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Sexo y drogas: desmontando el mito de la noche eterna
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Receca Royo Ortiz

El Eroticón

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Sexo y drogas: desmontando el mito de la noche eterna

En esto del sexo hay más mitos que realidades. Nada es tan complicado como parece, pero la curiosidad hace que muchas veces se mitifiquen determinados temas

En esto del sexo hay más mitos que realidades. Nada es tan complicado como parece, pero la curiosidad hace que muchas veces se mitifiquen determinados temas dando lugar a leyendas urbanas. Alguien asegura que ha probado una determinada cosa –en muchas ocasiones ni tan siquiera es cierto- y que es fantástico. Así comienza el mito, que se replica y se replica en una suerte de transmisión oral que funciona desde los albores de la historia.

Uno de esos mitos es el uso de la cocaína para alargar la duración y aumentar la intensidad de las relaciones sexuales. Sin embargo, la euforia que produce su consumo durante los primeros minutos da paso a una segunda etapa más depresiva en la que la libido no está, digamos, en su mejor momento.

Pero hay otro mito no relacionado con el consumo de cocaína, sino con su colocación en zonas erógenas o en los propios órganos genitales para conseguir –o al menos eso creen algunos- una mayor excitación sexual o prolongar la duración del acto.

Pues bien, no funciona. La cocaína, aplicada directamente sobre el glande o el clítoris, produce un efecto sedante sobre la zona, con lo que se disminuye la sensibilidad y, por ende, con ello, gran parte de la excitación sexual. Es decir, que estamos más cerca del gatillazo que de una noche de desenfreno que dure eternamente.

Si quieren alargar el placer de sus noches de pasión, quizá les vendrían mejor unas clases de yoga o practicar sexo tántrico, lo importante es aprender a controlar el cuerpo y la mente. Tiene mejores resultados, se lo aseguro.

En esto del sexo hay más mitos que realidades. Nada es tan complicado como parece, pero la curiosidad hace que muchas veces se mitifiquen determinados temas dando lugar a leyendas urbanas. Alguien asegura que ha probado una determinada cosa –en muchas ocasiones ni tan siquiera es cierto- y que es fantástico. Así comienza el mito, que se replica y se replica en una suerte de transmisión oral que funciona desde los albores de la historia.

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