Es noticia
Porno duro
  1. Televisión
  2. Carta de Ajuste
Nacho Gay

Carta de Ajuste

Por

Porno duro

La historia se repite. Siempre se repite. Con el cadáver de Jade Goody aún caliente, les cae del cielo a los británicos una nueva diosa pagana y

Foto: Porno duro
Porno duro

La historia se repite. Siempre se repite.

Con el cadáver de Jade Goody aún caliente, les cae del cielo a los británicos una nueva diosa pagana y efímera a la que adorar. Ella es Susan Boyle, una tipa extraña y contrahecha, que canta como los ángeles y que se declara virgen a los cuarenta y tantos. Comprenderán que, gracias a estas 'peculiaridades', Boyle es una pieza de orfebrería catódica; una mujer eminentemente telegénica.

Sólo por hacer espectáculo de su naturaleza anómala, le ofrecerán becerros de oro a esta señora escocesa aquellos a los que les canta canciones de Los miserables. Acertadísima elección la suya en el casting que le lanzó a la fama, por cierto.

Mojarán las bragas todas las entrevistadoras negras y pudientes de Norteamérica por tener a esta ‘pieza’ en su coto de caza. A tiro. Babearán todos los periódicos pornógrafos de la Gran Bretaña por honrar con ella la filosofía de Hearst. William Randolph Hearst.

La historia se repite. Siempre se repite.

Lo último que se ha sabido es que una productora americana con necesidad de publicidad gratuita le ha ofrecido a esta afable ama de casa realizar una película porno, como si en realidad no la llevase protagonizando ya varios días. Le piden que se desnude y se deje reventar el ‘virgo’ a cambio de un millón de dólares. Qué originales. Pero para porno duro lo que están haciendo los medios con esta buena señora. La antropofagia de la prensa le devorará hasta dejarle el ADN completamente descalcificado.

Sin embargo, Susan Boyle está a todas luces viviendo un sueño. Y nosotros con ella. El sueño de la fea que jamás fue besada por un hombre, a la que ahora le ofrecen cantidades indecentes de dinero por tocarle los pechos.

Ser más famoso que Obama, lograr cien millones de vistas en Youtube o que te paguen por tocarte los pechos. Imposible is nothing. Lo dicen los spots, las canciones de Disney y lo repiten con insistencia los talent shows que han venido a redimirnos. A todos los feos sin padrino. A todos los monstruos de esta parada.

Entre chupasangres y chupatintas con devoción por el marketing viral, empresarios del 'cátodo' con cuentas en Suiza y espectadores con hambre de fetiches y amuletos (qué poco nos separa aún de la Alemania hitleriana) asoman la cabeza dos verdades incontestables. La primera, que la democratización del éxito es la mayor farsa del siglo XXI. Y, la segunda, que la historia, esta historia, siempre se repite.

La historia se repite. Siempre se repite.