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Pero… ¿Quién mató a Fernando Alonso?
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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Pero… ¿Quién mató a Fernando Alonso?

En una pequeña villa aparece un cadáver. Un hombre enchaquetado está tendido en el suelo. Nadie sabe quién lo ha matado. Ni siquiera Shirley MacLaine, hasta

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Pero… ¿Quién mató a Fernando Alonso?

En una pequeña villa aparece un cadáver. Un hombre enchaquetado está tendido en el suelo. Nadie sabe quién lo ha matado. Ni siquiera Shirley MacLaine, hasta ese momento virgen en la gran pantalla; quizás también fuera de ella. Lejos de asustarse, los vecinos, conjeturan. A ratos el asesinato resulta tan cotidiano… Pero… ¿Quién mató a Harry?, se preguntan. A Harry lo mató Alfred Hitchcock. Y Hitchcock era un cínico. Eso lo sabe todo el mundo.

En una ‘pequeña pantalla’ acaba de aparecer otro cadáver. Un hombre que viste un mono ignífugo está tendido en el suelo. Tampoco esta vez nadie llama a la policía; los cadáveres mediáticos son el pan nuestro de cada día. La gente comenta, habla, murmura. Pero… ¿Quién mató a Fernando Alonso?, se preguntan. A Alonso lo mató J. J. Santos. Y Santos es también algo cínico. Lo justo. Eso lo sabe todo el mundo.

Hay realidades que, como en aquella película de Hitchcock, resultan cuanto menos valleinclanescas. Hubo un tiempo en el que todos los informativos de una cadena los abría Fernando Alonso; hubo un tiempo en que una televisión generalista estaba dispuesta a parar toda su programación de tarde para anunciar en un avance informativo que el piloto asturiano había terminado de dormir la siesta. Pero ahora, ahora Fernando ya no existe.

Del Gran Hermano Alonso al mutismo más absoluto, hay un trecho que, cuanto menos, cuesta recorrer por el camino de la lógica. Así que conjeturemos. Conjeturemos sobre el móvil del crimen, como hacían los aldeanos de Hitchcock.

Puede que los valores/noticia (news values) que hasta ahora regían el periodismo hayan dado un vuelco en el escaso lapso de un año. Puede que la 'actualidad', la 'novedad' y el 'interés' hayan pasado a mejor vida o hayan sido matizados por los teóricos de la cosa: “la actualidad… que a mí me parezca bien”, “el interés… moneytario”. Puede también que en Telecinco hayan leído mucho a Nietzsche, se hayan vuelto todos agnósticos y entonces ningún dios, ni siquiera pagano, exista ya para ellos. No descarten tampoco un móvil económico. Eso nunca. Ni una venganza. Casi todos los fiambres de Hitchcock responde a estos dos patrones.

Puede, incluso, que Fernando Alonso siga vivo, en otra cadena, claro. Yo creo haberle visto. Y les diría lo mismo que dijo alguien cuando vio a Harry tendido en el suelo de aquella pequeña aldea: “Vivo tenía el mismo aspecto, sólo que estaba de pie”.  

En una pequeña villa aparece un cadáver. Un hombre enchaquetado está tendido en el suelo. Nadie sabe quién lo ha matado. Ni siquiera Shirley MacLaine, hasta ese momento virgen en la gran pantalla; quizás también fuera de ella. Lejos de asustarse, los vecinos, conjeturan. A ratos el asesinato resulta tan cotidiano… Pero… ¿Quién mató a Harry?, se preguntan. A Harry lo mató Alfred Hitchcock. Y Hitchcock era un cínico. Eso lo sabe todo el mundo.