrasa en este país un programa como Sálvame? Obviedades a un lado, si hay algo que despierta simpatía de este espacio es la facilidad que tienen todos sus hacedores para reconocer lo que son y a lo que se dedican. “Hacemos telebasura, ¿y qué?”. Hay algo de honradez en ese reconocimiento. Algo. Al menos, se nos aleja de ese tipo de plumillas que reivindican su doctorado en Ciencias de la Información cada vez que le hacen un moño a la Pantoja. Y hay que reconocer, por cierto, que nadie se mueve mejor que ‘Jorgeja’ dentro de un estercolero. Él lo llama neorrealismo televisivo. Qué cachondo.

No les negaré que, sumido en el más absoluto sopor estival, alguna tarde de agosto he sucumbido a los placeres perniciosos de la Esteban, a su acerado verbo y pulcra dialéctica. Que me perdone mi líder espiritual, pero a ratos la bazofia resulta tan divertida...


 

Una señora que ha logrado que trescientos internautas hayan creado un grupo en Facebook a favor de su tabique nasal es, qué duda cabe, una tipa importante. Su madre y yo siempre supimos que Belén Esteban llegaría lejos. Y así ha sido. Del extrarradio madrileño al plató de Telecinco hay lo menos treinta kilómetros.