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La temeraria abdicación de Cayo Lara
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José Antonio Zarzalejos

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La temeraria abdicación de Cayo Lara

La entrega del poder en Izquierda Unida en forma de penosísima abdicación de Cayo Lara en el diputado –29 años, el más joven de la Cámara–

Foto: El coordinador general de IU, Cayo Lara (d), conversa con Alberto Garzón. (EFE)
El coordinador general de IU, Cayo Lara (d), conversa con Alberto Garzón. (EFE)

La entrega del poder en Izquierda Unida en forma de penosísima abdicación de Cayo Lara en el diputado –29 años, el más joven de la Cámara– Alberto Garzón Espinosa ha sido un acto de irresponsabilidad temeraria. Es obvio que el coordinador general de IU carece de cualquier liderazgo verosímil después de un trayecto electoral algo peor que mediocre. En las elecciones europeas del 25-M, con todo teóricamente a su favor, Izquierda Plural no llegó al 10% de los votos (9,99%), es decir, 1.562.567 sufragios (6 escaños), apenas 200.000 más que Podemos (7,97% y 5 escaños).

Si en el contexto actual IU y sus compañeros de viaje no han sido capaces de alcanzar cotas más airosas, se comprende el cuestionamiento de Cayo Lara. Ahora bien, ¿es tanto aquel y están tan mal las cosas en IU como para entregar la cuchara y mandatar a Alberto Garzón para que se abrace a Podemos y lo haga, además, rapidito?

He leído –con subrayados– el libro del mediático Alberto Garzón (que hasta en la frecuencia tertuliana imita a Pablo Iglesias) titulado La Tercera República. Se trata de un texto de escasísimo nivel, no sólo en su prosa –que también– sino, especialmente, en sus tesis. El título del volumen no es otra cosa que un señuelo porque parecería que bajo él se teorizaría sobre la eventual tercera experiencia republicana en España. Nada de nada. El autor –que es economista– acomete deslavazadamente una manida teoría sobre el republicanismo y en un párrafo glorioso se permite la licencia de comenzar con la Antigua Grecia y llegar, sin solución de continuidad, al 15-M.

Permítanme que reproduzca la cita porque no tiene desperdicio: “Históricamente el republicanismo nace en la Antigua Grecia, lugar donde se puso en marcha la primera experiencia democrática de Occidente, de la mano de pensadores como Efialtes, Pericles, Aristóteles o Platón. En efecto, se trata de una forma de entender la política basada en la idea de que el individuo solo puede desarrollarse en comunidad y que la participación política es una de las claves fundamentales del desarrollo vital de los ciudadanos. Luego siguió evolucionando en el mundo moderno, especialmente con la revolución inglesa, estadounidense y francesa. Pero también con el desarrollo de la ideología socialista, hija directa del republicanismo democrático. Y pensamos que en la actualidad, con el grito aquel de “¡No nos representan!” del 15-M resonando cada vez con mayor fuerza, es más necesario atender a todas las enseñanzas republicanas para tener bases sobre las que constituir otras reglas de juego” (página 21).

Las líneas anteriores no están extraídas de una redacción de selectividad, sino de una obra con pretensiones que se complementan con asertos tales como este: “Ciertamente, la Edad Media no fue un buen momento para el republicanismo, por razones obvias, pero esta tradición recuperó su fuerza con la llegada del Renacimiento y los primeros intentos de liberarse de las estructuras feudales” (página 23).

Hay otros muchos párrafos que ruborizan en este libro basado en la muy original idea de que lo que vivimos es un régimen de “Restauración borbónica”, pero evito transcripciones que, literalmente, no se sostienen ni desde una perspectiva histórica elemental ni desde una, igualmente básica, teoría de la ciencia política. Cayo Lara no tenía por qué saber que este libro hacía inapropiado entregar a su autor el poder de Izquierda Unida, pero conozco a más de dos y tres profesores de universidad que militan en esa formación que podrían haberle ilustrado al respecto si Lara hubiese preguntado.

Pero como lo banal, lo leve, lo frágil, lo simplemente mediático, lo estrictamente reactivo es lo que parece que funciona como mecanismo de renovación de la izquierda en España –de ahí que Pedro Sánchez sea una opción académicamente seria para el PSOE –, se da por bueno lo que objetivamente no lo es. Porque Alberto Garzón, que se ha abierto de capa con su La Tercera República, podría en el futuro y con algún tiempo de madurez y aprendizaje representar algo en Izquierda Unida, pero no ahora. Más valdría que Cayo Lara hubiese abdicado –él, que adjetiva de “monárquico” al bipartidismo– en un comunista de convicciones firmes antes que en las capacidades de un joven diputado para juntarse con Podemos y crear –más quisieran– algo así como una Syriza griega.

Si Cayo Lara ha sido temerario al entregar así el poder –¿por qué no se ha ido como Rubalcaba?--, temerario está siendo el proceso magmático de supuesta renovación de la izquierda española, incluido el PSOE, en cuya organización no tendría que extrañar que se vaya formando –por simple sentido común– un eje vertebral entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, por más que el respetabilísimo Bernardino León, secretario general de la presidencia con Zapatero, loe hasta el ditirambo a Eduardo Madina, del que se ha alzado en gran valedor. Debe haber alguien por ahí que piensa en un triunvirato juvenil: Iglesias, Garzón y Madina. No le caerá esa breva a Mariano Rajoy.

La entrega del poder en Izquierda Unida en forma de penosísima abdicación de Cayo Lara en el diputado –29 años, el más joven de la Cámara– Alberto Garzón Espinosa ha sido un acto de irresponsabilidad temeraria. Es obvio que el coordinador general de IU carece de cualquier liderazgo verosímil después de un trayecto electoral algo peor que mediocre. En las elecciones europeas del 25-M, con todo teóricamente a su favor, Izquierda Plural no llegó al 10% de los votos (9,99%), es decir, 1.562.567 sufragios (6 escaños), apenas 200.000 más que Podemos (7,97% y 5 escaños).

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