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¿Por qué no acabamos con las bodas hipsters de una vez por todas?
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Juanjo Madrigal

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Juanjo Madrigal

¿Por qué no acabamos con las bodas hipsters de una vez por todas?

Hippie y boho chic, Do It Yourself... El tufo a término anglosajón que despiden los enlaces de nuestro tiempo ha acabado con las bodas de toda la vida. ¿Por qué hacemos celebraciones fotocopiadas?

Foto: Solange Knowles y su marido el día de su boda ('hipster')
Solange Knowles y su marido el día de su boda ('hipster')

Cada mañana de domingo vuelve a suceder: me despierto, reviso mi perfil de Facebook y fibrilo. Así, en ese orden. La razón no es otra que contemplar -con una mezcla entre asombro, pasmo y dentera- las decenas (incluso cientos) de imágenes sobre bodas que surgen como setas en mi muro de la citada red social. La gran mayoría de ellas con la temática 'hipster' (o 'egoblogger') como hilo conductor.

Al tiempo que hago 'scroll' con el dedo pulgar de la mano derecha, agarro con fuerza un desfibrilador portátil con la izquierda por si fuera necesario someterme a una reanimación cardiopulmonar. Que en esto de la automedicación no existen sentencias absolutorias. Y lo hago con más intensidad cuando presiento que aparecerá la enésima fotografía de unos recién casados sentados sobre una bala de paja. Con el sol bañando el también enésimo tocado de flores en la cabeza de la novia de nuestro tiempo. Porque ver estampas tan bucólicas, tan de atardeceres dorados, invitan a mi maltrecho cuerpo –aún sin desperezar– a ponerse al borde del shock anafiláctico.

De un tiempo a esta parte –calculen de tres a cuatro años– las parejas dispuestas a pasar por la vicaría se han reagrupado en dos grandes categorías: las que mezclan tradición y modernidad y las que combinan clasicismo y vanguardia. Un momento. Que echen el freno los investigadores del CIS. La conclusión es la siguiente: todas las bodas son iguales. Da lo mismo el tipo de ceremonia que se oficie. El aura que las envuelve es 'hipster'. Aunque ellos prefieren catalogarlas de Do It Yourself (o Hazlo Tú Mismo). Porque piensan que por añadir a su celebración la enésima acepción de un calificativo anglosajón, su enlace –'hashtag' mediante– causará revolución en Instagram.

Aunque gracias a este tipo de bodas se ha reflotado el negocio de las bobinas de cáñamo y se ha incentivado el reciclaje de vidrio -recuerden que los portavelas de exterior y centros de flores de todas las bodas a la que acuden están hechos con botes de mermelada y tomate frito-. Las guirnaldas con cientos, miles de bombillas (LED, que hacen parecer a los novios más 'mainstream'), las fotos que penden sobre las ramas de un árbol cogidas con pinzas de la ropa o el brezo a la entrada de un mesón de provincias de toda la vida –aunque sea en agosto y con 40 grados a la sombra– se erigen como los elementos decorativos de unas bodas calcadas. Pero todo 'cool', ¿eh?

Ahora resulta que ser la novia más moderna de un pueblo de 1.500 habitantes implica lucir un ramo hecho a base de botones. Que todas sus amigas lleven sobre sus cabezas el canotier más florido de la provincia o que todos sus amigos impongan, casi por decreto, la democratización de las pajaritas imposibles.

Da igual que uno acuda a una boda en Santiago de Compostela, en la sierra gaditana ¡e incluso en Portugal! Son celebraciones fotocopiadas. Ya ni el 'photo booth' -ese aparato que dispara e imprime fotografías como obsequio para los invitados- me entusiasma. Porque el día que encuentro un elemento de atrezo que no sea el típico palito con bigote de la Belle Époque lo celebro con un chupito de Jägermeister -o Jäger, que dirían los modernos- como si no hubiera un mañana.

¿Cuál es la solución?

No, mi intención no es hacer apología del alcoholismo. Pero si lo que se lleva es el 'hipsterismo', hagamos de la corriente algo grande o exterminémosla para siempre. ¿Dónde quedó cortar la tarta con la Tizona? ¿Acaso no hay algo más 'seventies' y 'doityourselfista'? ¿Por qué no fomentar el regreso del puro tras el convite y obviamos los obsequios manufacturados?

Guardo la esperanza de que todas estas cosas se sucedan en la última (y quinta) boda a la que acudiré este 2015. Sueño con que el #0 me devuelva a una boda de hace cinco años: donde las familias de los contrayentes dejen de costear detalles 'minimal' para regresar al clasicismo 'maxi'. Ruego que a la entrada del salón de bodas no haya brezo. Ni velas. Y que el tablón del 'sitting' no sea una pizarra. Y que las mesas estén por números y no por canciones. Y que los novios dejen de hacer el paseíllo nupcial bajo palos de golf o polo. Y que el aroma hippie, boho o chic se diluya un poco. Por el bien de mi salud cardiovascular.

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Cada mañana de domingo vuelve a suceder: me despierto, reviso mi perfil de Facebook y fibrilo. Así, en ese orden. La razón no es otra que contemplar -con una mezcla entre asombro, pasmo y dentera- las decenas (incluso cientos) de imágenes sobre bodas que surgen como setas en mi muro de la citada red social. La gran mayoría de ellas con la temática 'hipster' (o 'egoblogger') como hilo conductor.

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