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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Gran Hermano Alonso

Ayer domingo, día de beatificaciones. A las cuatrocientas noventa y ocho que tuvieron lugar en el Vaticano se unió poco después la de Fernando Alonso en

Foto: Gran Hermano Alonso
Gran Hermano Alonso

Ayer domingo, día de beatificaciones. A las cuatrocientas noventa y ocho que tuvieron lugar en el Vaticano se unió poco después la de Fernando Alonso en Oviedo. Ambos acontecimientos fueron televisados en riguroso directo y consiguieron idéntico resultado: aburrir a todo espectador no involucrado sentimentalmente en cualquiera de los dos oficios. Difícil averiguar, por cierto, cuál de ellos era el religioso y cuál el pagano, porque la alonsomanía se vive a estas alturas con un fervor inusitado. Es el nuevo opio del pueblo, que diría Marx. Huelga decir quiénes son los instigadores y benefactores de esta religión de nuevo cuño.

Ayer, Telecinco tiró la casa por la ventana para retransmitir un acto sin ninguna entidad. Varios periodistas y técnicos, una unidad móvil y hasta un helicóptero trabajando para narrar el homenaje de Alonso a la afición y de la afición a Alonso. Me gustaría saber en cuántas ocasiones dicha cadena ha utilizado un helicóptero para cubrir una manifestación contra ETA, contra el precio de la vivienda o contra la violencia machista. Prefirió hacerlo el domingo para televisar un paripé, una excusa como otra cualquiera para seguir exprimiendo su gallina de los huevos de oro.

El problema es que a estas alturas algunas personas ya están hasta el gorro de Alonso y de la Fórmula Uno. Y lo suelto así, sin protección jurídica de ningún tipo, dispuesto a perder mi puesto de trabajo, mi prestigio, incluso la nacionalidad. Porque en este país con Alonso pasa lo mismo que con el Rey: son muchos los que no le tienen demasiado apego, pero nadie se atreve a decirlo por miedo a lo que le pueda pasar.

La presencia del piloto en televisión es abusiva. Y en este caso el tópico “si no le gusta, no lo vea” no tiene ninguna validez. Es imposible esquivar a Fernando. Los domingos en la carrera, los sábados en la clasificación, todos los días en el telediario, los mejores adelantamientos en el zapping y para rematar homenajes varios. Alonso es omnipresente. Con razón le beatificaron ayer en Oviedo.

El año que viene más y mejor. Aunque va siendo hora de que Telecinco se deje de mamarrachadas y empiece a ser lo que desde hace ya un tiempo parece que quiere ser: una cadena dedicada en exclusiva a retransmitir la vida, obra y milagros del piloto. De este modo, todo el que lo desee podrá conocer el color de los calzoncillos que suele usar Alonso, o si antes de las carreras micciona de pie o lo hace sentado para ir practicando su postura en el coche. Va siendo hora de crear un nuevo Gran Hermano. Un Gran Hermano Alonso.

LO QUE HAY QUE VER

Lo mejor que se puede ver esta noche en abierto es la película de Woody Allen Todo lo demás (La 2, 21:35). Una divertida comedia romántica filmada por el director neoyorquino en 2003. La cinta narra las peripecias de un escritor atormentado que se enamora de una joven de espíritu libre llamada Amanda. No es el mejor Allen, pero el film tiene momentos de gran cine.

Ayer domingo, día de beatificaciones. A las cuatrocientas noventa y ocho que tuvieron lugar en el Vaticano se unió poco después la de Fernando Alonso en Oviedo. Ambos acontecimientos fueron televisados en riguroso directo y consiguieron idéntico resultado: aburrir a todo espectador no involucrado sentimentalmente en cualquiera de los dos oficios. Difícil averiguar, por cierto, cuál de ellos era el religioso y cuál el pagano, porque la alonsomanía se vive a estas alturas con un fervor inusitado. Es el nuevo opio del pueblo, que diría Marx. Huelga decir quiénes son los instigadores y benefactores de esta religión de nuevo cuño.