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Los 75 años de la Reina y la "fidelidad al símbolo"
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José Antonio Zarzalejos

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Los 75 años de la Reina y la "fidelidad al símbolo"

Hoy cumple Doña Sofía 75 años. La efeméride no tendría nada de particular de no ser porque la Reina está desempeñando un papel institucional

Foto: Los príncipes de asturias y la reina doña sofía
Los príncipes de asturias y la reina doña sofía

Hoy cumple Doña Sofía setenta y cinco años. La efeméride no tendría nada de particular de no ser porque la Reina -con el Príncipe, en un tándem más estudiado y operativo de lo que a primera vista podría parecer- está desempeñando por primera vez desde 1975 un papel institucional sustitutorio pero esencial. Se diluye por convalecencia continua de la Jefatura del Estado, con destellos presenciales como el del jueves del Rey con las víctimas del terrorismo, pero suena la banda sonora de la Corona que no deja de estar presente -a veces, de modo doméstico e inadecuado- en la vida social, económica y política de España.

La Reina de España, en cuanto consorte de Don Juan Carlos, no tiene estatuto público-constitucional salvo en un supuesto excepcional que no concurrirá ya en la persona de Doña Sofía: la regencia cuando el heredero fuera menor de edad. Su papel carece, en consecuencia, de relevancia jurídica, pero no simbólica. Porque la Corona es una institución simbólica y, además, familiar. Como ha escrito el gran y joven pensador y ensayista Javier Gomá en un artículo célebre titulado “La majestad del símbolo” (ABC de 13 de diciembre de 2011) “la monarquía se realiza mediante una familia concreta, con unos miembros corporales y contingentes”, Para añadir de inmediato que “la Corona es una institución, pero una institución que se contrae a una persona o una familia. No puede aislarse lo institucional y público de lo personal-privado. Se dice que la Corona es la institución más valorada por los españoles en las encuestas, pero ¿puede separarse la institución de la persona cuando la institución es persona, es familia?”.

La nueva significación de la Reina treinta y ocho años después la proclamación de Don Juan Carlos como Rey de España, responde a la concepción familiar de la institución de la Corona y encuentra en ese carácter colectivo de la institución su legitimación para presentarse como símbolo -y sin poder coercitivo alguno- ante la sociedad española. Igual ocurre con el Príncipe de Asturias, que sustituye de manera precaria a su padre en lo representativo en tanto miembro de la familia real que es la que conforma la Corona bajo la jefatura del Rey.

Doña Sofía ha reaccionado con la 'majestad del símbolo' a la que se refiere Gomá, con esa 'profesionalidad' de las personas que están educadas en la dureza de la realeza

La Reina, a la que se atribuye el carácter prosaico de nuestra monarquía por cuanto impidió la aplicación de las normas dinásticas en los matrimonios de sus hijos y posibilitó así el aburguesamiento de la familia, ha sido, por una parte, uno de los detonantes de la visualización de la crisis cuando en abril de 2012 se negó a continuar con el juego de apariencias del Rey y no regresó de Atenas mientras su marido yacía en el quirófano tras su caída en Botsuana, y por otra, ha reaccionado con la “majestad del símbolo” a la que se refiere Gomá, con esa “profesionalidad” de las personas que están educadas en la dureza de la realeza. Con la simpatía de la opinión pública por los sufrimientos que se le suponen en su matrimonio fallido, Doña Sofía sabe estar en su papel de un modo innato, en absoluto impostado y con esa medida -ni lejana ni cercana- que es la adecuada para una Reina. Demasiado cerca, el simbolismo pierde fuerza; demasiado lejos, no se percibe. Y Doña Sofía sabe estar en ese justo medio.

El comportamiento esforzado en los últimos meses de la Reina es una forma de redención de los errores en la gestión de la familia real que a ella -y más al Rey- le corresponden. Ha estado, está, en este momento crítico dando certeza a la Corona como lo hace el Príncipe y absorbiendo ambos los impactos populares que se abaten sobre ellos y lo que representan en los actos públicos. Ni la Reina ni el Príncipe -que ha presidido un liliputiense desfile militar, asistido a una fracasada cumbre en Panamá, entregado los premios que llevan su título en un ambiente callejero tenso y no deja de mantener una agenda con contactos empresariales y sociales- disponen de rol institucional, sólo simbólico. Y hay que reconocer que ambos lo ejecutan con precisión y aguante permitiendo así que la Corona no haya enmudecido.

Los que abogan por que el Príncipe siga en el “banquillo” porque así se evitará los trances que a la Corona se le vienen encima -quizás una nueva imputación de la infanta Doña Cristina y, en todo, caso, el juicio oral de su marido, no sin dejar de subrayar la descalificación política por ABC del abogado defensor de la hija del Rey, Miquel Roca- parecen omitir la consideración de que son Don Felipe y su madre los que están asumiendo el desgaste popular y político que no les corresponde de modo principal, aunque sean solidarios -por acciones y omisiones- en el deterioro de la vertiente familiar, vertiente esencial, de la Corona.

Ni la Reina, cuando le tendría que haber llegado una etapa vital de sosiego, ni el Príncipe, en la plenitud de sus 45, han caído en una imagen frívola

Han pasado muchos años para descubrir la vis político-institucional de la Reina, para contrastar su faceta de emblema de la Corona en tiempos de máxima crisis, para comprobar que ha entendido que de su actitud y comportamiento públicos dependía, y sigue haciéndolo, que el surco de la crisis de la institución no se haga más profundo. La Reina y su hijo han captado la “fidelidad al símbolo” que ambos representan y que en palabras de Gomá consiste en la “ejemplaridad”. Lo contrario a ella, nos dice el ensayista “no es, en el símbolo, la corrupción o la perversión, sino la banalidad”. Justo: ni la Reina, cuando le tendría que haber llegado una etapa vital de sosiego, ni el Príncipe, en la plenitud de sus 45, han caído en una imagen frívola. Por el contrario, representan la consistencia de una voluntad de continuidad de la institución cuando su titular está fuera del escenario público.

De nuevo la monarquía, demuestra su versatilidad, su amplitud, su gran capacidad de actuar, antes, como Jefatura de Estado, y ahora, hallándose en convalecencia impeditiva, en su versión colectiva, es decir, familiar. Hoy, cuando la Reina alcanza una cima vital, es justo reconocerle el mérito de su instinto institucional y el descubrimiento de su fuerza mayestática, después de muchos años en los que ha sido la gran desconocida, la mera consorte del Rey, sin interés por su parte para ser otra cosa ni procurar la empatía con los españoles. Que hasta hace muy poco tiempo la consideraba marginalmente. Hoy ya no.

Hoy cumple Doña Sofía setenta y cinco años. La efeméride no tendría nada de particular de no ser porque la Reina -con el Príncipe, en un tándem más estudiado y operativo de lo que a primera vista podría parecer- está desempeñando por primera vez desde 1975 un papel institucional sustitutorio pero esencial. Se diluye por convalecencia continua de la Jefatura del Estado, con destellos presenciales como el del jueves del Rey con las víctimas del terrorismo, pero suena la banda sonora de la Corona que no deja de estar presente -a veces, de modo doméstico e inadecuado- en la vida social, económica y política de España.

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