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Joaquín Sorolla y Clotilde, el arte del amor: "Todo mi cariño está reconcentrado en ti"
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Nasrin Zhiyan (Cofundadora de Massumeh)

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Nasrin Zhiyan (Cofundadora de Massumeh)

Joaquín Sorolla y Clotilde, el arte del amor: "Todo mi cariño está reconcentrado en ti"

Con quince años, el pintor conoció a la que sería su mujer, su musa y la madre de sus hijos. Junto a ella, pintó algunas de sus obras más conocidas. En muchas, Clotilde fue protagonista

Foto: La familia Sorolla-García, 1901. Museo Sorolla, AFMS 80242. (Fotógrafo: Antonio García Peris)
La familia Sorolla-García, 1901. Museo Sorolla, AFMS 80242. (Fotógrafo: Antonio García Peris)

El pasado 24 de mayo, el exclusivo Club Monteverdi inauguró por todo lo alto su Espacio de las Artes, ubicado en un edificio señorial de principios del siglo pasado, con una conferencia de enorme interés sobre ‘Sorolla: Su familia en su vida y su obra’, impartida nada más y nada menos que por Blanca Pons-Sorolla, bisnieta de Joaquín Sorolla y Bastida.

Mi amiga Blanca es una investigadora independiente y la más destacada especialista en la obra de Joaquín Sorolla. Diplomada en Arte y Arquitectura de Interiores por la Escuela Internacional del IADE, trabajó con arquitectos como Javier Feduchi o Rafael Moneo. Es patrona de la Fundación Museo Sorolla desde 1992 y presidenta de su Comisión Permanente (2012-2021). Es miembro de la Junta de la Asociación de Amigos de la Hispanic Society of America en España, desde su creación, y en junio de 2021 ha sido nombrada vocal del patronato de la Fundación Bancaja por su trayectoria profesional en los ámbitos de la Cultura y de la Acción Social. Además de las numerosas conferencias, artículos y colaboraciones en exposiciones, también es autora de ‘Joaquín Sorolla. Vida y obra’, la biografía más importante sobre el pintor, y de ‘Obras maestras’.

Estas han sido las emotivas palabras con las que Blanca Pons-Sorolla dio comienzo a su conferencia, en la cual pudimos conocer la especial historia de amor del pintor con su mujer Clotilde. Una historia que comenzó en 1879, siendo ambos muy jóvenes. Esta historia de amor se mantuvo a lo largo de toda la vida, marcando la trayectoria artística del pintor. Por ello Clotilde es una de las mujeres más retratadas por Sorolla, y su vida puede reconstruirse mediante pinturas y dibujos de los que es protagonista.

Las palabras de Blanca Pons-Sorolla

Yo nací y me crié en la casa de mis abuelos. Mi abuela, María Sorolla, que era pintora, se casó con un discípulo de su padre, Francisco Pons Arnau. Por lo tanto, mis primeros años de vida transcurrieron entre los cuadros y los pinceles de mis abuelos y de mi bisabuelo.

Mi abuelo murió siendo yo muy niña y mi abuela cuando tenía solo siete años. Pero a pesar de lo pequeña que era, mis primeros recuerdos de Sorolla se remontan a las historias que mi abuela me contaba y a las oraciones que ella me enseñó, en las que pedíamos especialmente por su padre, ese pintor maravilloso que para mí era tan cercano y por el que al mismo tiempo sentía ya una gran admiración y respeto.

Pocos años después de morir mi abuela, mi padre tuvo que guardar cama durante varias semanas y en ese tiempo se dedicó a leer la correspondencia de sus abuelos, Joaquín Sorolla y Clotilde García, ordenarla y tomar notas de lo que le interesaba... Aquello me intrigó especialmente, pero tuvieron que pasar muchos años antes de que yo pudiera leerlas, y fue a partir de ese momento cuando se puede decir que conocí de verdad a mi bisabuelo, a Sorolla, pues entendí lo mucho que le emocionaba pintar, lo que deseaba alcanzar como artista y su sufrimiento cuando no lo conseguía. Y también de su faceta humana y familiar, la pasión que sentía por su mujer y sus hijos, y el cuidado que tenía para que ese amor perdurara a pesar de las frecuentes separaciones. A través del epistolario con su mujer y de los mantenidos con sus amigos, pude comprender, como decía Pérez de Ayala, que "Sorolla tenía un corazón maravillosamente dotado para los afectos”. También estas cartas me ayudaron a conocer a mi bisabuela. Clotilde era cariñosa, tierna, levemente celosa, con un gran sentido del humor, complaciente y con carácter al mismo tiempo, discreta, trabajadora, magnífica esposa y madre. Además, admiraba fervientemente a su marido, con quien mantenía una relación que iba desde la apasionada amante hasta la madre de la que tan poco había disfrutado, ya que la había perdido poco después de cumplir los dos años.

placeholder La familia Sorolla en la casa de Antonio García, Navidad de 1907. Museo Sorolla AFMS 80290. (Fotógrafo: Antonio García Peris)
La familia Sorolla en la casa de Antonio García, Navidad de 1907. Museo Sorolla AFMS 80290. (Fotógrafo: Antonio García Peris)

Sorolla con Clotilde era cariñoso apasionado y superdetallista. Le enviaba ramos de flores continuamente, especialmente azahar, violetas y claveles... En sus frecuentes viajes a París y Barcelona le compraba los trajes con los que aparecería en los cuadros, así como los sombreros. También lo hacía con sus hijas, a las que era habitual que les escogiera la ropa, siempre pensando en pintarlas.

En esta charla les voy a ofrecer mi visión de la relación de Joaquín Sorolla con su mujer, de lo mucho que significó y de cómo vivió con el transcurrir de los años, la siempre difícil disyuntiva entre dedicarle a ella y a su familia el tiempo que deseaba y a la pintura lo que requería para alcanzar los niveles que se había propuesto. Y al mismo tiempo iremos contemplando parte de las innumerables obras en las que aparece su familia o las que fueron creadas como consecuencia de los momentos familiares que el artista estaba viviendo.

Joaquín Sorolla quedó huérfano de padre y madre con dos años de edad, como consecuencia de una epidemia de cólera que asoló Valencia en 1865.

A partir de ese momento, él y su hermana fueron queridos y atendidos por unos tíos, a cuyo cariño correspondió siempre como lo que era, su sobrino, sin que ello pudiera compensarle del vacío que sentía y que siempre sintió por la falta de sus padres, y a la que siendo ya mayor y teniendo sus hijos, hace referencia en una carta a su mujer: “Llenas todo el vacío que mi vida de hombre, sin afectos de padre y madre, tenía antes de conocerte”.

Con quince años, Sorolla conoció a Clotilde, la que sería su mujer, un año menor que él, hija de Antonio García, un reconocido fotógrafo valenciano que sabiendo la precaria situación económica del joven artista y adivinando su gran talento, se convirtió en su protector en adelante. Poco tiempo después debieron iniciar su relación amorosa de la que poco sabemos. Sólo se conserva este pequeño dibujo, muy cursi, con ese “siempre de mi Clotilde seré” que formaba parte de una carta que debió ser recortada al enmarcarse, y que por la inscripción, el dibujo y el contenido del fragmento que figura en el reverso, me hacen pensar en un Sorolla muy joven.

En la producción de Sorolla nos encontramos con bastantes obras con el tema del ‘idilio’, entre ellas 'Los novios', de 1899, que transcurre en la playa de Valencia o el encantador 'Idilio', pintado en 1900, que por las edades de las parejas pudieron estar inspirados en los comienzos de su relación con Clotilde. El primer retrato de su novia es de 1884, poco antes de trasladarse a Roma becado por la Diputación de Valencia.

placeholder 'Idilio'. Jávea, 1900. Colección particular.  (Archivo digital BPS)
'Idilio'. Jávea, 1900. Colección particular. (Archivo digital BPS)

Joaquín y Clotilde se casaron en Valencia en 1888 y se trasladaron a Italia donde Joaquín disfrutaba de una beca de estudios, instalándose en Asís. Allí su vida transcurrió feliz y apaciblemente, siendo el único objetivo de Sorolla pintar, y el de su mujer acompañarle y facilitarle la dedicación absoluta a la pintura, ocupándose ella de mantener la tranquilidad doméstica que su marido necesitaba. Clotilde siempre tuvo muy claro lo que comentaba en una carta muchos años después: “Tú que antes de esposo y padre fuiste pintor, debes preferir pintar a todo lo demás”.

Sin embargo, así expresaba Sorolla, unos años después, lo que su mujer fue para él desde el principio: “Todo mi cariño está reconcentrado en ti, y si bien los hijos son los hijos, tú eres para mí más... Eres mi carne, mi vida y mi cerebro, llenas el vacío que mi vida de hombre tenía antes de conocerte, eres mi ideal perpetuo…”.

Si antes de casarse ya había pintado numerosos apuntes de su novia, a partir de este momento Clotilde empieza a posar como modelo de escenas costumbristas valencianas como 'El naranjero' y 'Baile valenciano en la huerta' y también lo haría para los numerosos retratos que le iría dedicando a lo largo de toda su vida y que comienzan con esta acuarela, 'Clotilde en la ventana', o con este primer retrato de 'Clotilde al aire libre'.

El matrimonio se instaló en Madrid a finales de 1889, pensando que a Sorolla le sería más fácil desarrollar su carrera de pintor con la proyección internacional que deseaba, pero como explica en una entrevista en 1913 “amando a Valencia y recordándola continuamente”. Decía: “Ya lo ve, como buen valenciano, vivo aquí, como los naranjos entre estufas. Deplacé como dicen nuestros cariñosos vecinos franceses... Y le repito que siempre deseando volver a Valencia, a su playa, a pintar mi cuadro... Mi cuadro que es la playa de Valencia”.

En abril de 1890 nació su primera hija, María Clotilde, mi abuela, una niña delicada cuyas enfermedades dieron lugar a sus primeras separaciones y por lo tanto al comienzo del epistolario entre Sorolla y su mujer. Así se refería a ella en una de sus primeras separaciones: “Celebro en el alma la mejoría de nuestra María Clotilde, dale muchos besos, pero muchos de su padre, que se le achica el corazón cuando está lejos de ella; porque esa niña eres tú y soy yo, así que amándola tanto nos corrobora el cariño que sentimos por nosotros mismos”.

Sus otros dos hijos, Joaquín y Elena, nacieron en Valencia en 1892 y 1895 respectivamente, a pesar de la fecha puesta por Sorolla en el retrato de la pequeña.

Entre 1890 y 1895, y correspondiendo con los años en los que forma su familia, Sorolla recibió numerosos premios, premios que por supuesto deseaba, pero de los que también comenta, “que no valen nada desde el momento que los premios no hacen buenos pintores, sino lo contrario”.

De estos premios también hacía partícipe a su mujer como ocurre cuando le comunican la medalla de honor recibida en Chicago por ‘¡Otra Margarita!’: “Supones bien, querida Clota mía, al pensar que debo estar muy contento. Verdaderamente lo estoy y mucho, y más cuando como tú dices bien, no lo esperaba. Te felicito, pues a los dos nos pertenecen por igual tanto las alegrías como las tristezas”.

Las escenas costumbristas valencianas que pinta, a menudo están en relación con los momentos que está viviendo su familia: ‘Ex voto o El pozo de San Vicente’, por la fecha en la que está pintada, 1892, podría estar directamente relacionada con las angustias que pasan ese año con las enfermedades de María… (una tradición valenciana era llevar a los enfermos para que superasen sus enfermedades al Pouet de Sant Vicent, cuyas aguas eran consideradas milagrosas, y, cuando sanaban, volvían y entregaban en agradecimiento los 'exvotos' que vemos colgados en sus paredes para que el santo les protegiera en adelante)… Otros ejemplos de lo que influyen en su obra sus circunstancias familiares son ‘¡Cuidado no le despiertes!’ y ‘Misa de parida’ (pintada poco después del nacimiento de Elena).

Otras obras de estos años cuyos protagonistas son su mujer y sus hijos, pero con carácter intimista son ‘El primer hijo’, pintada tras el nacimiento de María; ‘¡Que te come!’, en la que aparece su hija María con su niñera –que por las historias que contaba mi abuela y por alguna nota de las cartas, sabemos que utilizaban la piel de león con su cabeza, para distraerla mientras comía ya que era una niña inapetente-; y destacando sobre todas ‘Madre’, un homenaje a su mujer en su papel de madre pintada tras el nacimiento de Elena. De este cuadro, se conserva también el pequeño apunte que pintó al nacer y que dio origen a esta obra y el estudio de la cabecita de Elena, aunque la primera idea la encontramos en el pequeño óleo sobre tabla de su mujer en la cama que pinta en Asís recién casados.

placeholder 'Madre', 1895-1900. Museo Sorolla, inv.324.
'Madre', 1895-1900. Museo Sorolla, inv.324.

De estos años, también, son los retratos: ‘Perfil de Clotilde’, pintado el día del nacimiento de su primera hija, como vemos en la dedicatoria: ‘A Clotilde / su / J. Sorolla Bastida/ Dia 13 de Abril de 1890’; ‘Retrato de Clotilde’; ‘María Sorolla’, ‘Joaquín vestido de blanco’, ‘María sentada’... ‘Mi mujer y mis hijos’. Y también ‘Clotilde y la venus de Milo’ que regala a sus suegros.

De 1896 a 1901, Sorolla siguió cosechando grandes éxitos que culminaron en 1900 con el Grand Prix en la Exposición Universal de París y en 1901 con la Medalla de Honor en la Exposición Nacional de Madrid, por ‘¡Triste herencia!’, exposiciones en las que abundan los retratos, que a menudo son de su familia: ‘Clotilde con traje gris’, es un nuevo homenaje a su mujer cuando alcanza el Grand Prix, a esa mujer que ha creído en él y que ha tenido siempre a su lado, ‘Mis chicos’, ‘El beso’, ‘Elenita en su pupitre’ y ‘María Clotilde’, en los que muestra su dominio de los blancos y el diálogo que establece con sus modelos…

Su vida de trabajador infatigable transcurre pintando en la playa o en su estudio, en el que corretean sus hijos, junto a sus discípulos. Esa visión de Sorolla, hombre, maestro, esposo y padre, está presente en este artículo de Blasco Ibáñez: ‘Hombre de tranquilas costumbres, dedicado por completo al arte y la familia, apenas sale de casa ni frecuenta el mundo. Su estudio parece el interior patriarcal y tranquilo de una antigua casa holandesa’.

Sorolla lo corroboraba así en una entrevista: “He vivido siempre al amor de la familia, apartado de todo lo que no fuera el afecto de los míos y la labor artística… Pinto porque amo la pintura. Pintar para mí es un placer inmenso”.

A partir de este momento, las escenas de costumbres valencianas casi desaparecen dando paso a imágenes intimistas de los momentos que vive con su mujer y con sus hijos, como ‘Esta noche es Nochebuena’ y ‘Noche de Reyes’, cuadros en los que sus niños vuelven a ser los protagonistas. También de este momento es el retrato ‘Clotilde leyendo en el estudio’, algo que hacía habitualmente cuando acompañaba a su marido mientras pintaba…

A partir de 1901 y por unos años, la presencia de Velázquez en su pintura se hará notar especialmente, sobre todo en sus retratos, algo que es más que evidente en ‘La familia’ de 1901, que tiene una relación clara con ‘Las meninas’, lo es también en ‘Desnudo de mujer’, de 1902, inspirado en la ‘Venus del espejo’, cuya modelo es Clotilde, y también está presente en ‘Mis hijos’ o en este ‘Autorretrato’ de 1904.

A partir de 1901 con la tranquilidad de haber conseguido lo que se había propuesto, Sorolla decidió presentar su obra en una serie de exposiciones individuales que dieran una idea de lo que estaba haciendo. El apoyo de su familia era fundamental, pues necesitaba el equilibrio emocional que solo su mujer y sus hijos le proporcionaban. La buena racha de salud de su familia y las edades de sus hijos, le permitieron contar con su compañía en las playas de Asturias, en la huerta de Alcira, en Jávea y sobre todo en Valencia. De estos lugares proceden las obras que tanto éxito alcanzaron en su exposición de París de 1906, la primera de sus exposiciones individuales. Obras en las que se puede reconocer a sus hijos a la orilla del mar, como en ‘Verano’ en el que aparece su hija Elena con la batita azul, en ‘Niñas tomando el baño’ con su mujer y sus hijas bañándose entre las rocas en Jávea; ‘En las rocas’. Jávea, jugando después del baño o andando por las rocas a la caída de la tarde en ‘Clotilde y Elena en las rocas’.

placeholder 'Clotilde y Elena en las rocas', 1905. Colección particular. (Archivo digital BPS)
'Clotilde y Elena en las rocas', 1905. Colección particular. (Archivo digital BPS)

Le sigue interesando el calor de las escenas familiares como ‘Después del baño’, que a diferencia de las anteriores no tienen sabor costumbrista y que sitúa al aire libre, a la luz del sol. En este caso incluye a su mujer y a sus niños al fondo, detrás de la barca.

De 1904 es ‘Clotilde en la playa de la Malvarrosa’, el primer retrato importante de Sorolla pintado al aire libre, modalidad en la que será un indiscutible maestro.

Además de este retrato, entre 1902 y 1906 pinta de nuevo numerosos retratos de su familia en el estudio como los elegantes retratos de su mujer, ‘Clotilde con mantilla española’ y ‘Clotilde con traje blanco’, este último de clara inspiración goyesca, o los de sus hijos ‘María vestida de blanco’ y ‘Joaquín y su perro’ o ‘Elenita vestida de menina’, en los que seguimos viendo la impronta de Velázquez.

También de estas fechas son dos retratos magníficos en los que aparecen sus suegros: ‘María y su abuela’, y ‘Los abuelos de mis hijos’, a los que Sorolla pintó también en numerosas ocasiones.

En 1906, poco antes de la exposición individual de París, Sorolla pinta uno de los mejores retratos de su mujer en su estudio: ‘Clotilde con traje negro’, la imagen perfecta de la mujer del artista que ha triunfado, y al mismo tiempo pinta en el jardín de su casa, uno de los retratos más bellos de su hija, ‘María vestida de labradora valenciana’, que Sorolla lo definía en una carta como “una impresión de luz”, y lo consideraba una de sus mejores obras. Al único que no retrató en el exterior fue a su hijo Joaquín, a quien seguiría pintando en su estudio como vemos en este retrato. Tras el éxito de su exposición de París de 1906 y hasta 1911, Sorolla realizará algunos de los más esplendorosos retratos de su mujer y sus hijas, muchos de ellos ya al aire libre.

placeholder 'María vestida de labradora valenciana', 1906. Colección particular. (Archivo digital BPS)
'María vestida de labradora valenciana', 1906. Colección particular. (Archivo digital BPS)

En Biarritz, el verano de 1906, pintó numerosas obras de su mujer y sus hijas a la luz de las playas del norte, destacando: ‘Contraluz’, ‘María en Biarritz’; ‘Bajamar’, ‘Biarritz con su hija’, ‘Elena buscando conchas en la playa’; estos estudios de su mujer bajo toldos, e ‘Instantánea’, ‘Biarritz’, en la que posa Clotilde con la máquina fotográfica Kodak Pocket que acababa de salir al mercado. Pero la obra más importante de todas las pintadas ese verano es ‘Paseo del faro’. ‘Biarritz’, con esa vista en picado de la playa, en la que aparecen su mujer y sus hijas con dos amigas de la familia, una de ellas, María Teresa Moret, la mujer de Aureliano de Beruete.

Pocos meses después de pintar estas bellas escenas de sus hijas, María enfermaría de tuberculosis, y de ella pintaría en El Pardo mientras se recuperaba tres retratos, que muy poco tienen que ver con las alegres y brillantes obras anteriores pues acusan lo que su padre padeció al retratarla. De ellos, el último, ‘La convalecencia de mi hija’, el mejor de todos, es otro de los retratos fundamentales de Sorolla. En él se aprecia cómo María ha iniciado su recuperación y cómo el pintor abriga ya la esperanza de que su hija pueda sanar. Pintado al sol en El Pardo, María protege su cabeza con una sombrilla amarilla que se insinúa en el borde superior del cuadro y cuya sombra se proyecta en violetas y azules sobre las almohadas blancas…

La correspondencia familiar, que había sido prácticamente inexistente en estos años, se inicia de nuevo. Las cartas que dirige a su querida Clota los días que no puede estar con ellos en la finca donde su hija se recupera, terminan siempre con muchos y apasionados besos: “Muchos besos a los hijos: a María 30.000, a Joaquín 30.000, a Elenita 30.000 y para la fiera de la Angorilla sin la cual no puedo vivir, 300.000. Tuyo que te abraza tu Joaquín”.

María, para entretenerse en esos largos meses de reposo empieza a pintar como vemos en el cuadro ‘María pintando en el Pardo’ en el que ya, francamente recuperada, su padre nos muestra con entusiasmo como su hija se inicia en la pintura. Los consejos de Sorolla en esos momentos son continuos: “María que trabaje al aire libre, pues los pintores modernos no deben hacer ni pintura ni dibujos negros, sino en colores... y dila que haga lo que sienta”.

No hay la menor duda de que esto tuvo que ser una enorme satisfacción para Sorolla, pues él pensaba, como expresa con rotundidad en una carta a su mujer que “un hombre solo puede ser feliz siendo pintor”.

También de estos momentos existen numerosos retratos de su hija menor, Elena, que inconsciente de la angustia que vivía la familia se pasa el día jugando como vemos en ‘Elena en el Pardo’ o ‘Elena y sus muñecas’. Sin embargo, no existe un solo retrato de su mujer de esos ocho largos meses de sufrimiento…

Tras la mejoría de María y para que se terminase de recuperar, se trasladaron el verano a La Granja, donde veraneaban los reyes y mientras pintaba sus retratos en los jardines, retrataría de nuevo a sus tres mujeres. Su optimismo es patente en los cuadros de este verano, y de estos momentos de felicidad renovada proceden algunas de las mejores y más elegantes obras de su hija mayor, convertida ya en una hermosa y delicada adolescente, como vemos en 'María en los jardines de La Granja' y en el magnífico 'María en La Granja'.

También son espléndidos los que pintó de su mujer, como ‘Mirando los peces’, pero sobre todo ‘Clotilde paseando en los jardines de La Granja’ de una sobria elegancia, otro de sus retratos fundamentales. A Elena, aún niña, la volvió a retratar mientras jugaba en ‘Saltando a la comba’, un prodigio en cuanto a la representación de la instantaneidad del movimiento.

Recuperada María, en noviembre de 1907 Sorolla se desplaza a Valencia para pintar. La emoción de su reencuentro con su tierra y con ese mar Mediterráneo que tanto le conmueve, se refleja en un apasionado conjunto de cartas que comienza con la frase, “Cada vez encuentro más hermosa a Valencia”, cartas en las que más que nunca expresa a su mujer lo que para él, ella significa: “Estoy ya en esta desde las cuatro de la tarde y he gozado mucho con el espléndido espectáculo de tanta luz y color. No he desperdiciado un momento viendo cosas bonitas; el agua era de un azul tan fino y la vibración de luz era una locura. He presenciado el regreso de la pesca, las hermosas velas, los grupos de pescadores, las luces de mil colores reflejándose en el mar... Es lástima vivir en Madrid, sería tan hermoso estar bien instalados junto a un puerto. Y sobre todo estar los cinco juntos... ”.

En esta fotografía tomada por su suegro en su casa de Valencia la Navidad de 1907, Sorolla posa feliz. Tenía entonces cuarenta y cuatro años, era realmente joven, pero ya empezaba a acusar el cansancio de tantas horas de trabajo “a fuerza de sol y viento”.

En los cuatro años siguientes, entre 1908 y 1911, tendrían lugar sus exposiciones individuales de Londres, Nueva York, Búfalo, Boston, San Luis y Chicago, para las que Sorolla necesitaba producir obras nuevas, y por ello como siempre, le era imprescindible sentirse arropado por su familia, algo que no siempre era posible. En las cartas de este momento está a menudo presente su desesperación cuando no tiene la tranquilidad que necesita para pintar como le ocurre en Sevilla, en 1908:

“Se me llevan los demonios por no poder hacer lo que quiero nunca, nunca. Yo pido con toda mi alma volver a nuestra antigua tranquilidad, a nuestra paz, pues así ni se vive, ni se gana, ni gozo, ni te veo, ni te abrazo, ni te como!!!... Estoy ahora rabioso, soy un ser desequilibrado, lleno de deseos, lleno de ilusiones, lleno de desprendimientos, soy un pintor, eso es; pero me ha dado por no poder vivir sin vosotros, y cuantos mas años pasan menos me parecen pasaron, y te deseo, te deseo”.

De 1909 es este ‘Autorretrato con el sombrero’ que había comprado en América en el que aparece una vez más la dedicatoria “A mi Clotilde su Joaquín”.

De estos años proceden algunas de sus mejores escenas de playa, de las que sobresalen, cómo no, aquellas en las que aparece su familia: en ‘Paseo a la orilla del mar’, vemos a su mujer y su hija María paseando por la Malvarrosa, una de las obras emblemáticas de Sorolla, o ‘Elena en la playa’ y también el magnífico retrato de su suegro 'Antonio García en la playa’ con una composición muy fotográfica.

placeholder 'Paseo a la orilla del mar', 1909. Fundación Museo Sorolla, inv. 834.
'Paseo a la orilla del mar', 1909. Fundación Museo Sorolla, inv. 834.

En la playa de Zarauz el verano de 1910, con luces muy diferentes, pintaría también a su familia, y ejemplo de ello son este ‘María en la playa de Zarauz’; ‘Zarauz con la familia al completo’, incluso su hijo Joaquín, ‘Sobre la arena’, ‘Playa de Zarauz’ y ‘Bajo el toldo’. ‘Zarauz con su mujer y sus dos hijas’, una obra adquirida por elección popular durante la exposición de 1911 por el Saint Louis Art Museum.

También de este momento es un nuevo retrato de grupo ‘Mi mujer y mis hijas en el jardín’, pintado en el jardín de su casa de la calle Miguel Ángel en el que también posa su perro Canelo.

En ese mismo año 1910, en su estudio, pintaría de nuevo a los suyos pues en sus exposiciones de América de 1909 se habían vendido numerosos retratos de su mujer y sus hijas. Seleccionamos: ‘María con mantilla’, ‘Elena con túnica amarilla’ y ‘Elena con sombrero negro’, ‘Clotilde con sombrero’, ‘María con blusa roja’, ‘María con sombrero’, ‘Clotilde con traje de noche’ y ‘Clotilde sentada en un sofá’, un cuadro que tuvo enorme éxito en las exposiciones de Chicago y San Louis, en las que los críticos americanos comentaron que Sorolla con este retrato había superado al pintor anglo-americano John Singer Sargent.

En el año 1911 pinta en San Sebastián otra de sus obras emblemáticas, ‘La siesta’, en la que aparecen descansando en la hierba su mujer y sus hijas, con su sobrina María Teresa. Una obra de la más contundente modernidad.

Sorolla en ese momento de su vida lo tenía todo, sobre todo lo que para él era importante: como pintor había conseguido la madurez suficiente para no tener ya que hacerse ningún tipo de planteamiento que no fuera continuar el camino que se había marcado, había obtenido todos los premios y galardones ambicionados, y en los últimos años había conseguido definitivamente el reconocimiento del público en España, en Europa y en América, lo que se traducía en una desahogada situación económica. Para colmo de felicidad, sus hijas se encaminaban, como él, por los senderos del arte, María pintando y Elena dedicándose a la escultura.

Con parte del dinero ganado en esos años, había hecho realidad su sueño de tener una casa y estudio que se ajustasen a lo que él deseaba: que su vivienda fuese de algún modo un reflejo de Valencia y que en sus jardines hubiera una combinación de todo aquello que le gustaba, una mezcla de jardín andaluz con toques valencianos y algún detalle clásico como recuerdo de su vida en Italia.

Sus últimos años de pintor, hasta que en 1920, con 57 años, sufre un derrame cerebral, los dedicó fundamentalmente a trabajar en la decoración de la Biblioteca de la Hispanic Society of America, en lo que él llamó 'su visión de España'. También en estos años descubre el placer de pintar la intimidad de los jardines andaluces de los Reales Alcázares de Sevilla, y de La Alhambra y Generalife de Granada, así como los jardines de su nueva casa, su hogar, que pinta y repinta con entusiasmo y emoción.

La correspondencia en estos años fue más abundante que nunca pues fueron años de continuas y largas separaciones ya que Sorolla necesitaba viajar para conocer en profundidad y pintar las distintas regiones de España. Clotilde cuando podía viajaba con él, y también los hijos, compañía que sería permanente en los veranos que a partir de estas fechas pasarían a menudo en San Sebastián.

En 1915 empezó a preocuparse por los temblores que sufría después de trabajar con intensidad, de los que tardaba una hora larga en calmarse… Este estado le obligó a tomarse un par de descansos en los trabajos de la decoración aunque no dejaría de pintar. Los veranos de 1915 y 1916 se instaló una vez más en la playa de Valencia con su familia y pintó algunas de sus más bellas escenas de playa entre ellas, ‘Madre e hija’, de nuevo una escena familiar probablemente influenciado por la emoción que le produjo la noticia de que su hija María esperaba un hijo.

En 1917 nació su primer nieto, Francisco Pons Sorolla, Quiquet, mi padre, a quien pintó numerosos retratos, como este que realiza al cumplir su primer mes. También este año pinta el de su hijo 'Joaquín Sorolla García sentado', un elegante retrato de marcada modernidad.

El gran esfuerzo y las largas separaciones sufridas durante estos años dan lugar en 1917 a una serie de cartas llenas de quejas: “Ahora con pena mía hay que acostumbrarse a esta separación cada vez más dolorosa, por mi nueva moda de no saber estar sin vosotros”

Ante el cariz que van tomando las cartas, Clotilde le reprende no sin cierto sentido del humor: “Respecto a tu estado de ánimo te diré que eres un mimoso, mal criado y consentido que mereces te den azotes como a los niños pequeños... Estás en casa y te aburres de ella y de la familia (porque no negarás que te aburrimos), estás fuera y deseas estar aquí, ¿cómo se remedia esto?... En fin, como otras muchas veces esto te pasará y volverás a tener ilusiones nuevas (siempre y cuando no sean por chicas jovencitas, ¿eh?). ¡Ojo!, pues esas no me convendrían a mí.”.

placeholder 'Elena con túnica amarilla', 1909. Colección particular. (Archivo digital BPS)
'Elena con túnica amarilla', 1909. Colección particular. (Archivo digital BPS)

A finales de 1918, en las cartas que escribe a su mujer desde Alicante, donde pintaba el penúltimo panel de su 'Visión de España', su gran sensibilidad y su delicado estado emocional están presentes. Escribe: “Yo lo que quisiera es no emocionarme tanto, porque después de unas horas como hoy, me siento deshecho, agotado, no puedo con tanto placer, no lo resisto como antes, es que la pintura, cuando se siente, es superior a todo, he dicho mal, es el natural lo que es hermoso”.

En 1919 pintó ‘Ayamonte’, el último y sin duda el más bello de todos los paneles de la Hispanic. Pero Sorolla estaba triste. Con la sensibilidad a flor de piel lloraba con más frecuencia de lo que debía las penas y recuerdos de los suyos: “El cuadro es hermoso y nada ha perdido con este lío de pequeñas o grandes penas morales... Él está tan sereno, como si nada pasara al autor de él... en fin alma de mi vida, tu no pierdas la serenidad, sin ti esto se desmoronaría, tu tienes más talento que todos nosotros, más energías, tu no lloras, tu tienes fibra”.

Terminada su 'visión de España' se imponía un descanso, pero Sorolla deseaba cumplir con el encargo que le había hecho en 1913 Thomas Fortune Ryan, su otro mecenas en los Estados Unidos y para ello viajó con su mujer y su hija Elena a Mallorca e Ibiza donde pintaría ‘Los contrabandistas’.

Y una vez más utilizaría a su mujer como modelo en la ‘Cala de San Vicente’. Sin saberlo Sorolla pintaba su última visión del Mediterráneo.

El último año de su vida de pintor Sorolla lo pasó en Madrid impartiendo clases como profesor de colorido en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y disfrutando de la paz de su casa mientras pintaba multitud de cuadros de los jardines de su casa que había diseñado para ese fin. También pintó retratos, algunos de su familia como el de su nieto ‘Quiquet Pons Sorolla con traje velazqueño’ o los de ‘Clotilde con mantilla’ y ‘Clotilde en el jardín’. A falta de escenas familiares, en estos años nos encontramos con multitud de jardines de la Casa Sorolla, su hogar.

Y fue precisamente en este jardín donde sufrió un derrame cerebral mientras pintaba el retrato de la mujer de Pérez de Ayala en junio de 1920. Sus deseos de vivir muchos años, tranquilo, disfrutando de la naturaleza, pintando con los ojos o con los pinceles pero sin obligaciones ni plazos, y disfrutando de su mujer, de sus hijos y de sus nietos, pero sobre todo con su mujer, no pudieron hacerse realidad.

Después de pasar el verano de 1922 en la playa de la Malvarrosa esperando que al llevarle frente a su mar se produjera el milagro de su recuperación, algo que no ocurrió, el último verano ante el delicado estado de salud del artista decidieron pasarlo en Cercedilla en la casa de su hija María, donde Sorolla murió rodeado de su familia, el día 10 de agosto de 1923.

Blanca Pons-Sorolla, mayo 2021

placeholder Nasrin y Massumeh, junto a Blanca Pons-Sorolla. (Cortesía)
Nasrin y Massumeh, junto a Blanca Pons-Sorolla. (Cortesía)

Nasrin Zhiyan (MASSUMEH)

La empresaria persa afincada en España es fundadora, junto a su madre, del instituto y la marca cosmética de lujo Massumeh , una de las 100 empresas más creativas según la revista 'Forbes'. Miembro honorífico de la Asociación Internacional de Diplomáticos, vive entre Madrid, Londres y Marbella, y recibió el Premio Influencer 2018 en Cosmética de Lujo.

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El pasado 24 de mayo, el exclusivo Club Monteverdi inauguró por todo lo alto su Espacio de las Artes, ubicado en un edificio señorial de principios del siglo pasado, con una conferencia de enorme interés sobre ‘Sorolla: Su familia en su vida y su obra’, impartida nada más y nada menos que por Blanca Pons-Sorolla, bisnieta de Joaquín Sorolla y Bastida.