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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Ponerle puertas a las Campos

Conocemos poco a la gente. Mucho menos de lo que creemos. Pienso esto mientras leo las primeras páginas de un libro sorprendente que acaba de llegar a mis manos

Foto: Terelu y María Teresa Campos en una ilustración de Paco Sordo para 'Vanitatis'
Terelu y María Teresa Campos en una ilustración de Paco Sordo para 'Vanitatis'

Conocemos poco a la gente. Mucho menos de lo que creemos. Pienso esto mientras leo las primeras páginas de un libro sorprendente que acaba de llegar a mis manos casi por casualidad, como le llegan a uno los textos que merecen realmente la pena. Confieso que no tenía la más mínima intención de leerlo. Primero, porque las biografías me matan de sueño. Y segundo porque Virginia Woolf nunca ha sido una mujer que me fascinase demasiado, ni como escritora ni como personaje. Quizá porque, luctuosa hasta la médula y bisoja como era, se parecía poderosamente a mi profesora de catequesis, Chusita, una cabrona como Dios manda.

Como la casualidad nos pone en bandeja casi siempre lo que no pretendemos, un debate terracero con una amiga sobre las aptitudes interpretativas de Nicole Kidman devolvería el libro de marras a mis manos. Kidman, de la que un servidor ha llegado a ser fan de póster antes de que se rebanase el talento a golpe de bisturí, interpretó a Woolf en Las Horas, de Stephen Daldry. Por esa simple razón abrí el libro de Chikiar Bauer, Virginia Woolf. La vida por escrito (Taurus), con la intención manifiesta de cerrarlo como máximo diez minutos después, pero ya no podría. Quedaría seducido por la Woolf más desconocida, la bipolar, la xenófoba, la clasista, la niña que sufrió abusos, la mujer que llegó virgen a los 30 obsesionada con el orgasmo, y por cómo esas contrariedades, esos anhelos y obsesiones, narrados por Bauer con una mezcla de respeto y cinismo, pero siempre con absoluto rigor cotilla, se fueron plasmando progresivamente en su obra.

placeholder Portada del libro de Ana Romero 'Final de partida'

Algo parecido ha ocurrido con las divas del star system del petardeo nacional. Nadie se ha atrevido jamás a hablar mal de ellas y, hoy, claro, apenas las conocemos. Fue desconcertante comprobar hace unos años, cuando un amigo mío (muy amigo) escribió un artículo, sincero más que crítico, referido a una de esas vacas sagradas, la cantidad de felicitaciones calladas que recibió. Su bandeja de entrada era un jolgorio; una concentración de indignados. Gente que había trabajado mano a mano con ella haciendo suyas las palabras de mi amigo. Gente que antes jamás había dicho esta boca es mía y que probablemente jamás lo hará.

En la misma línea de sentido, leo la prensa rosa esta semana y me dan ganas de reventar. “La gran noche de las Campos”; “Las Campos y Bigote Arrocet, premiados por los humoristas”. En fin... Me relamo las vergüenzas por no dejármelas largas. La Asociación del Humorismo Español (Ashumes) premió a Terelu, a su actual padrastro, Bigote Arrocet, y al programa de su madre, Qué tiempo tan feliz, por su indudable contribución al humor. Desde luego hay que tener mucho sentido del humor para premiar a Terelu. Y mucho más para ser Terelu e ir a recogerlo. Luego entiendo que, en este sentido, todo queda justificado.

Me he preocupado por entrar en la página web de Ashumes y comprobar, con asombro, que Bigote es uno de los fundadores de la misma (por tanto, todo quedó en casa) y que la mayor parte de sus compañeros en el staff suelen formar parte del cartel de las galas imponderables de José Luis Moreno. Todo muy chic. Los tíos tienen tanta guasa que en el comunicado que redactan de sus propios premios, los Sancho Panza, aseguran que “a la entrega asistieron famosos de la talla de: María Teresa Campos, (…) Antonio Montiel, Paco Cecilio, Malena Gracia, Leonardo Dantes, Carmen Borrego (Hermana de Terelu) y Tony Antonio”.

placeholder El clan de las Campos con sus parejas en la entrega de premios (Ver galería)

Pero lo verdaderamente dramático de esta historia, lo que realmente me ha hecho pensar, lo que ha provocado este artículo, es el ramillete de fotos paridas por el fotógrafo oficial de la velada. Las tres Campos, María Teresa, Terelu y Carmen Borrego (“la hermana de Terelu”), unidas por el cordón umbilical de la fama, que en su caso tiene forma de enchufe, flanqueadas por sus machos, presumiendo de esos maromos, colocadas estratégicamente para que su felicidad, sus perlas, sus brillos y todo su éxito cupiesen en cada una de las instantáneas. Fíjense en un detalle clave: todos se apilan en la mitad de una mesa, dejando la otra mitad libre para la colocación estratégica de la cámara. En cine y en televisión es habitual ver sentados a los miembros de la familia a un mismo lado del tablero cuando el realizador es malo de cojones y se quiere ahorrar el trago de jugar con el eje.

Conocemos poco a la gente. Mucho menos de lo que creemos. Pienso esto mientras leo las primeras páginas de un libro sorprendente que acaba de llegar a mis manos casi por casualidad, como le llegan a uno los textos que merecen realmente la pena. Confieso que no tenía la más mínima intención de leerlo. Primero, porque las biografías me matan de sueño. Y segundo porque Virginia Woolf nunca ha sido una mujer que me fascinase demasiado, ni como escritora ni como personaje. Quizá porque, luctuosa hasta la médula y bisoja como era, se parecía poderosamente a mi profesora de catequesis, Chusita, una cabrona como Dios manda.

Casa Real María Teresa Campos Terelu Campos
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