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Antes mentir que aburrir
Por
Massiel: sin pulmón, asfixiada y a lo loco
Involuntariamente, cada mayo vuelve para recordarnos que fue la primera en ganar Eurovisión. 57 años después, la novia rebelde de España se convirtió en la abuela incombustible de hoy. Es parte de la familia elegida y la adoramos
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“Voy a coger un taxi. Estoy asfixiada. Me han quitado un pulmón. Vengo de bailar. No puedo hablar. ¡Estoy asfixiada! […] ¿Yo? ¡Bien! ¿¡No me ves!?”. Pocas declaraciones —a pie de calle, bajo un sol de justicia, intentando pillar un taxi que no aparece, tras una fiesta en casa de unos amigos, venga a bailar, venga a brindar y venga a reír— definen mejor la personalidad arrolladora de Massiel (Madrid, 1947).
Massiel es España, y España es Massiel. Tan magnética como arrolladora, tan dulce como la caricia de una rosa y tan punzante como la espina que se clava. Massiel ejemplifica el espíritu de la contradicción y por eso, porque nos identificamos absolutamente, la adoramos.
Fue la novia rebelde que a finales de los sesenta nos gritaba “¡Espabila, que viene el color!”. La que soñaba con un país diferente y a la que, por la coyuntura del momento, le tocó abrir brecha y partirse la cara con quien hiciese falta; porque a este torito de Miura nada le gusta más que le digan ‘no se puede’ para embestir los muros que hagan falta. El campo llegaba hasta donde se perdía la vista y había que conquistar el horizonte, y luego un nuevo horizonte más, y el océano mismo si hiciese falta. Hizo falta.
Massiel fue la niña bien, de posibles —lo sigue siendo—, que se reía de los señoros a los que se les llenaba la boca con el “usted no sabe quién soy yo”. Le tocó ser progre, pero, ojo, no se vaya usted a creer, a su manera, sin casarse con nadie: ni carnets, ni partidos. Una cosa era la causa y otra, muy diferente, los que manejaban el discurso, esos hijos de los hombres débiles y susceptibles de pasar del liderazgo que cambiaría el mundo al lado oscuro en un encender y apagar un puro.
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La fama le ha importado más bien poco a Massiel, nunca ha nublado su entendimiento, nunca ha sido esclava de los focos. Lo que no quita para que a su corazoncito de artista le guste que la reconozcan con cariño y, sobre todo, sin agobiar. A finales de los noventa cerró, sin nostalgias, la puerta del estudio de grabación (que solo volvió a abrir para alguna colaboración especial). Para siempre en el streaming ‘Rosas en el mar’, ‘La, La, La’, ‘Rufo el pescador’, ‘Aleluya N.º 1’, ‘Deja la flor’, ‘Lady veneno’, ‘Brindaremos por él’, ‘El Noa-Noa’, ‘Eres’, ‘El amor’… Cincuenta álbumes dan fe de su entrega.
Massiel siempre ha sido la invitada perfecta, esa persona que todos quieren conocer y que te sube cualquier fiesta tirando de tres o cuatro anécdotas alucinantes extraídas de su efervescente enciclopedia vital. Aunque también te la puede liar parda como alguien se le atraviese. Rosa y espina.
Como las divas de verdad —no las supuestas que dan ruedas de prensa a costa del erario público para aportar absolutamente nada—, Massiel se ha ido retirando poco a poco de la vida pública. Aquí, a diferencia de otros países, no se mima como es debido a las estrellas en edad crepuscular; ergo, mejor hacer mutis por el foro y que las alcachofas no te pillen por la calle. Hoy vive sola con la buena compañía de la radio.
‘La canción’, la estupenda miniserie de Movistar Plus+ que recrea la victoria de Massiel en Eurovisión —muy entretenida—, ha devuelto a nuestra protagonista al foco, más si cabe, este mes de mayo. Como ella misma se ha encargado de airear: “La única verdad que cuentan es que gané el festival”. Es sabido que se le ofreció participar en el guion y que lo rechazó por no poder tener el control del mismo. Sabia decisión por parte de los productores; nos da en la nariz que aún estarían discutiendo el primer borrador.
Cabe señalar que a esta tanqueta de Leganitos debieron forjarla sus padres asturianos en acero de primera porque Massiel ha demostrado ser una superviviente nata, una roca dura de Chipiona —o del Cabo Peñas— de las de verdad. A saber: secuestros, amenazas de bomba, accidentes a caballo, caídas desde nueve metros, atropellos y ahora el cáncer de pulmón. “Me han quitado un pulmón. Vengo de bailar. No puedo hablar. ¡Estoy asfixiada!”. ¿Qué añadir a esta declaración perfecta? Nada. Massiel es arte performático, ya quisiera Marina Abramović.
Hace muchos años, quien esto escribe era un periodista de provincias que buscaba noticias de pueblo en pueblo. Un buen día se topó con Massiel brincando por los montes, las playas y las olas de uno de sus rincones favoritos en el mundo: Llanes, Asturias.
— Massiel, ¿te puedo hacer ya la entrevista? Por favor.
— Mira que eres pesado. Ahora no, ¿no ves que tengo el pelo lleno de salitre?
— Es que nunca puedes. ¿Mañana?
— Venga sí, mañana.
Mañana nunca fue, pero al menos aprendimos lo importante que son el descanso y las vacaciones de la gente, artistas incluidos. Luego la vida se empeñó en hacernos coincidir muchas veces más en Madrid: comprando una lámpara en Ikea, saliendo del teatro, en una coctelería del centro… Y sí, siempre estuvo ahí la tentación de vengar al periodista pipiolo espetándole “me la jugaste”, pero, en verdad, nunca le hemos guardado rencor. ¡Es Massiel!
Massiel es todos nosotros, es sangre caliente y mecha corta; pero también, abrazo largo y sincero. A todos nos guía, de vez en cuando, el espíritu de la contradicción.
“Voy a coger un taxi. Estoy asfixiada. Me han quitado un pulmón. Vengo de bailar. No puedo hablar. ¡Estoy asfixiada! […] ¿Yo? ¡Bien! ¿¡No me ves!?”. Pocas declaraciones —a pie de calle, bajo un sol de justicia, intentando pillar un taxi que no aparece, tras una fiesta en casa de unos amigos, venga a bailar, venga a brindar y venga a reír— definen mejor la personalidad arrolladora de Massiel (Madrid, 1947).