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Quito, ciudad histórica en la mitad del mundo
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Daniel Camiroaga

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Daniel Camiroaga

Quito, ciudad histórica en la mitad del mundo

Los volcanes Pichincha, Casitagua y Atacazo, auténticos señores de la tierra, apenas dejan una estrecha y alargada lengua de terreno sobre la altiplanicie para que se

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Quito, ciudad histórica en la mitad del mundo

Los volcanes Pichincha, Casitagua y Atacazo, auténticos señores de la tierra, apenas dejan una estrecha y alargada lengua de terreno sobre la altiplanicie para que se asiente el más grande y bello centro histórico de América, la primera ciudad del mundo en ser declarada Patrimonio de la Humanidad. Quito se funda sobre una especie de encrucijada astral y suerte cabalística a 3.000 metros de altitud, casi tocando el cielo y apenas a 20 kilómetros de la latitud cero-cero, sobre la mismísima línea imaginaria que divide el mundo en dos hemisferios: norte y sur.

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El alma de la ciudad se condensa entre el medio centenar de iglesias, monasterios, conventos y capillas, y las enormes plazas que sirven de escenario por donde transcurre la comedia de la vida y surgen y actúan toda clase de personajes: chavales que lustran botas y zapatos por unos céntimos para poder comer y estudiar, vendedores que ofrecen toda clase de objetos y gritan sus gangas, y ancianos que descansan en los bancos mientras ven desfilar la animada vida de la ciudad.

La Plaza Grande reúne el poder político y espiritual. Por un lado, el palacio de gobierno, el municipal y la casa de los alcaldes, y por otro el palacio arzobispal y la catedral más antigua del cono sur. Al fondo, sobre el cerro del Panecillo, se alza la descomunal y extraña figura de la única virgen alada del mundo. Monumental la Iglesia de San Francisco y riquísima la de la Compañía de Jesús, de fachada barroca y toneladas de pan de oro que recubren su interior.

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Da un paseo por la antigua y adoquinada calle La Ronda, de balcones adornados con geranios. No te pierdas La Floresta, un barrio residencial cuyas casas se han reconvertido en buenos restaurantes. Descubre la belleza de este barrio desde lo alto de su mirador, junto a la calle Ruta de los Conquistadores, por donde Francisco de Orellana salió a explorar el Amazonas.

En el cruce de las calles Rocafuerte y Chimborazo nos invaden los olores y aromas a comino y palo santo que salen de los puestos que rodean el mercado de San Francisco. En su interior, puestos de frutas, hortalizas y huevos apilados en pirámides imposibles. Aquí, algunos chamanes realizan curas de santería y otras enfermedades del espíritu, como el mal de aire, el de ojo y el espanto, que curan con exóticas hierbas medicinales. En Humacatama, el local del maestro Luis López, se puede comprar uno de los mal llamados sombreros Panamá, que en realidad son originales de Ecuador.

Aunque está abierto todos los días, el sábado no hay que perderse el ambiente y el colorido del mercado indígena de Otavalo, a un par de horas de Quito en coche. Tejidos de alpaca, ponchos y artesanías.

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Inmejorables vistas sobre la ciudad desde el pintoresco barrio de San Juan con sus características casas bajas de colores. Merece la pena realizar la ascensión de 2 Km en teleférico hasta la cumbre Cruz, en lo alto del volcán Pichincha, a más de 4.000 metros.

Prueba la cocina ecuatoriana: frutas exóticas, buen pescado y marisco, estupendas patatas, mejor cacao y café. Disfruta de buenos vinos y mariscos en Casa Octava de Corpus, una vieja casona en el centro histórico en la que se funden gastronomía, vinos y obras de arte.

Para dormir, sin duda el encanto del hotel boutique Casa Gangotena, un palacio en la Plaza de San Francisco.

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Los volcanes Pichincha, Casitagua y Atacazo, auténticos señores de la tierra, apenas dejan una estrecha y alargada lengua de terreno sobre la altiplanicie para que se asiente el más grande y bello centro histórico de América, la primera ciudad del mundo en ser declarada Patrimonio de la Humanidad. Quito se funda sobre una especie de encrucijada astral y suerte cabalística a 3.000 metros de altitud, casi tocando el cielo y apenas a 20 kilómetros de la latitud cero-cero, sobre la mismísima línea imaginaria que divide el mundo en dos hemisferios: norte y sur.