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Lisboa, la bella y vieja señora
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Daniel Camiroaga

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Daniel Camiroaga

Lisboa, la bella y vieja señora

El Tajo amplía los horizontes de una ciudad cercada por las siete colinas sobre las que se asienta como buena ciudad universal. Invadida por la luz,

Foto: Lisboa, la bella y vieja señora
Lisboa, la bella y vieja señora

El Tajo amplía los horizontes de una ciudad cercada por las siete colinas sobre las que se asienta como buena ciudad universal. Invadida por la luz, un cielo azul, la brisa y un río a punto de morir en el mar, la ciudad hace vida bajo el enjambre de tejados de color rojizo que se amontonan apretados unos junto a otros. Lisboa, una de las ciudades más hermosas de Europa, destila grandeza pero se presenta ante el viajero sin pretensiones: sencilla, acogedora y humilde, manteniendo con dignidad su belleza como toda gran dama que sabe envejecer. De puertas afuera, sus puentes sobre el río y su vinculación al mar la hacen parecer cosmopolita; de puertas adentro, respira aromas locales y gentes sencillas.

Bajo la protección del imponente Castelo de Sao Jorge, Alfama, barrio de callejuelas empinadas, imposibles, de fachadas descoloridas, decapadas por el tiempo, ropa tendida; gente auténtica, marineros y pescadores, comparten su vejez, sentados en la calle, recordando los golpes que les dio el mar. Baixa, lujoso, amplio y ordenado; Chiado y Alto, bohemios, divertidos y coloridos donde abundan pequeños restaurantes y tiendas independientes; Belem, el ancla que nos ata la memoria a un orgulloso pasado colonial, más allá del Cabo de Buena Esperanza.

Tras el arco de triunfo se abre, amplia, diáfana, exagerada, la Plaza de Comercio. Monumental Monasterio de los Jerónimos. Nuestra Señora del Carmo, cicatriz que recuerda la herida abierta por el gran terremoto. Adoquines hendidos de raíles de pequeños tranvías. Acodados en su interior de madera, asistimos al espectáculo que nos descubre una ciudad maravillosa. Tras una loma cualquiera, se oye cómo se aproxima el traqueteo y el chirriar de sus frenos, hasta que la cabina aparece lentamente renqueando para ocupar toda la calle.

Tradiciones, estampadas en mosaicos de azulejos azules que cantan historias y escenas de siempre. Vidas duras y azarosas cantadas en fados que como decía Pessoa, formaron el alma de Portugal. Ciudad de librerías de viejo. Como Bertrand, a un paso del café A Brasileira, que tanto frecuentaba el poeta y ostenta el título como la librería más antigua del mundo.

Algunos sitios recomendables para comer y beber. Las Docas de San Amaro, una hilera de terrazas para tomar buen pescado y la Doca do Jardim do Tabacco, viejos almacenes portuarios transformados en modernas tiendas y restaurantes: Bico do Sapato, del actor Malkovich, y Delidelux, una tienda gourmet donde tomar un buen desayuno, café, huevos y salmón frente al mar. Cata de vinos de Oporto en Solar do Vinho do Porto, de ambiente único, rodeado de miles de botellas de todo tipo, cálido y encantador. Rua dos Portas de Santo Antao, sardinas y una cerveza helada para reponer fuerzas en Baixa. Café Pois, curioso, de  ambiente marinero, sin pretensiones y de cocina casera y sencilla aunque con un toque exótico. Bar Sol e Pesca, una vieja tienda de pesca reconvertida pero que conserva su aspecto, con cerveza y conservas para picar. Restaurante Farta Brutos, donde Saramago tenía una mesa a su nombre. Cantinho do Avillez, informal pero acogedor, buena comida a precios razonables. Tasca do chico, entrañable e íntimo para escuchar fado con un buen trago. Conservas de pescado de lujo en Conserveira de Lisboa.

Para dormir, Hotel Bairro Alto, acogedor, bien situado y con una magnífica terraza sobre la ciudad y el Tajo en la que tomar una copa al atardecer. Hotel Pestana Palace, sobre Belem, todo el lujo y la calidez de un gran hotel.

El Tajo amplía los horizontes de una ciudad cercada por las siete colinas sobre las que se asienta como buena ciudad universal. Invadida por la luz, un cielo azul, la brisa y un río a punto de morir en el mar, la ciudad hace vida bajo el enjambre de tejados de color rojizo que se amontonan apretados unos junto a otros. Lisboa, una de las ciudades más hermosas de Europa, destila grandeza pero se presenta ante el viajero sin pretensiones: sencilla, acogedora y humilde, manteniendo con dignidad su belleza como toda gran dama que sabe envejecer. De puertas afuera, sus puentes sobre el río y su vinculación al mar la hacen parecer cosmopolita; de puertas adentro, respira aromas locales y gentes sencillas.