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María José S. Mayo

La hija del Acomodador

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María José S. Mayo

Juegos prohibidos

Los niños tienen la piel dura. Al menos así lo veía François Truffaut, uno de los que mejor supo retratar el mundo de la infancia: sus

Los niños tienen la piel dura. Al menos así lo veía François Truffaut, uno de los que mejor supo retratar el mundo de la infancia: sus dolores, sus inquitudes y sus juegos, a veces, nada inocentes. Nada más fascinante ni más terrible.

 

Acaba de editarse en nuestro país Juegos prohibidos, una película de René Clement que indagaba en ese mundo infantil de una manera totalmente conmovedora. Situada en la Segunda Guerra Mundial, la cinta contiene un comienzo desgarrador en el que un numeroso grupo de franceses huye hacia el sur intentando escapar de los nazis, pero a causa de un rápido ataque aéreo acaban casi todos muertos. Entre los supervivientes hay una niña pequeña que ve como sus padres y su pequeño perro son alcanzados por las ametralladoras de los aviones. La niña no entiende qué es la muerte, por eso cuando ve que el cadáver de su querido perro es arrojado al río, corre en su busca: seguro que todavía se puede hacer algo por él.

Con esta adaptación de la novela homónima de François Boyer, Clement logró acercarse de manera maravillosa al mundo mágico de un niño. Sobre todo cuando la pequeña inicia junto a al benjamín de la familia que la ha encontrado una serie de rituales de entierro de pequeños animales muertos: el primero de ellos el de su perrito. Todo porque ha visto el entierro de otro hijo de la familia y entiende que para los que están en ese estado es lo mejor: así “no pasan frío ni se mojan”. Sublime.

Resulta fascinante la mirada de un niño ante hechos tan furiosamente terribles como la guerra. Sus ojos hacen que todo se magnifique y saque aun más su irracionalidad: las absurdas luchas de los adultos. No son más que eso. Los niños siguen adelante. Los niños saben sobrevivir porque la muerte todavía no es más que una abstracción. Los niños convierten lo más terrible en un ritual, en un juego que más tarde se teñirá de seriedad y dolor. Conozcamos su forma de ver la vida. Capturemos el espíritu que subyace en juegos como los que estos dos personajes crean para sí. Hagámoslo aunque solo sea por el lapso de las dos horas que regala Clement. Tenemos mucho que aprender.

Los niños tienen la piel dura. Al menos así lo veía François Truffaut, uno de los que mejor supo retratar el mundo de la infancia: sus dolores, sus inquitudes y sus juegos, a veces, nada inocentes. Nada más fascinante ni más terrible.