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¿Por qué tomamos el tamaño del pene como medida del sexo?
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Zoe Robledo

En la cama con Marita

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¿Por qué tomamos el tamaño del pene como medida del sexo?

¿Vivir en una sociedad eminentemente falocéntrica afecta a la sexualidad femenina? ¿Están las relaciones sexuales ligadas a la medida del pene? Aquí van algunas reflexiones

Foto: (Foto: Biel Capllonch para una campaña de la firma de gafas Etnia Barcelona)
(Foto: Biel Capllonch para una campaña de la firma de gafas Etnia Barcelona)

Decir que vivimos en una sociedad falocéntrica hará a muchos fruncir el ceño. “Ya estamos con alguna tontería feminista”, dirán algunos. Pero la manía de tomar el pene como medida en el ámbito de la sexualidad es tan acusada que quería compartir con vosotros algunos pensamientos. No diré algunas realidades porque me acusarán de creerme poseedora de la verdad absoluta, por supuesto, y es tan fácil escribir de sexo y hacerlo acusando a los penes de tener el poder y ser atacada que no querría facilitar aún más las cosas.

Cuando una mujer está de mal humor se dice que está “mal follada”. Porque, por supuesto, el que una hembra no sonría se debe irremediablemente a que un pene no ha cumplido el deseo de toda mujer: ser deliciosamente penetrada. ¿Verdad? Una mujer no puede estar enfadada porque tiene problemas en el trabajo, porque ha discutido con sus amigos o porque –¡oh, sorpresa!– simplemente no tiene ganas de sonreír. Se trata de un cliché: las mujeres no siempre tienen por qué estar alegres (¿cómo no lo van a estar, si solo tienen que ser bonitas?). Un lugar común que se convierte en el propulsor de este tipo de comentarios condescendientes. Aunque quiero poner el acento en la extendida –y machista– creencia de que una mujer que no sonríe no lo hace porque un hombre no la ha sabido satisfacer sexualmente. En su mente no hay más que penes, que se contonean como esos diminutos y coloridos falos de juguete que se mueven a golpe de cuerda.

Al hablar de sexo, llama la atención lo extendida que está la reacción de muchos hombres al descubrir que una mujer es lesbiana. Para comenzar, surgirá el manido “eso es porque no te has acostado conmigo”. Para continuar, el extendido “si pruebas un pene, se te quitan las tonterías”. Y para finalizar, el terrible “es que le ha ido tan mal con los hombres que ha tenido que cambiarse de acera”. Porque ir con mujeres es siempre la opción B, ¿no? Si un hombre heterosexual se acuesta con un hombre, muchos dirán que es imposible que vuelva a acostarse con mujeres, porque parece ser que el pene es un imán absoluto e irresistible al que ninguno nos podemos negar. Pero si es una mujer heterosexual la que de repente se va con una mujer, se dará por hecho que terminará echando de menos los penes y volverá a caer en las redes falocentristas.

Luego está la extendida creencia de que un hombre bisexual es en realidad un hombre homosexual que no lo quiere admitir, porque ¿cómo demonios va a querer alguien que prueba un pene volver tener una vagina en su vida?

El falocentrismo también conduce al desconocimiento del cuerpo femenino: todos sabemos cuál es el tamaño estándar de un pene

Y es así como el falocentrismo afecta, por supuesto, a la sexualidad femenina. Que el placer femenino haya sido históricamente ninguneado y silenciado responde a la idea de que las mujeres únicamente necesitan recurrir al sexo para procrear. Si la sexualidad se orienta en torno al falo, este es el único capaz de atraer las pulsiones de la mujer. Como señala Lea Melandri, "la madre no lo es como mujer, con su cuerpo en gestación extrauterina, sino como mujer al servicio del hombre que le pertenece. Al ser negado el cuerpo femenino, este se desvaloriza y es visto a través de la visión masculina".

El cine es un gran ejemplo de esta idea al promover la escopofilia, es decir, la búsqueda del placer sexual a través de la mirada. De ahí la imponente belleza de actrices como Marilyn Monroe –condenada siempre a interpretar el papel de la rubia tonta–, que terminan por ser representadas como objetos sexuales. El falocentrismo también conduce al desconocimiento del cuerpo femenino: todos sabemos cuál es el tamaño estándar de un pene –incluso hay mapas que indican la medida media del pene de cada país–, pero bastaría con preguntar a una mujer cuánto le mide la vagina para comprobar que poco o nada se sabe al respecto.

El punto G y ¿la frustración sexual?

La importancia suprema del falo en el sexo impuesta por la sociedad empuja al coitocentrismo, responsable de que simplifiquemos las fuentes del placer y que ahondemos en la visión reproductiva del sexo. Si una mujer no llega al orgasmo mediante el coito, finge, porque su misión como mujer es la de disfrutar únicamente siendo penetrada. Esta visión es la que hace que la masturbación femenina todavía se mire con reparo y que la incesante búsqueda del punto G empuje a miles de mujeres a agobiarse y a frustrarse sexualmente. Quizás alcance el orgasmo mediante la masturbación o mediante el sexo oral, pero si no lo hace mediante la penetración, es una frígida o está sexualmente insatisfecha e incompleta.

Quizás en los comentarios me encuentre a hombres que me digan, como ha ocurrido anteriormente, que mis palabras son fruto del desencuentro y de mi mala dicha con los hombres. Pero espero que si alguien me acusa de ello, se dé cuenta de que quizás tras mis palabras haya algo más que un malestar con los hombres o de una concatenación de relaciones fallidas. Porque creer eso viene a reforzar la supremacía del falocentrismo.

'Antimanual de autodestrucción amorosa' (ed. Aguilar) es el primer libro que publica la periodista Marita Alonso, quien se ha convertido en nuestra consultora semanal en cosas de amor, desamor, sexo y otras dichas y desdichas. Plantéale tus preguntas e intentará darles respuesta.

Decir que vivimos en una sociedad falocéntrica hará a muchos fruncir el ceño. “Ya estamos con alguna tontería feminista”, dirán algunos. Pero la manía de tomar el pene como medida en el ámbito de la sexualidad es tan acusada que quería compartir con vosotros algunos pensamientos. No diré algunas realidades porque me acusarán de creerme poseedora de la verdad absoluta, por supuesto, y es tan fácil escribir de sexo y hacerlo acusando a los penes de tener el poder y ser atacada que no querría facilitar aún más las cosas.

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