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Una novela de amor extraordinaria, y devastadora, que los cuarentones deben leer
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Alberto Olmos

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Una novela de amor extraordinaria, y devastadora, que los cuarentones deben leer

Isaac Rosa publica 'Feliz final', un desconsolado testimonio de la ruptura amorosa donde reflexiona sobre el peso del dinero en la pareja y las contradicciones de la izquierda en relación a los hijos

Foto: Detalle de portada de 'Feliz final'. (Seix Barral)
Detalle de portada de 'Feliz final'. (Seix Barral)

Hace años asistí a una conversación entre varones que me hizo gracia. Éramos cuatro o cinco hombres formando un corrillo en una presentación literaria. Un editor mencionó a un escritor que no había podido venir, y justificó su ausencia debido a una tragedia. Utilizó esa palabra: tragedia. Todos callamos y paladeamos las connotaciones de una expresión tan grave. Sin embargo, el director de la escuela dinamitó la discreción reinante y preguntó sin más qué tragedia había caído sobre aquel escritor. Acaba de romper con su novia, desveló el editor. No jodas, dijo enseguida el director de la escuela, eso no es una tragedia, es una anécdota.

Entre la tragedia y la anécdota, las rupturas amorosas abundan y afligen y se comunican enseguida con dos palabras: hemos roto. O tres: me ha dejado. O cuatro: ya no estamos juntos. La vida sería mucho más aburrida si alguien no rompiera de vez en cuando. Que Paco y Pepa, Luisa y Luis, Mario y María rompan nos sorprende y nos da algo de lo que hablar durante un par de días, pues, en efecto, su tragedia es nuestra anécdota. Tampoco hay tantos informes que alerten sobre suicidios masivos posteriores a una ruptura de pareja.

Y eso es todo: hemos roto. La tragedia anecdótica no da para más. Salvo cuando llega Isaac Rosa y escribe una novela de trescientas páginas. Lo que la vida resume en dos palabras, la literatura lo resume en cien mil.

Feliz final

Hay que decir enseguida que Isaac Rosa ha escrito una novela extraordinaria. Por un lado, porque consigue hacer pie en la escasez verbal del desamor, que sólo excede esas dos palabras cuando el interfecto es amigo o amiga y le tienes que aguantar el desahogo durante toda una tarde. Llenar trescientas páginas con lo mismo con lo que se llenan las cafeterías en otoño no crean ustedes que es tan fácil. Por otro, porque 'Feliz final' es un libro tan brutal, tan impúdico, tan talentoso y tan original que no sé si sus lectores van a poder soportar una ruptura más entre sus propios amigos. Esta novela agota el stock entero de la empatía.

placeholder 'Feliz final', de Isaac Rosa. (Seix Barral)
'Feliz final', de Isaac Rosa. (Seix Barral)

'Feliz final' recuerda en principio a 'La clausura del amor', la obra de teatro de Pascal Rambert donde dos personajes se repartían el tiempo en tablas echándose a la cara sus desavenencias como pareja. Aquí la protagonizaron Bárbara Lennie y Israel Elejalde, y todo lo que hicieron no fue suficiente para levantar un texto singularmente plomizo. Isaac Rosa retoma la idea -o llega a esa misma idea- en 'Feliz final', y Antonio y Ángela, la pareja rota, monologan contra el otro y a partir de los monólogos del otro, mostrando las dos caras de su tragedia (o anécdota).

Además, los monólogos siguen los tiempos del amor en sentido inverso, de modo que empiezan con la separación y la mudanza, tratan el asunto de los niños, rebobinan años de alquiler, devuelven a los hijos al vientre materno y finalizan con el primer día, cuando no sabían que acababan de conocer a quien sería su compañero durante más de una década. Este procedimiento narrativo es tan eficaz como sencillo (o sea: es brillante), y aún podemos reconocer más oficio en el autor cuando se empeña en no mostrarnos sendos discursos de manera mecánica, ahora uno y ahora otro, pues en cada capítulo se busca una variante: un capítulo entero para él, otro entremezclando discursos, otro más donde cada monólogo corre en columnas paralelas... Señalo esto que no le importa a nadie porque a mí me importa mucho. Es pura artesanía de la ficción.

Exhibicionismo

Pero lo nuclear y palpitante del libro de Rosa es su absoluta devastación. Sin conocer al autor en persona, ni, de hecho, mayores lances de su vida privada, es evidente en numerosas páginas que la historia que cuenta se alimenta de la propia experiencia (el protagonista masculino es escritor, colaborador en prensa, trabajó en un periódico de izquierdas que cerró, etcétera), y es tal el exhibicionismo -levemente maquillado por las convenciones de la novela-, tan crudos los datos laborales y financieros, tan grises las cuentas que se echan para divorciarse, tan pornográficos los sentimientos, que es casi preceptivo irse a acostar después de acabar el libro. Diría uno que 'Feliz final' resulta demasiado adulto como para poder soportarlo.

placeholder Isaac Rosa. (EFE)
Isaac Rosa. (EFE)

¿Somos más felices en pareja si nos va bien profesionalmente o es la pobreza la que nos mantiene bajo el mismo techo? ¿Es una involución la crianza natural después de tantos años de lucha feminista? ¿Funciona una familia como un negocio que debe generar beneficios, innovar, tomar riesgos y evitar la quiebra? ¿Serían tan bonitas las historias de amor en el cine si las protagonizaran mileuristas y no millonarios? Estas y otras dudas se proponen desde las páginas de 'Feliz final', una novela donde la vida es tan reconocible por el lado de las facturas y de los picaportes vencidos y de la casa sin sal que no sé si hago bien en recomendársela.

Seguramente no hago nada bien recomendándosela con todas mis fuerzas.

Hace años asistí a una conversación entre varones que me hizo gracia. Éramos cuatro o cinco hombres formando un corrillo en una presentación literaria. Un editor mencionó a un escritor que no había podido venir, y justificó su ausencia debido a una tragedia. Utilizó esa palabra: tragedia. Todos callamos y paladeamos las connotaciones de una expresión tan grave. Sin embargo, el director de la escuela dinamitó la discreción reinante y preguntó sin más qué tragedia había caído sobre aquel escritor. Acaba de romper con su novia, desveló el editor. No jodas, dijo enseguida el director de la escuela, eso no es una tragedia, es una anécdota.

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